“En la arena política y social de Colombia, la faena continúa y nosotros, los espectadores, seguimos esperando que algún día llegue el verdadero matador que ponga fin a tanta desvergüenza”
Después de años de lucha, los animalistas han conseguido una gran victoria: la prohibición de las corridas de toros. Ahora, por fin, los toros pueden descansar tranquilos, sin el miedo constante de ser perseguidos por una muchedumbre enloquecida con gritos de “¡Olé!”. Pero no nos preocupemos, que, si extrañan el drama, la sangre y la pasión desbordada, basta con sintonizar cualquier noticiero o, mejor aún, revisar los tradings topics de X, porque las verdaderas corridas hoy en día se dan en la arena política y social.
¡Ole! Aquí estamos, en pleno ruedo de la política nacional, donde los toreros llevan trajes de corbata y van armados con sus mejores metáforas, se lanzan unos contra otros en un espectáculo que ni el mejor cartel taurino podría igualar. Las crisis no son cosa del pasado, sino nuestro pan de cada día. Las EPS siguen en su incansable faena de lidiar con un sistema de salud que parece un toro indomable. Las colas en los hospitales no son para ver al matador, sino para rogar por una cita médica que se retrasa más que los proyectos de infraestructura.
Pero hablemos del verdadero espectáculo: los politiqueros. Estos maestros de la linda política que han perfeccionado el arte del pase de pecho, es decir, el pase de la culpa. Aquí no hay responsabilidad propia, solo el arte de echar la culpa al otro. La reforma a la salud, esa gran promesa que nunca vio la luz, sigue siendo el capote con el que se distrae al público. «¡Miren, miren, estamos trabajando en ello!», gritan desde sus tribunas, mientras en realidad la única faena visible es la de la burocracia y el estancamiento.
Y mientras tanto, en la gran plaza de Bogotá, nuestro querido alcalde está más ocupado en la transmisión de «Cómo vamos con el agua”, autoproclamándose como el guardián del caudal y el vigilante de los grifos, olvidando que su responsabilidad va más allá de los informes meteorológicos y olvidando los verdaderos que aquejan a la capital; los feminicidios y la inseguridad campean a sus anchas. ¡Olé, señor alcalde, olé!
Entre pase y pase, el público, seguimos esperando que alguien se atreva a dar el estoconazo final a los problemas de verdad. Pero parece que eso es pedir demasiado. Es mucho más sencillo distraer con las estadísticas del agua que enfrentar la sangrienta realidad de una ciudad donde las mujeres mueren a manos de la violencia en menos de 24 horas. ¡Qué coraje, qué valor!
Así que, amigos míos, celebremos la prohibición de las corridas de toros. Celebremos que al menos los animales tienen una esperanza de vida más pacífica. Porque en la arena política y social de Colombia, la faena continúa y nosotros, los espectadores, seguimos esperando que algún día llegue el verdadero matador que ponga fin a tanta desvergüenza.
Hasta entonces, sigamos disfrutando de este espectáculo, donde cada pase, cada recorte presupuestal y cada nueva promesa incumplida nos recuerdan que, aunque ya no haya corridas de toros en el ruedo, en la vida política y social de Colombia, las cornadas siguen siendo el pan de cada día. ¡Olé!
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