Con ese lema el Centro Democrático convocó a los colombianos a marchar el 7 de agosto, con un éxito que no reconocerán el gobierno, la izquierda ni el centro-santismo, pero que no nos sorprendió, pues teníamos claro, y también los cientos de miles de marchantes, que la encarnación de la lucha por la libertad y la democracia en Colombia tiene nombre propio: Álvaro Uribe Vélez, quien nos devolvió la una y la otra cuando estuvimos a punto de perderlas y el mundo nos veía como un país fallido.
En ese orden de ideas, o mejor, de convicciones, teníamos igualmente claro que la lucha por la libertad y la democracia es una causa gemela a la del rechazo a la libertad arrebatada al expresidente. Por eso el grito era uno solo ¡URIBE INOCENTE!, en legítimo reclamo a una justicia en la que poco o nada creen los colombianos.
Es difícil creer en la justicia después del juicio a Uribe, con sus chuzadas ilegales que se legalizan, sus testigos ausentes, sus señas a testigos entrenados, sus papelitos que se dejan caer, sus teléfonos que se pierden, sus justificaciones a la conducta criminal del testigo estrella – ¡pobrecito! -, su descalificación de todas las pruebas y alegatos de la defensa, y sus juicios de valor con evidente animadversión contra Uribe y su familia.
Sin embargo, aunque nos cueste creer en la justicia, no queremos sumar a la desconfianza que pesa sobre su independencia. Las marchas no pretendían presionar la segunda instancia, que restituirá el equilibrio, no lo dudo, pero sí fueron un acto de fe en la inocencia de Uribe y un “hecho político”, en respuesta a un juicio que fue antijurídico en lo formal y “político-vengativo” en sus objetivos. Por ello, parodiando una tradicional frase española, tras las marchas podemos ripostarles a la izquierda y a los enemigos gratuitos del expresidente y del Centro Democrático: “el enemigo político que vos matasteis…, goza de cabal salud”.
Sin duda, esa expresión espontánea y multitudinaria, en un día feriado, lluvioso en Bogotá y, además, sin almuerzos, buses, ni artistas invitados, es un incuestionable hecho político con peso de cara a las elecciones de 2026. El gobierno, la izquierda y el narcoterrorismo seguirán atacando a Álvaro Uribe, sin reparar, quizás cegados por el odio gratuito, que cada ataque, cada agravio que el expresidente responde con la indignación que amerita, pero con la dignidad que lo acompaña, lo convierte en mártir vivo de la democracia y mejora aún más su inquebrantable salud política.
Ni la injusta detención domiciliaria frenará ese proceso de fortalecimiento político, porque el expresidente no necesita salir de su casa, ni hablar siquiera. Su ideario retumba en el sentir de los colombianos, en un momento en que la violencia, el escándalo y el desgobierno siembran la desesperanza.
Por ello, la lucha por la libertad y la democracia, la lucha por la esperanza… continúa y triunfará en 2026.
Comentar