Razones para la esperanza


Vivimos tiempos donde la desconfianza hace parte del paisaje cotidiano. Los tambores de guerra retumban en distintas latitudes, la economía tambalea frente a escenarios de concentración y desigualdad, y las instituciones democráticas enfrentan una crisis profunda de legitimidad. Lastimosamente, Colombia no es ajena a esta incertidumbre global.

En este contexto, hablar de esperanza puede parecer ingenuo. Sin embargo, resulta más necesario que nunca. No como consigna ni como respuesta emotiva, sino como ejercicio de realismo informado y apuesta por lo posible. Paulo Freire, pedagogo brasilero, decía que la esperanza no es espera pasiva ni resignación ante lo inevitable, es praxis transformadora, capacidad de imaginar futuros alternativos y de actuar para hacerlos posibles.

La esperanza, entendida como voluntad de construir en medio de las tensiones, se expresa en quienes, día a día, trabajan por un mejor país. Los jóvenes, por ejemplo, que lejos de ser ajenos al desencanto, están protagonizando cambios importantes desde múltiples frentes como el emprendimiento, la innovación tecnológica, el activismo, la cultura, el arte y el deporte.

Lo vimos en las movilizaciones del 2021, pero también en los centenares de iniciativas que surgieron a partir de ellas y que hoy se transforman en programas, redes, empresas sociales o proyectos culturales con impacto territorial. Son jóvenes que no necesariamente militan en los extremos ideológicos, pero que exigen resultados y se involucran creando soluciones concretas para mejorar la calidad de vida de sus comunidades.

Hay también señales de esperanza en otros ámbitos. En lo económico, sectores productivos están apostando por la sostenibilidad, la digitalización y la inclusión laboral de poblaciones tradicionalmente excluidas. En lo educativo, universidades, colegios y programas de formación técnica han abierto nuevas rutas para el cierre de brechas y la movilidad social. En lo político, más allá de las tensiones ideológicas, existen esfuerzos, muchos de ellos silenciosos, por fortalecer el diálogo, mejorar la gobernabilidad local, consolidar políticas públicas con base en evidencia, y rescatar el valor del servicio público.

La cultura democrática también se renueva, cada vez más colombianos valoran la libertad de prensa, el Estado de derecho y la importancia de las instituciones democráticas. Aunque hay grandes desafíos y asuntos graves por tramitar, también se fortalecen los mecanismos de control ciudadano, los liderazgos sociales no partidistas, y los acuerdos públicos y privados por la transparencia, el respeto a las diferencias y la posibilidad de acompañar sacar adelantes proyectos de país.

Por supuesto, los problemas persisten, pero una mirada centrada en la construcción de consensos y el equilibrio entre desarrollo económico, cohesión social y estabilidad institucional ofrece una vía para avanzar. No se trata de negar las fracturas, sino de reconocer que hay múltiples sectores comprometidos con hacer las cosas mejor.

La esperanza, entonces, no es una postura ingenua. Es una forma de afirmar que, incluso en medio de la fragmentación, hay personas y grupos de personas que trabajan, innovan, cuidan y dialogan. Son muchos los que están buscando soluciones, construyendo acuerdos, generando valor y defendiendo la idea de que, si nos lo proponemos, podemos construir un futuro compartido en Colombia, uno donde florezca la esperanza.

Daniel Bedoya Salazar

Estudiante de Filosofía UdeA
Ciudadano, creyendo en la utopía.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.