La primera inquietud es si resulta legítimo hacer consultas intrapartidistas, o si a los partidos se les deberían restringir estos mecanismos. Este planteamiento surge porque no es justa toda la publicidad que tuvieron los triunfadores de las consultas respecto de los otros candidatos, siendo en el fondo innecesarias como tales.
La consulta de Gustavo Petro buscaba sobre todo visibilidad y medir fuerzas con la derecha, pero no elegir a nadie, lo cual además es una burla al sistema y a esta figura. La de la derecha tampoco es del todo válida, porque Colombia no tiene un sistema al estilo de los lemas de Uruguay, y para esas coaliciones está la segunda vuelta. Además, sus tres líderes pudieron ponerse de acuerdo entre ellos sin consulta alguna, toda vez que no son de un mismo partido sino personajes con afinidades pertenecientes a corrientes diferentes en muchos aspectos.
Aún el Centro Democrático, un partido de derechas no vergonzante, requiere liberarse de Uribe y de esa obsesión contra los acuerdos de paz, para centrarse en un discurso de orden y generación de riqueza, como todo partido de este estilo, y no quedar anclado en el pasado.
La segunda pregunta es si el actual sistema electoral está conduciendo a lo que se llama la institucionalización de los partidos y a la generación de un sistema de partidos estable y gobernable o no. Es decir, no se sabe si es bueno que exista la lista preferente, ni está clara la circunscripción nacional para el Senado y otra serie de normas que deberían ser discutidas en una muy seria reforma política. El Congreso elegido ayer quedó muy parecido al anterior, con la diferencia de que unos partidos subieron y otros bajaron el número de algunas curules, lo que parece indicar que algo anda más mal que bien.
Ese conjunto de partidos, con alguna excepción de los extremos, no se diferencian entre ellos como para hablar de partidos institucionalizados y con ideologías determinadas. Cambio Radical, la U y el Partido Liberal son casi lo mismo para el ciudadano común, porque, en el fondo, surgieron del viejo Partido Liberal y algunos conservadores.
La segunda pregunta es si el actual sistema electoral está conduciendo a lo que se llama la institucionalización de los partidos y a la generación de un sistema de partidos estable y gobernable o no.
A la creciente votación verde, aún minoritaria para apoyar un presidente, tampoco se le ve claramente qué ideología respalda y a casi ninguno de sus líderes se le percibe vocación de partido. Aún el Centro Democrático, un partido de derechas no vergonzante (salvo su nombre y el discurso un poco “atrapalotodo” que dio ayer el ganador de su consulta, Iván Duque), requiere liberarse de Uribe y de esa obsesión contra los acuerdos de paz, para centrarse en un discurso de orden y generación de riqueza, como todo partido de este estilo, y no quedar anclado en el pasado. Igual ocurre con el Partido Conservador, que debe decidir de una vez a qué lado se suman quienes no se pasaron ya al Centro Democrático o están con Marta Lucía Ramírez.
Y la izquierda, peor aún, dividida hasta los tuétanos, como casi siempre, no se sabe en qué dirección va a apuntar, con un líder temporal en el escenario que no surgió de una concertación, ni mucho menos, y que no se ve como un imán de unidad. La prueba es que no hace un llamado a todas las izquierdas sino que está apelando ya al centro como opción de compromiso. Ayer Gustavo Petro llamó expresamente a conversaciones a Sergio Fajardo (Partido Verde) y al liberalismo.
La tercera pregunta es cómo va a hacer para gobernar el próximo presidente sin mayorías parlamentarias, porque ninguno las va a tener, sin entrar en la lógica de las transacciones ejecutivo-legislativo que tanto escozor crearon en la ciudadanía, que ya no está tan dispuesta a aceptar esas transacciones, por considerarlas despectivamente como repartición de “mermelada”, o sea, negociación ilegítima de votos por leyes a cambio de favores del ejecutivo de todo tipo.
Via: Periódico Universidad Nacional