Quince millones de méritos

Quince millones de méritos, así se titula el segundo capítulo de la primera temporada de la afamada serie británica que se transmite por Netflix: Black Mirror (2011). La serie en general ha dado para todo tipo de debates y discusiones en diferentes esferas de la vida; sin embargo, críticos y televidentes coinciden que el objetivo de la serie es mostrar los factores negativos de la tecnología en nuestras vidas. Considero yo, que lo que hace es mostrarnos los rasgos más exacerbados de nuestra cultura de la globalización y de la información.

Manuel Castells señalaba en sus tres tomos de “La era de la información”, que nuestras sociedades están estructuradas por una oposición bipolar entre la red y el yo. Donde una red es un conjunto de nodos interconectados y en muchas ocasiones la idea del yo, del individuo, se esfuma en las múltiples interconexiones de la red. Nuestro mundo, además, está marcado por una revolución tecnológica de la información que modifica a ritmos acelerados a la sociedad. En este contexto aparecen las interdependencias a escala global, se introducen nuevas formas de economía, política y sociabilidad. Todo esto, dice el sociólogo, inició en la década de 1970 con los cambios en los modelos de producción industrial, sus primeros efectos se vieron en la década de 1990 (internet, por ejemplo) y hoy se dan sus mayores impactos en términos culturales.

De manera que el siglo XXI es la exacerbación de la era de la información. En Quince millones de méritos se muestra una radiografía bastante acertada de lo que está sucediendo: una sociedad encerrada en un mundo de pantallas, comidas saludables, alimentos empaquetados, rutinas, gimnasios y una carrera permanente por ganar, obtener mucho más. El protagonista del episodio se despierta cada día para subirse a la misma bicicleta, avanza por un camino demarcado en una pantalla y entre más pedalea, más va ganando ¿Qué gana? ¡Méritos! Por cada pedalazo va sumando méritos. Allí aparece una de las grandes confusiones contemporáneas, donde el valor y el precio son la misma cosa. El mérito se convierte en una moneda, con lo que pagas y adquieres todo.

Esta cultura no solo nos establece la idea del mérito asociado al capital, sino también al entretenimiento. La vida termina limitada a acumular dinero y a vivir rodeados de pantallas, likes e interacciones. Los méritos pueden ser comprados o reconocidos por otros porque ya no es el esfuerzo el que guía la vida, sino la inmediatez y el espectáculo; la vida es una pantalla, un escenario. En este capítulo también existe un concurso que para participar se debe pagar con méritos; el premio es salir a un espacio más amplio, pero igualmente rodeado de pantallas ¿quién gana el concurso? Quien más espectáculo dé. Sin embargo, lo más duro es que la bicicleta para ganar los méritos es estática, nunca se mueve, pero sí tiene un sistema automático para ajustar el asiento. El filósofo Gilles Lipovetsky señalaba que nuestra cultura contemporánea es una completa negación del individuo, perdimos nuestra capacidad de crítica, de admiración, de decisión; estamos rodeados de lo material, lo artificial y lo falso. Mientras tanto, seguimos muy cómodos pedaleando en una bicicleta que no se mueve.

 

Pedro Piedrahita Bustamante

@piedrahitab

Pedro Piedrahita Bustamante

Politólogo, Doctor en Derecho Internacional y Magíster en Seguridad y Defensa. Se desempeña como profesor de tiempo completo de Ciencia Política de la Universidad de Medellín.