No ha estallado la guerra, pero los altavoces obligan a quedarse en casa. Nunca nos había parecido tan grato llamar a alguien doctor, ni tanto valioso el trabajo de la enfermera de “sangre fría” que nos atendía en las jornadas de vacunación.
Me fallé a mí misma al decir qué hay cosas peores que aquel monstruo que está a solo dos pasos de nuestra puerta. Como un mal recuerdo de lo muy ficticio que nos pareció Bird Box. Sí, hay cosas ciertamente peores en el mundo, pero ¿cuándo pensamos en ellas? Jamás. Y no es culpa solo de los gobiernos, es también culpa de nuestra corrupción individual que nos muestra solo lo que queremos ver.
Esto es lo que nos acontece hoy y por ello hay que hablarlo, con la seriedad y sensatez que se merece. El hambre, la desigualdad y la pobreza nos dolerán el día en que nos toquen, y la situación actual es prueba de ello. No nos interesa lo que es distante.
Confirmamos que la muerte es aún la sombra que no estamos dispuestos a alumbrar con ninguna luz. Por eso empezamos diciendo “malditos chinos” y terminamos proclamando que “es un tema de responsabilidad social”.
Si es molesto soportarnos unos días a nosotros mismos imagínese lo muy desagradable que resulta para el planeta soportar a millones de nosotros diariamente.
Hoy aparecen animales en los canales y delfines en los mares. Esto solo por dar un detalle que seguramente en los medios de terror… Perdón, comunicación, no mostraron.
¿Qué es la vida entonces? ¿Prima más la de nosotros o de aquellas especies que nos vieron nacer, crecer, destruir y morir? Cuando son ellos quienes se quedan con nuestro desastre.
Luchamos tanto en un pasado por nuestra libertad que hoy apenas podemos valorarla, y pareciese ser que no supiéramos qué hacer con ella más allá del capitalismo.
Nos dijeron siempre que el hogar no era una casa sino las personas que lo conforman. Maldecidos sean entonces aquellos que no tienen ni cuatro paredes ni más compañía que un zacol y una acera.
Nadie sabe más de calles oscuras como las prostitutas; ellas nunca la habían visto tan vacía, lástima que por obligación y no por convicción.
¿Ahora dónde van a encontrar el amor? No lo pueden buscar en la copa de aguardiente, en el condón roto o en la tenue luz roja del burdel. Quién les ayudara a las que son “pecadoras” pero se paran afuera de una iglesia sin feligreses, que si no fuera por el anuncio del Papa hubieran seguido yendo a orar sin descansar, quizá negándose a sí mismos la existencia de algo que no ven, como si la religión misma no fuera eso.
El vendedor de lotería ya no tiene chance alguno, la soledad de la ciudad ya lo habrá abrazado para media noche, sino es que el virus, que deberíamos llamar como el “innombrable”, ya le hizo una caricia coqueta gracias a alguien que se le acercó sin saber que lo portaba, o quizá sabiéndolo, porque si corremos para la finquita el fin de semana, no nos interesa si contagiamos a alguien o no. Eso parece ser lo de menos.
Hoy todo nos pone nostálgicos y escarba en cualquier emoción que tengamos. Lloramos con un aplauso o nos reímos con el que patea un papel higiénico para Instagram.
Buscamos retos, etiquetamos y los cumplimos para hacer más llevadera la vida, como si no fuera suficiente agradecer que no nos despertamos con tos.
Les aseguro que después de esto una gripa no será igual y el limón con aguapanela para sanarla, resultaran ser la medicina más preciada y venerada.
Soñemos entonces con abrazarnos, de soñar no hay nada de malo, pero abracémonos primero a nosotros mismos, con esa carga podrida que llevamos adentro de no pensar que vivo con el otro y que yo dependo de él y viceversa.
Soñemos con reírnos del terror que esto nos causó, pero recordando siempre las cifras de los miles de muertos diarios, de los cuales somos responsables, pero nunca nos hicimos cargo. Soñemos con el futuro, ese en donde vamos a caminar y por qué no, comprándole el bombón, la cocada, el granizado o la correa al vendedor ambulante, porque nos nace y no porque nos remuerda el alma pensar en que se nos van a morir mientras pasamos la cuarentena en la casa.
Soñemos que empezamos a sentir y a responsabilizarnos por lo que nos corresponde, que viene a ser todo, porque cuando salgamos de las “vacaciones”, la realidad nos va a saber diferente, pero ¿por cuánto? ¿Por el tiempo que dure en llegar la otra epidemia? Seguramente sí, porque nuestro sentimiento de superioridad y de seres indestructibles siempre será mayor a cualquier bondad individual.
O no.