“Era hora de cambiar esa situación. Una educación para todos, gratuita, de calidad, es la base del progreso, el mayor motor de movilidad social y abre las puertas de las oportunidades para los colombianos. Es además la mejor semilla para la paz.”
-Discurso Juan Manuel Santos Calderón. Bogotá, 16 de junio de 2012.
«La educación será el motor del cambio social que vamos a dejarle a nuestro país. Mi padre y mi abuelo fueron hijos de la universidad pública y quiero verla fortalecerse con excelencia académica»
-Discurso posesión Iván Duque Márquez. Bogotá, 7 de agosto de 2018.
En el 2015, a principios del grado undécimo, me encontraba con el sinsabor del cuestionamiento que todos los bachilleres nos hemos hecho: “¿y ahora qué?”. Para entonces, estudiaba en un colegio público en el municipio de La Ceja (oriente antioqueño), en una de las mejores instituciones del departamento por su rendimiento en las pruebas ICFES. La presión que los directivos y docentes manejaban constantemente frente a los alumnos, con respecto al nivel educativo era necesario, más aún cuando todos éramos conscientes de las pocas posibilidades de pasar a la educación superior.
En ese año, Juan Manuel Santos realizó una visita a mi colegio promocionando el programa Ser Pilo Paga en su segunda versión, aludiendo lo efectivo que había sido el año anterior y la ilusión que creaba en los bachilleres para mejorar su rendimiento y acceder a una Institución de Educación Superior. Al escuchar la posibilidad que tenía de estudiar lo que deseara en la universidad que deseara, me dije a mí misma que tal vez debía proponerme un resultado de ICFES que fuera óptimo para conseguir los beneficios del programa.
Ser Pilo Paga era una estrategia muy bien pintada: Sostenimiento de 4 SMLV por cada semestre; posibilidad de estudiar en la universidad que se escogiera, fuera pública o privada; Ser Pilo Paga Profe, como posibilidad para recibir una maestría o una segunda titulación dependiendo de la carrera escogida; y, además, el pago de la matrícula independientemente de su costo. Era difícil decir que no. Cuando presenté las pruebas estatales y consulté en línea el resultado, un mensaje en la pantalla de mi computador me decía que era “potencial pilo”, donde tomé la decisión de aceptar la propuesta del Gobierno.
En 2015-ll, después de tener mi resultado de ICFES, decidí presentarme a la Universidad Nacional y a la Universidad de Antioquia. Para entonces, mi noción frente a estas dos instituciones era casi idólatra, pues valoraba en gran medida la educación pública después de haber estudiado siete años en un colegio privado con experiencias poco aportante.
El Ministerio de Educación, acompañado de ICETEX, se comunicaron conmigo y mi familia para felicitarnos por el resultado en las pruebas ICFES, recalcando todo el tiempo el “interés” del Gobierno Nacional por la educación de los bachilleres. Me preguntaron si había pensado en alguna institución, y orgullosa dije que quería la Universidad de Antioquia o la Universidad Nacional, a lo que respondieron que debía esperar los resultados de los exámenes de admisión, sin descartar la idea de buscar otras instituciones privadas con una buena oferta. Un tiempo adelante, dejé de emocionarme por recibir el resultado de las pruebas de las dos universidades públicas, y comencé a buscar ofertas de carácter privado: EAFIT, Universidad de Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, Universidad de Los Andes, Universidad del Rosario, Universidad de San Buenaventura, etc., todas con costos increíblemente altos que nunca me imaginaría que, por mi propia cuenta, pudiese pagar.
Los diferentes comentarios que recibía sobre la educación pública fueron el detonante de mi decisión: “la UdeA se mantiene en paro, uno se gradúa en diez años”, “la Universidad Nacional de Bogotá se está cayendo, qué miedo estudiar allá”, “en la UdeA están los capuchos, esa gente es muy peligrosa”, “allá han matado muchos estudiantes y profesores por defender la educación”, “la Universidad Nacional tiene problemas de financiación, quién sabe qué le va a faltar a uno allá”. Toda esa serie de “recomendaciones” se inscribieron en mi cabeza tomando como decisión estudiar en una universidad privada para terminar rápido mi carrera y empezar mi vida laboral.
Cuando realicé la entrevista en la Universidad Pontificia Bolivariana, me llegaron los resultados de la UdeA, y más adelante, de la Nacional: había pasado a las dos con la posibilidad de comenzar a estudiar el próximo año, pero lo ignoré completamente, escogiendo la universidad privada.
Comencé en la UPB con el programa de Historia, yéndome en contra de la idea de que esta carrera no me aportaría económicamente en ningún sentido, pero con la tranquilidad de que no debía pagar nada y me brindarían un sostenimiento relativamente alto. Al no ser consciente del ambiente privado de la universidad, comencé a escuchar comentarios que desprestigiaban a los pilos por estar “inundando las buenas universidades con sus estratos bajos”, y más aún, cuando leía noticias de que varios beneficiarios del programa eran discriminados de forma radical en las universidades privadas.
No me dejé atormentar de esto y continué mis estudios, concientizándome cada día más del contexto político del país, no sólo con respecto a Ser Pilo Paga, sino a lo benéfico que hubiese sido escoger entre la Universidad Nacional y la Universidad de Antioquia, pues mucho más de la mitad de los pilos habíamos preferido las universidades privadas por miedo al examen de admisión y las circunstancias de estas. El gobierno estaba financiando la educación privada y recortaba los beneficios a la pública dejándola en la quiebra y con varios problemas de desarrollo educativo.
Ahora bien, a pesar de haber escogido una universidad privada, mientras curso mi sexto semestre, me he movilizado constantemente en la concientización de la importancia de la educación pública, universal y de calidad que debe brindar el Estado a todo aquel que quiera cursar una carrera. Las 32 universidades públicas del país se manifestaron cuatro años seguidos en contra del programa S.P.P. De hecho, según cifras proporcionadas por el ICETEX, el 98,42% de los créditos que entrega la institución van dirigidos a estudiantes que entran a universidades privadas y el 2,58% para las públicas.
Juan Manuel Santos se deleitó con su programa estrella dándole educación solamente a 40.000 estudiantes en cuatro años, es decir, menos del 20% de los graduados en el país, dejando al resto en la zozobra, la informalidad laboral, la vagancia obligatoria, el endeudamiento y las dificultades presupuestales a los estudiantes que lograron pasar a las instituciones públicas. Sin embargo, el hecho de que hayamos aceptado la única posibilidad que daba el entonces gobierno para estudiar no nos convierte en cómplices de las malas políticas educativas, al contrario, los pilos también son víctimas del pésimo sistema educativo instaurado en el país.
A través de esta columna de opinión, hago un llamado a los pilos de todo el país a movilizarse por la educación pública, independientemente de la decisión que tomaron durante el programa, entendiendo que Colombia nos ha puesto grandes retos para asumir una carrera en una institución de calidad, pero que estos impedimentos nunca han sido culpa de las universidades públicas que, por el contrario, han logrado mantenerse en pie a pesar de su larga historia de dificultades. Como lo recalcaré constantemente, Juan Manuel Santos no le regaló educación a nadie, al contrario, fue partícipe de la crisis educativa que ahora los estudiantes, docente, y el país entero debemos afrontar.
Ahora el reto es defender la educación pública y de calidad frente al actual gobierno de Iván Duque, mismo que ha demostrado su afán de privatización y de amarres a la potencial desigualdad y recorte presupuestal de sectores sociales, pues no tiene sentido terminar con el programa Ser Pilo Paga y seguir desfinanciando lo público.