Que el caso Uribe no sea un catalizador del discurso de odio

Es importante formar parte de la discusión, pero de forma argumentada, crítica, y respetuosa, donde las opiniones y los puntos de vista se guíen por hechos y argumentos más que por fanatismos y pasiones ciegas.

Desde que se dictó la medida de aseguramiento contra el expresidente Álvaro Uribe, el debate, principalmente en redes sociales, ha tomado un camino consecuencia de los fanatismos políticos y la carencia de pensamiento crítico bastante arraigados en la cultura política del país.

Por un lado, están los que lo apoyan a capa y espada, esos que han salido a manifestarse en sus camionetas y vehículos y los que han amenazado con armarse contra los que califican como “enemigos de la patria”. Aquí el discurso principal que utiliza está basado en varios puntos que al analizarlos no tienen mucho que ver con la situación actual y específica de la decisión de la Corte Suprema de Justicia.

Algunos de estos argumentos defienden la imagen del exmandatario, sacando a relucir los logros que se alcanzaron durante su presidencia, incluso al argumento de que es un buen padre y abuelo. Poco tiene que ver esto con los cargos de soborno y fraude procesal de los que se le acusan, delitos que presuntamente cometió posterior a su presidencia. Y, más allá de sus logros y su calidad como familiar y amigo, esto no lo absolvería, en caso de ser encontrado culpable, de los delitos que cometió.

Otros argumentos utilizados, y estos son los que más división generan, atacan directamente a la Corte, a la izquierda, a las FARC y demás. Atacar a las Farc y a la izquierda, que poco tienen que ver en el debate más allá de haber celebrado la decisión, solo logra incentivar el discurso de odio, de ambas partes. Cuando cierto sector de la política ataca a la izquierda y a las FARC, los tacha de criminales, de amenazas contra la democracia, esto hace que parte de sus seguidores, que los ven como salvadores, y que siguen a Uribe como una figura mesiánica , generen una imagen de sus opositores más guiada hacia la imagen de “enemigos”, lo que hace que, en su imaginario, todo lo que provenga de “ese lado” sea visto inválido, como persecución, como amenaza a la sociedad, más allá de la validez argumentativa que pueda tener.

La división y el discurso de odio toma fuerza pues los ya mencionados, que tachan de guerrilleros, terroristas y demás a un sector de la oposición, reciben respuestas igual de incendiarias sin argumentos que se podrían considerar como relacionados a la decisión de la corte. Se vuelve una discusión donde se dejan atrás los argumentos y se deja que las pasiones lideren las discusiones que escalan al odio, los insultos y la violencia.

No pretendo decir que no se debe hacer parte de las discusiones políticas, ni que sea malo estar de uno u otro lado, por el contrario, es importante formar parte de la discusión, pero de forma argumentada, crítica, y respetuosa, donde las opiniones y los puntos de vista se guíen por hechos y argumentos más que por fanatismos y pasiones ciegas. Donde prime el respeto por la diferencia, la disposición a aceptar argumentos contrarios, y a estar en acuerdo con opositores en ciertos temas. Eso nos irá guiando a debates constructivos y nos ayudará a evitar la división donde el que tenga opiniones diferentes se tacha simplemente de “mamerto”, “paraco”, y demás, acabando con los discursos de odio que tanto han protagonizado las discusiones políticas durante los últimos años.

Diego Alejandro Arcila Palacio

Estudiante de ciencias políticas de la universidad EAFIT, con gran interés en relaciones internacionales, comunicación política y periodismo de opinión, melómano, liberal y en general ser humano en constante formación.

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