Política y emoción son hermanas de viaje: una lección de clase

alentar al ejercicio prudente pero auténtico de los sentimientos, esos que dan humanidad al tecnicismo cínico que a veces puede tomarse las legislaturas y las administraciones públicas que gobiernan a espaldas del sentir del pueblo, yendo a las causas de sus afecciones y no a los efectos para manipularlos”


El matrimonio primitivo entre nuestras pasiones y las ideologías que nos gobiernan, ha sido y debería ser una constante en la política, o por lo menos, así lo aseguró el exdiputado español y hoy asesor de comunicación política Borja Cabezón, quien, en una sesión de clases de máster, compartió sus opiniones frente a los retos inminentes de los medios de comunicación y su influencia en la opinión pública.

De acuerdo con Borja, el problema real no es que la política actual está llena de emociones, sino todo lo contrario, que está desprovista de unas auténticas; de alguna manera, remarca la neutralidad que supone el discurso emocional, y que sus efectos dependerán única y exclusivamente, del candidato o el gobernante que las utilice para afianzar los valores democráticos o, en el peor de los casos, para socavar las convicciones de diálogo racional y respetuoso que sustentan nuestra cultura política.

Por eso, llega a decir que el cáncer que hace metástasis en nuestros sistemas electorales y de gobierno es, sin duda, el populismo, que no es otra cosa que la exacerbación de las emociones sociales en dirección a un proyecto autoritario u oligárquico. Eso sí, por decirlo con una expresión, no por eso, hay “que arrancarse todos los dientes por un dolor de muela”, las emociones son y deberán ser, la amalgama que teja las aspiraciones, deseos y necesidades de la voluntad popular con la sensibilidad, la solidaridad y el compromiso de candidatos y gobernantes.

Las emociones como la ira, el asco, el miedo o sus derivados como la indignación o la repugnancia, deberán llevarse a su mínima – en algunos casos- y justa proporción; el discurso político en consorcio con los medios de comunicación, tendrán que alentar al ejercicio prudente pero auténtico de los sentimientos, esos que dan humanidad al tecnicismo cínico que a veces puede tomarse las legislaturas y las administraciones públicas que gobiernan a espaldas del sentir del pueblo, yendo a las causas de sus afecciones y no a los efectos para manipularlos.

Finalmente, Borja llama la atención sobre lo que él considera podría ser el definidor sustancial del discurso político y, por tanto, de todos los que se dedican a la política y es la credibilidad. El asesor comprende que en medio de este rifirrafe mediático de mensajes, de personajes políticos que se hacen a partir de los bulos y las emotividades “tóxicas”, los políticos pueden marcar distinción por medio de la coherencia y el trabajo sosegado que seguramente llamará la atención de los medios y de la sociedad civil, pero que podrá construir en el tiempo, una narrativa sostenible soportada con hechos que seguramente, devolverá -al menos un poco- la confianza del electorado y de los ciudadanos en general en sus instituciones sociales y políticas.


Nota: Esta columna se realiza a partir de la conversación en clase del máster en comunicación política avanzada del Centro de Educación Superior (CESNEXT) adscrito a la Universitat de Lleida. Esta conversación se llevó a cabo con el exdiputado Borja Cabezón/ Twiiter: @BorjaCabezon

Andrés Zorrilla

Filósofo y comunicador político,
Investigador,
Diseñador estratégico para la innovación

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