Por favor sea infeliz

Al paso que vamos, la sociedad terminará dividida en dos grupos mayoritarios: por un lado, los coaching y business coach, y por el otro, quienes pronuncien estos oficios sin morderse la lengua. En el mundo hacen carrera los palabreros que, al no ser contratados en español, buscan nombres en inglés para cobrar el doble y lograr vender sus charlas de felicidad y autoayuda.

Llegará el punto en que nos colmarán de libros como: El monje que vendió su Ferrari, Cómo hacer que nos pasen cosas buenas, Los dones de la imperfección y textos como Piense y hágase rico que más bien parece un tratado de sexología o autoayuda, pero manual.

Cuando todos lleguemos al éxtasis de la felicidad, seamos empresarios, multimillonarios y exitosos, desarrollaremos nuevos empleos que nos lleven de nuevo al fracaso, que logren que el monje no venda su Ferrari y nos hablen del hombre más pobre de Babilonia.

Y estos sujetos tendrán que reinventarse y ofrecer charlas desmotivacionales que contribuyan a la pérdida de tiempo, a demorarse más en el baño de la oficina, a consumir más café y rajar de los compañeros del trabajo. En definitiva, dedicarse a construir ambientes laborales que exploten, maltraten y aflijan, tal y como estamos ahora, o un poquitico peor.

Para ello, las áreas de recursos humanos desempeñarán un papel protagónico reemplazando el ¡Sí se puede!, ¡Sí se puede!, ¡Sí se puede!… por un rotundo ¡No se puede! Se intensificarán actividades como el amigo secreto y las fiestas empresariales de fin de año las cuales producen el mismo resultado: grandes descubrimientos; entre ellos, la tacañería de algunos y las verdaderas intenciones de los jefes con sus secretarias.

Los informes de gestión pasarán a ser informes de autogestión y cada cual se fijará sus indicadores de incumplimiento, hará las diapositivas en la casa y en un monólogo frente al computador o espejo, como prefiera, presentará su improductividad. Las incapacidades laborales serán premiadas, a menores capacidades, mayor salario y mejor puesto, y el empleado del mes será quien menos se esfuerce en sus quehaceres.

Además, los de camisa por dentro y pantalón asfixia güevas — tanto testículos como quienes lo llevan puesto — que tienen más pirámides que los egipcios, se reunirán en plazoletas de centros comerciales de manera clandestina a susurrarse grandes ideas que los llevarán de la cumbre y la notoriedad empresarial, al desprestigio y el anonimato. También, a hacer vaca para pagar los tintos.

Eso sí, en esa nueva realidad que tal vez nos toque en un futuro cercano, quedará prohibido el ponerse la camiseta de la Selección Colombia por encima de la camisa y la corbata, y el chistecito de hacerle el amor a la amistad. No podemos caer tan bajo.

James Alzate

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