Lo políticamente incorrecto tiene la capacidad de impactar a primera vista. Como las imágenes sensacionalistas que se publican a diario en la prensa roja: en la portada un muerto y en la contraportada la modelo que lo mató.
A muchos reporteros no les dicen sabuesos en vano. Es verdad que han aprendido, con tantos años y desenlaces repetidos, a oler la sangre en las historias, en los callejones o en los baños de los moteles. Donde sea que se encuentre y grite por ser contada. Las crónicas que resultan aparecen retratadas en imágenes que reflejan cualquier tragedia humana, sin ningún tipo de censura, para que el espectador deduzca lo que su morbo le indique. Por eso la gente es adicta al espectáculo, porque lo espectacular está inspirado en manipular las pasiones para lograr cualquier propósito.
¿Cuál es el mejor adjetivo para describir la muerte? Basados en la metáfora de ver la luz al final del túnel, tal vez la palabra precisa sea lúcida: como el resultado de cada disparo del obturador al revelarse. El poder de una imagen radica en que al morir el instante capturado, renace y se recrea la realidad. Algo de nostalgia habrá en el alma de los que prefieren pintar óleos con la ilusión de que el tiempo y sus imposiciones mueran lentamente. Pero como las tragedias no esperan que se sequen los lienzos, toca documentarlas con cámaras y micrófonos, ¡ya! A posteriori las pinturas sirven para interpretar lo que pasó.
Es bien sabido que cuando los corresponsales de guerra no tenían celulares ni cámaras digitales con memoria infinita o internet, tenían menos posibilidades de capturar la fotografía precisa. Sin embargo eso nunca ha sido un impedimento para lograr piezas magistrales del fotoperiodismo mundial. Nada más hay que revisar los anaqueles del Premio Pulitzer, el World Photo Press o el National Geographic Photo Contest. No son sensacionalistas sino simplemente sensacionales.
Aventados en la carrera por retratar el apartheid en Sudáfrica, Kevin Carter, Greg Marinovich, Ken Oosterbroek y João Silva le mostraron al mundo la magnitud del odio racial. Con la foto ganadora del Pulitzer en 1994, Carter dejó un recordatorio de que el hambre sigue vigente en el Cuerno de África. La desgracia es rentable transmitirla en vivo. Primero porque sensibiliza y segundo porque el margen de ganancias de los medios se basa en el rating que les produce. Muchas discusiones editoriales terminan al momento de poner en la balanza el informar de manera responsable y la oportunidad de entretener y generar discusiones en redes para aumentar el tráfico y la pauta publicitaria.
Escoger una imagen que resuma los fracasos de la humanidad en los últimos decenios, después de que han sucedido sin dar cabida a digerirlos, es pretender que unos muertos han sido peores que otros. Todas ellas testifican qué pasó, a su modo y tiempo. Cuando se observan confrontan, y cuando confrontan, revelan lo que tienen en común: un clamor al presente que nunca aprende de la historia que repetirá hasta el fin de los tiempos. Enumeramos nuestros pesares para no olvidar. Para cosificar el dolor y recuperar el aliento. Para que los negativos, al ser revelados, se conviertan en testigos de nuestra penuria. Para que como sugería Renoir, las ideas vengan después, cuando la imagen esté terminada y podamos entender lo que la prisa nunca nos permitirá dilucidar.
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