Los numerólogos y astrólogos… los brujos, chamanes, esotéristas y todos los demás, empiezan a apostar por los vaticinios para el 2014. La suma de los dígitos de este año promete grandes cosas. El 7 es reconocido a lo largo de todas las culturas como un número simbólico cuyas promesas y significados representan plenitud.
Colombia se prepara para la cumbre de su ciclo electoral: uno que desde varias constituciones y reformas atrás es de cuatro años y que reviste de poder y potestad al legislativo y ejecutivo colombiano. La plenitud de este tiempo ha llegado y esperamos lo mismo de cada cuatro años: como las promesas que en la casa se hace a media noche del 31 de diciembre ya empiezan a llover sobre los campos colombianos de la confianza -que se transa en ignorancia- las promesas de “escuelas y puentes donde no hay ríos”.
A pesar que los tiempos cambien, las artimañas siguen siendo las mismas. A lo largo de la historia constitucional colombiana ha sido tan efectivo el trasteo de votos que ahora, en tiempo de inscripción de cédulas, se ven los afiches y las caras mismas de los candidatos haciendo un camino real para los ‘asnos’ que sin conciencia depositan su voto y tras él se va su dignidad al convertirse en cómplice de un delito electoral y de la gestación de la corrupción que nos tiene donde estamos.
El 2014 es el año de la plenitud: una nueva oportunidad para que las conciencias adormiladas por el opio contemporáneo –el beneplácito propio- sean aturdidas por la voz de la justicia social y del cambio renovador que necesita el país.
Se está a la expectativa de un proceso de paz que lleve a los pueblos de Colombia a la plenitud de derechos. Un deseo que –si bien no todos- muchos auguran para los suyos y para los extraños es la paz. ¿Qué paz es la que queremos? ¿Aquella de la ausencia del ruido de los cañones amigos y enemigos disparándose frente a frente? ¿La que otorga el derecho inalienable de la libertad a todos los ciudadanos? ¿la de la estabilidad económica y social? El 2014 nos debe preocupar también por nuestro concepto de paz. El cambio de año debe dejar en las cenizas del ‘añoviejo’[1] los deseos utópicos de una construcción sobre los cimientos actuales del estado. La transformación total de la Colombia que queremos ha de iniciar por las acciones sencillas de la vida diaria: un diálogo matutino con la familia en el desayuno, la empatía en la preservación y los bienes del otro, la lectura crítica y responsable de las noticias en los medios de comunicación o la conciencia limpia al depositar un voto.
“No bote su voto” piense que este puede ser el año en el que la Colombia querida, la patria que nos enorgullece puede ser construida a partir de hoy.
[1] Muñeco artesanal elaborado familiarmente en algunos lugares de Colombia para significar las acciones y situaciones negativas al ser incinerados poco antes de la medianoche del 31 de diciembre.
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