Cuando estas líneas salgan impresas habrá pasado la marcha convocada para el 1º de abril por varios sectores, entre ellos el Centro Democrático y los líderes del NO, victorioso en el plebiscito con más de seis millones de votos que representaban un mandato de la democracia; mandato desobedecido por el Gobierno para atender sus ilegítimos compromisos con las Farc; escamoteado a los votantes con el concurso de las mayorías “enmermeladas” en el Congreso.
Por ello quiero contarles a mis lectores por qué marché. Y la primera razón ya fue dicha. Marcho por la democracia, por el respeto al gobierno del pueblo a través del sufragio. Hoy la comunidad internacional se rasga las vestiduras porque la supresión de facto de la Asamblea Nacional en Venezuela es el atropello a la voluntad de 14 millones de votantes. En Colombia, más de seis millones se pronunciaron contra el Acuerdo con las Farc, y nuestro presidente desatendió ese mandato popular sin que nada pasara. De ahí la reacción timorata de la canciller y el silencio cómplice del presidente.
Marcho porque mientras el Gobierno se dice respetuoso de la oposición y el Congreso pretende aprobar a las volandas su Estatuto, también para cumplirle a las Farc y a sus intereses, el presidente arremete contra la oposición tildándola de virulenta y mentirosa. La única verdad es la suya, la “verdad oficial”, y sus mentiras no lo son para los medios. La carta que blandió como un trofeo contra el Centro Democrático, ni era del Centro Democrático ni decía lo que el presidente afirmaba mentirosamente que decía.
Marcho contra un Gobierno que, por la puerta de atrás, por la vía rápida y –repito– contra la voluntad de las mayorías, no solo terminó incorporando a la Constitución la totalidad del Acuerdo, sino amarrando a su cumplimiento a los tres próximos gobiernos, algo totalmente extraño a la esencia de la democracia. Ni el pueblo mismo ha tenido jamás en Colombia semejante poder constituyente. Me hago cruces imaginando a las Farc, con su propio Estatuto de la Oposición como escudo, movilizando a sus propias “organizaciones comunitarias” en todo el país, para exigir el cumplimiento de su propio mandato constitucional como arma política para su ascenso al poder.
Marcho contra la impunidad de la JEP para perpetradores de crímenes de lesa humanidad. Marcho contra la falta de confesión y contra las penas de mentiras; marcho contra la elegibilidad de estos criminales o, cuando menos, hasta tanto no cumplan sus penas recreacionales; y claro, marcho contra la elegibilidad de quien reincide. Hay que tener algo de sindéresis y de vergüenza.
Marcho por los colombianos maltratados por la Reforma Tributaria; por esa inmensa clase media condenada a seguirlo siendo. Marcho por los cinco millones de pobres rescatados de la pobreza por las estadísticas de “la pobreza multidimensional”, pero nunca rescatados del subempleo ni del agache, para que disminuya realmente su pobreza monetaria, la de siempre, la del bolsillo; todo ello mientras grandes empresas hacen ostentación de sus billonarias utilidades. Marcho porque la prosperidad no ha sido para todos.
Marcho contra la corrupción sin apellidos ni filiaciones políticas. Marcho por el imperio de la ley y la dignidad de la justicia. Marcho por el drama del campo, sembrado de nuevo con 200.000 hectáreas de coca, azotado por la violencia de elenos y mafiosos, lleno de promesas y estadísticas; vacío de resultados y expectativas.
Les quedo debiendo, pero, en suma, marcho porque mi patria se parezca a Venezuela en la entereza de su “bravo pueblo”, que no en la suerte amarga que hoy le depara la dictadura.