Los cumpleaños suelen ser fechas felices, días donde se conmemora con alegría el nacimiento de una persona, un lugar, o una causa. Pero el cumpleaños 170 del partido liberal, el de la revolución, el de las ideas renovadas, el de Uribe Uribe, Gaitán y Galán, se convirtió en una fecha para la vergüenza, el olvido y el dolor de quienes con orgullo alguna vez hemos levantamos henchido el pecho por la gloria de nuestro partido.
El sentimiento solo es comparable con aquel llanto descontrolado del 2 de octubre de 2016, donde el desasosiego me embargó sentado en un sillón, escuchando como anunciaban que los colombianos le decíamos que no a la paz. Entre el sollozo y la incertidumbre se me hace un nudo en la garganta incontrolable, mi cuerpo se estremece y al parecer logro contagiar a mi amigo que se encuentra cerca, parece un acto ficticio, quizá una mentira, pero mis ojos no dan fe de lo que ven con desaliento: El expresidente Cesar Gaviria, aquel que levantó las banderas de Galán, vende y traiciona ante los ojos expectantes de un país, la poca dignidad que nos restaba.
Parece que las palabras no le salen, se le devuelven en la garganta, se atraganta y pasa con agua mientras escupe su verborrea política y manifiesta la posición del Partido Liberal y sus congresistas, convidados de piedra al funeral del glorioso Partido Liberal que ha decidido apoyar a quien representa todas las contradicciones del ideal que alguna vez el mismo que habla, defendió y juró representar en honor a la sangre derramada de su líder.
De repente se me vienen a la mente las palabras que en video alguna vez vi, en las que un joven principiante titubea en su discurso en medio de un funeral, y llamaba a continuar la lucha a quien hoy vende hasta sus principios: “Quiero pedirle al doctor César Gaviria, en nombre del pueblo y en nombre de mi familia, que en sus manos encomendamos las banderas de mi padre y que cuente con nuestro respaldo para que sea usted el presidente que Colombia quería y necesitaba. ¡Salve usted a Colombia!”, mi proceso de negación aumenta y poco a poco se me diluyen los ojos hasta la mitad de mi pupila y mis párpados no permiten que se desborden las razones de mi infortunio. En la reducida pantalla del teléfono logro observar a varios ‘‘líderes’’ a los cuales les dí mi aprecio y confianza, hoy rodeando a un impoluto con voz entrecortada y carraspeante, tal vez la misma conciencia que se le atraviesa y lo castiga en cada palabra, que trata de contenerlo más de una vez para que no anuncie el deceso del partido liberal.
Y pensar que todo este tiempo siempre me mantuve con la cabeza en alto, orgulloso de apoyar y defender a esos mismos que allí condenaban un sueño y un ideal. Cuenta de cobro nos están pasando los colombianos en cada elección presidencial, humillados entre las votaciones más bajas. Que decepción, que desconsuelo, después de tanto bien que le hemos dado al país: el voto femenino, reformas agrarias como la de López Pumarejo y dirigentes que son insignia de progreso y cambio, quedaron reducidos y mancillados por culpa de la pésima toma de decisiones que nos han llevado al fracaso electoral para defender los intereses de unos cuantos traidores que nos vendieron sin chistar.
Seguro que el ministerio de Simoncito ha de ser muy bueno. Solo me queda mantener la esperanza en que podremos salir adelante y recuperar el partido de estos personajes que ennegrecieron la honra y gloria de nuestra casa. A pesar de las dificultades que se nos han presentado durante los últimos años y las muchas que vendrán, seguiremos con la frente en alto defendiendo el ideal de quienes murieron por nuestra bandera. Es ese ideal el que nos mantendrá vivos, el que nos llevará hacia adelante, el que no nos dejará rendirnos. Así que me levantaré con más ánimos y más ganas, jactante y persistente, con un corazón ardiente y orgulloso de ser liberal, ese mismo sentimiento que tenía desde que Ojeda Moreno era alcalde de mi ciudad, mi primo diputado del departamento y los pensamientos de mis padres que me llevaron a sentirme apasionado y engrandecido por el color de la tercera franja de mi bandera.