Procrastinación empática

No sabía qué me preocupaba más, si ellos, que hacían este tipo de actividades, o yo, que no hacía nada y además me atrevía a juzgarlos.

Por estos días, la “profecrastina”  hace promoción de sus dotes en nosotros. Y me pongo como ejemplo de esto. Al ser un individuo de pocas redes sociales (Facebook y whatsapp) he tenido que recurrir a volver a usar instagram.  Aquella red social de gente linda y exitosa. Donde se exhiben lujos y momentos felices. Argumento mi  incompatibilidad con esta app, con la excusa de no ser fotogénico. Porque ser feo, y no tener un celular con la fruta pomácea, para nada influye en mi nulo éxito allí.

Acostumbraba a usar esta red social para saber en que andaba mi futura esposa. Porque dedicarnos solo a “stalkear” es la condena que cae sobre nosotros, los sin foto. Me gustaba ver que hacía a cada instante y que tan feliz era en cada foto que posteaba, en especial, las que subía con su novio.

Por obvias razones, me aburrí. Pero sintiendo me cual Aquiles y visualizando al “13deabril” como aquella tortuga, decidí reactivar mi cuenta. Grata sorpresa fue saber que habían terminado, pero que ya tenía nueva vida. Por otro lado, me lleve un desaliento al enterarme de las tendencias que se estaban siguiendo. Cosas como; retos, tags y confesionarios para “matar el tiempo” en cuarentena inundaban mi pantalla de inicio. Y me dolía. Me dolía que Ignoraran que este término está mal implementado, porque en realidad, es él quien acaba con nosotros.

No sabía que me preocupaba más, si ellos, que hacían este tipo de actividades, o yo, que no hacía nada y además me atrevía a juzgarlos.

Sin sentirme lo suficiente mente inútil, como para no haber cerrado el dorado a tiempo. Precipitándome a lo impensable, y cansado de mis desaventuradas experiencias cortéjales, lo entendí; aprovecharía este lapsus de encierro para aprender a bailar salsa. Así cuando todo esto termine (porque terminará) lo celebraré como nunca he celebrado algo. Bailando.

Sin titubear, me contacté con una instructora de baile y negociamos las clases. Quedamos en que sería; barrida, trapeada y arreglo de loza por cada encuentro. Lo sé, me saldrá caro, pero  es un precio que pienso asumir. Es el precio de triunfar con las mujeres.

Al cabo de la primera clase, este sentimiento de no saber cómo más aprovechar mi tiempo libre me embargaba. Solo en este punto, descubrí que el tiempo es tan relativo, como su aprovechamiento. Y que mis ansias de mejorar mis dotes motrices no eran actos  tan diferentes a la de aquellos que están “matando el tiempo”.  Ambas eran acciones vacías de empatía y decoradas de egocentrismo.

Hablo de falta de empatía, porque nuestra única preocupación es el que hacer con el tiempo que nos sobra en este tramo de “encierro”, sin imaginarnos por un momento que se sentirá calzar los zapatos de aquellos individuos que a lo último que le temen es a este enemigo invisible por el cual nos confinamos, aquellos desfavorecidos. Quienes viven de la informalidad, los que habitan nuestra calle, aquel señor que con 80 años sigue siendo el único sustento de su familia, la pareja de jóvenes que serán padres primerizos y que además de no tener el bachillerato no tienen con qué comer, el padre cabeza de familia al cual su hijo le expresa que el agua no sacia el sonar que proviene de su vientre. Y muchos más, por solo decir algunos casos probables que hacen parte de nuestra realidad.

Al final de cuentas, estamos desde un punto de vista privilegiado. Yo, como buena tenia de mis padres, tengo la certeza de poder escribir toda esta vociferación un domingo en la tarde, después de haber deleitado un delicioso arroz con huevo en el almuerzo. Y sé que tengo seguro el huevo con arroz de la comida. Tal vez usted esté en una situación más favorable. Pero recuerde, el ser humano vive  en comunidad. Y hasta Schopenhauer escribió para ser leído.  Por lo tanto, Es un insulto intentar  platicar con cronos, si el virus se sigue proliferando a causa de la desigualdad social.  De nada sirve, si después del encierro seguimos siendo las mismas personas. En tal caso, merecemos ser exterminados por este microorganismo o por nosotros mismos.

Lo invito a promover un comportamiento más empático. No necesitamos de “famosos”, que bajen de su pedestal (el cual nosotros mismos les hemos creado) y que quieran solventar todo con sus  cuentas con millones de seguidores. El cambio está en pequeñas acciones realizadas por personas como usted, o como yo. Puede ser el donar alimento, ropa, dinero, implementos de aseo, etc. Estas y muchas más acciones  relevantes inclinarán esta balanza a nuestro favor. Haga eso, y le prometo que después de todo esto, bailaremos al son del poeta de la salsa.

Para finalizar, cito a mi papá y su más grande herencia; “la papa mejora en sabor cuando es compartida”. Y como buen filosofo de su tierra que es, nunca nos la ha predicado, si no  que siempre la ha deletreado por medio de sus acciones. Aplíquela para todo.