“Quito es el paraíso de un sector inmobiliario depredador que no sólo afea el paisaje urbano con edificios semivacíos de cuestionable valor estético, sino que incentiva el vaciamiento de las parroquias urbanas a través de la expansión desordenada de la ciudad hacia las zonas rurales”.
Desde que tengo memoria, cada verano se producen incendios en Quito. Pirómanos y gente sin sentido común siempre ha habido; pero nunca antes había visto el cielo cubierto totalmente de humo, apenas iluminado por un sol horriblemente anaranjado, mientras caminaba por el hipercentro de la ciudad cubriéndome la nariz como mejor podía. Ciertamente hay algo nuevo en los incendios forestales de este año.
Lo que invita a la sospecha es, no sólo la cantidad de incendios (en tres meses se han producido más de 300 incendios), sino el hecho de que se inicien de manera simultánea en distintos puntos de la ciudad y sus alrededores. La premeditación es evidente (se han encontrado galones de combustible en lugares aledaños a los incendios), pero también un alto grado de coordinación. Por supuesto, entre tantos incendios, más de uno debe haber sido el resultado de la pura estupidez, pero la situación ha llegado a tal punto que es imposible no conjeturar sobre otro tipo de causas.
Comienzo por descartar las hipótesis motivadas por odios políticos. Más allá de montajes poco creíbles, no existe evidencia ni ninguna razón verosímil para pensar que los incendios son una estrategia política, bien del correísmo, bien del gobierno, para generar caos y miedo en la población. ¿Con qué fin lo harían? ¿Qué rédito político obtiene un movimiento político de que la capital del país se consuma bajo el fuego? ¿Por qué el correísmo elegiría una ciudad gobernada por uno de los suyos para semejante estrategia? ¿Qué gana un gobierno que enfrenta una crisis energética agregando una preocupación más a casi dos millones de votantes a puertas de una elección?
Descartada la hipótesis política, nos queda una hipótesis plausible. Existe abundante evidencia de que en Chile, Argentina, Bolivia y Brasil los incendios forestales son utilizados como un medio de expansión urbana por parte de empresas inmobiliarias, de expansión agrícola y ganadera por parte del agronegocio, de “despeje” de la tierra por parte de madereros y de “limpieza” del suelo para llevar adelante proyectos mineros a cielo abierto.
Quito se ha caracterizado históricamente por una expansión urbana desordenada y ecológicamente insostenible que ha alimentado de forma permanente la especulación con la tierra, proceso que, además, ha sido apoyado activamente por el Municipio, que a inicios del siglo pasado “se convirtió en el instrumento de prolongación del terrateniente agrario a urbano” y que, desde los años sesenta, comenzó a facilitar la “liberación del obstáculo que significa la propiedad de la tierra para el capital inmobiliario”.
En Córdoba —provincia argentina que también está enfrentado una grave emergencia por los incendios forestales— existe, desde 2010, una ley que prohíbe el cambio de uso del suelo protegido. No obstante, el nulo control por parte de las autoridades provinciales, la ambigüedad de la propia ley y la existencia de leyes paralelas han permitido que los negocios privados sigan avanzando sobre las cenizas de los bosques nativos. En el caso de Quito, sin embargo, ni siquiera existe una ordenanza municipal que prohíba el cambio del uso del suelo, por lo que la estrategia de quemar bosques para construir prácticamente no involucraría ningún costo o sanción y asegura buenos resultados.
Como dije al inicio, esto es una hipótesis, por lo que no estoy afirmando que esta sea la causa inmediata detrás de los incendios en la capital, ni tampoco que esto explique todos los incendios en todo el país. Sin embargo, que la hipótesis sea plausible se debe a que es algo que ya ha ocurrido y sigue ocurriendo en otros países de la región y a que el sector inmobiliario en Quito no se caracteriza precisamente por la transparencia y las buenas prácticas.
Para ningún quiteño es un secreto que muchos edificios de apartamentos del hipercentro de la ciudad funcionan, más que como vivienda, como lavadoras de dinero. Quito es el paraíso de un sector inmobiliario depredador que no sólo afea el paisaje urbano con edificios semivacíos de cuestionable valor estético, sino que incentiva el vaciamiento de las parroquias urbanas a través de la expansión desordenada de la ciudad hacia las zonas rurales, en complicidad con un Concejo Metropolitano que emite resoluciones a la medida de las empresas inmobiliarias. Que estas empresas destruyan deliberadamente la naturaleza para poder seguir construyendo no es, pues, una hipótesis descabellada.
Naturalmente, la crisis climática global es uno de los factores estructurales que alimenta los incendios forestales veraniegos alrededor del mundo. Sin embargo, si queremos evitar que Quito se llene de humo cada verano, tenemos que mirar a las causas inmediatas; es decir, los intereses económicos que se ocultan detrás de la destrucción de los bosques quiteños.
La tragedia que vive Quito nos obliga a pensar el modelo de ciudad que deseamos. No sólo el fuego está destruyendo a la capital. Durante muchos años, hemos asistido pasivamente a la destrucción del Centro Histórico, al recrudecimiento de la desigualdad urbana, a la pérdida de espacios públicos, al aumento de la criminalidad y a una larga lista de males que han convertido a Quito en una triste caricatura de lo que alguna vez fue. Ya viene siendo hora de señalar a los culpables.
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