Por qué no soporto a Lars Von Trier

Convertir un individuo en lo que siempre odió es una premisa narrativa con un largo historial en las artes. Su tratamiento es un tema estimulante, pues abarca gran parte de la inestable conducta humana en relación a lo que la sociedad le ofrece. Hace solo unos meses vimos como el éxito de Breaking Bad radicó en su planteamiento: un profesor educado e inteligente que se consume en pasión por el microtráfico de metanfetamina así en un principio haya visto detestable la posición moral del negocio ilícito. Camus en La caída, Hesse en Demian y hasta el mismo Gabo en El general en su laberinto declararon fuertes contradicciones en el causa-efecto de la motivación de sus personajes.

Ahora, resulta más llamativo cuando esto sucede en la vida real, y aún más, en las personas que se suponen son las propicias a sacarle provecho a esta idea: David Cronenberg, director de cine canadiense que profesó su recelo hacia Hollywood hace unos años ahora hace películas al lado de Robert Pattinson, el arquetipo de la farándula norteamericana. Sin embargo resulta más exquisito lo que ha venido sucediendo con Lars Von Trier, análisis que bien podría tomarse la academia de manera detallada. Pues el trabajo desde su trilogía del corazón dorado (Rompiendo las olas, Los idiotas y Bailando en la oscuridad) hasta la recién acabada trilogía de la depresión (Anticristo, Melancolía y Ninfomanía) ha variado de tal forma que ese inquieto director de hace treinta años no estaría muy seguro de apoyar la propuesta narrativa que en pleno siglo XXI profesa a los cuatro vientos como cine para afortunados intelectuales.

Siempre he pensado que este danés tiene una obra fallida, que su cine pretende desobedecer toda la historia del cine de la manera más obvia y escueta posible. Aunque profesar que su trabajo es malo sería muy pretencioso de mi parte, lo que sí puedo argumentar es que no me gusta, al punto de odiar todo lo relacionado a su nombre. Calificar su filmografía entra en campos donde reina la subjetividad, pues este cineasta, al igual que Terrence Malick, David Lynch o Jean-Luc Godard, no tienen punto medio en recepción: se aman o se odian. Lo que sí parece una conclusión más unánime es que sus ideales de producción y narración han cambiado, que lo mejor de Von Trier parece haberse esfumado.

Y todo esto viene a colisión tras su más reciente película que, tras autoproclamarse como la cinta más llamativa de los últimos años, termina siendo su obra más ridícula. Así, sin anestesia. Von Trier se ha convertido en lo que nunca deseó, o por lo menos eso era lo que nos hacía querer creer, porque tras su prometedora Europe, que apostó por una propuesta visual arrolladora alrededor de una construcción dramática profunda y atrayente, ha hecho en los últimos diez años eso de lo cual se alejó e intentó atacar, por ejemplo, con su manifiesto Dogma 95: poseer una vida pública más llamativa que su obra, promover un arte convertido en un voyerismo vago y sin sentido, esconderse detrás de la música clásica -que siempre suena bien- cuando lo demás sale mal y presentar narrativas catastróficas al quedarse sin ideas.

Y ni siquiera hago eco a las declaraciones en las cuales respaldaba a Hitler o cuando se presentó a una rueda de prensa con un estampe en su camiseta que decía “persona no grata en el Festival de Cannes”; y digo que ya no sabe qué decir en sus películas porque cada vez demuestra más que lo único que le importa es estar vigente: llamar la atención a como dé lugar, y para esto recurre al facilismo visual que brinda la pornografía, la violencia explícita y el absurdo -una especie de realismo mágico rebuscado-. Porque además de brindarnos incomodidad a las fuerzas nos hace creer, a todos y sin excepción, que su cine está en otro nivel, que la profundidad de sus metáforas sobrepasa el intelecto promedio. Cuando la verdad nos presenta ideas obvias (El anticristo) y contradicciones morales (Dogville e incluso Los idiotas) que terminan sobrecargando un guion improvisado. Porque cuando manifiesta que las perversiones humanas son uno de sus baluartes narrativos no encuentro una forma menos enriquecedora que siendo totalmente explícitos: ser polémicos desde la saturación y no desde la insinuación me parece la manera más cobarde -y la más fácil, por reiterativo uso- para abordar la conducta humana en toda su complejidad. Pues el arte que pretende incomodar y provocar necesita, vaya sorpresa, ser implícito y subjetivo, de lo contrario pierde toda gracia: la profundidad narrativa deja de transgredir y solo se dedica a mostrar.

Se dice de Michael Haneke, quizás el mejor director de cine europeo en la actualidad, que el valor de su obra reside en mostrar la violencia humana y la crudeza de sus acciones desde la ausencia de significado que esta refleja. Es decir, lo férreo de su obra es cuestionar el porqué de la decadencia social, llegando al punto de mostrar su inutilidad. Mientras que Von Trier, asimila lo miserable como el camino necesario para la redención, aprovechando el tabú y la irritación estética para defender sus ya de por sí imprecisiones argumentativas. (No se trata de prescribir un estilo único de elaboración cinematográfica, sino de contrastar modos de acercamiento a una premisa similar).

Tampoco quiero ser injusto. Von Trier es pretencioso porque sabe más que nadie que tiene las cualidades para hacerlo. Que sus últimos resultados hayan frustrado es otro asunto. Y es una lástima, pues sus propuestas iniciales demostraban un director preocupado por brindar calidad cinematográfica más allá de la facilidad y la soberbia dentro de un encuadre. Ahora hay que darle el crédito que se merece, pues su objetivo se sigue cumpliendo: hacer que personas del común, como yo, estemos profundamente interesados en hablar de él.

[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-b-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-xpa1/v/t1.0-9/10356220_10152575733628112_5221994349825380317_n.jpg?oh=7131973ae7d67aa81c54d493a9deb9f6&oe=5460205C[/author_image] [author_info]Diego Pérez Torres Estudiante activo de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Antioquia y de Comunicación Social en la Universidad EAFIT. Ha participado en la elaboración de diversos documentales y cortometrajes que han alcanzado presencia en diversos festivales de cine. Apasionado por el cine, la literatura y las artes visuales; con proyección en la realización e investigación cinematográfica.[/author_info] [/author]

 

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