¿Qué es ser colombiano?

 

Dice un personaje de Borges que ser colombiano es un acto de fe. ¿Acaso tiene razón? ¿Somos más -asumimos más- que un rótulo en una identificación anunciando nuestra “nacionalidad colombiana”? Buscar responder estas preguntas nos lleva a un vaivén de interrogatorios sobre nosotros mismos que termina rodeando una palabra cuya respuesta es: “cultura”. Pero cómo saber si este término identifica e incluye a cada colombiano si “a la altura de nuestro tiempo, la base de la cultura se va extendiendo de forma imparable” (Cortina A. 2007, ética de la razón cordial). Por lo tanto, no podría hablar de un único modelo de cultura y es en ese punto en el que compartimos nuestra confusión identitaria. Pese a esto, cada colombiano decide relegar su responsabilidad social, tomar una actitud pasiva, entregando el poder de decisión a un ente supremo que, finalmente, nos hace aceptar que sí, ser colombiano es un acto de fe.

Queremos fingir que es más y que asumios con responsabilidad ese acto de pertenencia, en toda su complejidad. Pero nuestro individualismo nos hace apartarnos de lo que directamente no nos afecta. Es cierto, tenemos una historia en la que puede rastrearse una gran línea de patriotismo ignorante; uno que desconoce la democracia y la vida en comunidad que nos indica la conducta griega, resumida por Aristóteles  cuando nos dice que “la pólis es por naturaleza una cierta pluralidad”. Una pluralidad, una comunidad que hemos olvidado, por lo que actuamos solo como una sociedad indiferente que tiene la costumbre de desechar las diferencias, así mismo los problemas sociales terminan siendo propios de cada quién y por lo tanto no se hace nada porque a nadie le corresponde un inconveniente de otro.

Hemos hecho de nuestra pertenencia al país poco más que un cerrar de ojos y esperar qué pasa.  Tenemos ese don de confiarle todo a un individuo y luego lamentarnos por su posición en el poder, pero nuestra forma de afrontarlo es exactamente quedar paralizados y asumir una posición desde la que le atribuimos la solución a esos altos funcionarios, dejando que esa hegemonía recaiga sobre solo unos cuantos. Es en ese sentido que Jaime Garzón decía que los colombianos somos “comodísimos”: legitimamos nuestra supuesta democracia – la misma que no déjamos de reclamar, aunque no nos preocupemos a fondo por ella – como una forma de demostrar nuestro poder, pero, en definitiva, continuamos dejando las decisiones, las transformaciones, en manos de los que siguen organizando desde arriba.  Se evidencia que los colombianos aclamamos querer un cambio y una mejoría del país, pero terminamos en lo mismo. Por ejemplo, legitimar a un presidente por dos periodos y seguir eligiendo candidatos por nada más que una alianza con el expresidente.

Debemos aceptar, entonces, que eso que Borges puso en boca de un profesor universitario, esa identidad colombiana como un acto de fe, no puede quedarse allí. Ser un acto de fe puede ser una decisión propia, pues ser colombiano implica responsabilidades sociales y políticas que no asumimos. Lo que nos une como nación no puede ser solo el compartir la certeza de que nuestro sistema no va a funcionar, convirtiéndonos así en conformistas, en lo que Kant llama “un medio para el uso de otros.” El individualismo y la cohesión conformista que desarrollamos son muestras incorrectas de lo que podríamos permitirnos como comunidad. Debemos abrir los ojos, no esperar que pase algo por sí solo; ser nosotros, los jóvenes, los promotores del cambio; viendo las problemáticas que nos afectan; buscando el conocimiento para poder halar hacia las mejores soluciones. Sólo cuando empecemos a hacer la diferencia en este sentido, podremos preguntarnos si acaso seguimos siendo ese acto de fe.

Valentina Lopera Villegas

Politóloga en formación de la Universidad de Medellín. Técnica laboral en gestión humana. Voluntaria de la Konrand Adenauer S.