Esta frase a la cual recurrimos para explicar el estado actual de nuestra sociedad cuando observamos algún acto indebido por parte de ciudadanos o funcionarios públicos, resulta en la mayoría de las veces graciosa, pero cuánta realidad se esconde detrás de ella.
Me vienen a la cabeza inmediatamente las imágenes de Merlano, cuando fue detenido por la policía y se negó a realizar la prueba de alcoholemia, y la imagen fresca de Carlos Enrique Martínez, el concejal de Chía que evadió también, en su camioneta blindada, un retén de la policía y genero una persecución policial que pudo haber terminado en tragedia debido a las infracciones que se cometieron mientras esta ocurría.
Estos son apenas los casos que conocemos, pero ¿Cuántas otras cosas no sucederán de las cuales nunca nos enteramos? ¿Cuántos abusos del poder se presentarán a diario sin que se hagan públicos? Es un tema que me preocupa, porque a una clase política desprestigiada per se, estos excesos, por parte de funcionarios inescrupulosos, sólo terminan por agudizar esa pésima imagen y generan una gran repulsión en los ciudadanos que ven con muy malos ojos a sus dirigentes.
Lo cómico y paradójico de esto es que son exactamente esos ciudadanos indignados los culpables de dicha situación. En múltiples ocasiones he podido observar a personas que se dicen orgullosamente apolíticas, con explicaciones como que la política de este país les da asco, que todos los políticos son bandidos, que todos son ladrones, etc, etc.
¿Acaso no somos los ciudadanos los que escogemos a nuestros dirigentes políticos? Esa es la pregunta que hay que hacerle a esas personas. Su apatía nos ha llevado al extremo de ver dentro del concejo de Bogotá a un lustrabotas. Y no es que yo tenga algo en contra de este oficio que como cualquier otro es respetable, es que estoy convencido que para tener una mejor ciudad, para tener un mejor país, nuestros dirigentes políticos tienen que ser personas preparadas y capaces de entender las diferentes situaciones o problemas para poder solucionarlos de raíz.
Es sorprendente la cantidad de personas que realmente no merecen ocupar cargos públicos, bien sea por su moral, por sus méritos, por sus conocimientos o por la forma en que llegaron a estos cargos, y desgraciadamente son ellos quienes determinan el futuro de nuestra sociedad.
Los políticos no pueden seguir siendo elegidos por estómagos vacíos, pues esto nos lleva a que el que pague la mejor marranada, o la fiesta más grande en la que más licor se regale, es el que termina por sacar la mayoría de los votos.
Confío en que el avance de la tecnología permitirá a los electores conocer más sobre los candidatos, pero no está demás que todos colaboremos con nuestros amigos, familiares y conocidos, para que todos ejerzan su derecho al voto, que en mi opinión debería ser obligatorio, y de paso ilustrarlos un poco sobre las hojas de vida y el pasado de los candidatos más populares, para que por lo menos tengan una base sobre la cual puedan decidir.
Si queremos ayudar con un cambio para una mejor sociedad, debemos empezar a trabajar en la cultura del voto.
Seamos nosotros el cambio que Colombia necesita, pues finalmente la decisión está en nuestras manos.
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