No siempre estabas sola conmigo. A menudo veías
largas fiestas marchitándose en los canales,
fluyendo bajo los puentes, perseguidas por el tiempo
entre racimos, en lánguidos prados y la luz
de la tarde horadando las aguas
y los aros del río.
Y a veces no supimos quién de los dos era el ausente:
con frecuencia mirabas los límpidos torneos
librándose en las vías bajo soles invernales,
entre verandas, flores brumosas y el hielo
de las murallas arrollando los trofeos
en luces infernales.
Mujer de otra manera —lo más semejante a la vida—
cálida en imperceptibles pasiones,
velada por un vapor de lágrimas ideales,
en el viento, en los últimos puentes surgías
por los portales al fuego de las estrellas,
detrás de amarillentos vidrios.
Traducción: Guillermo Fernández