Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más regía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote,
Platko, Platko lejano,
rubio Platko üonchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro pals. ¡Tú, llave,
Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ri, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu saldo,
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie, nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas, sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta tú. corazón de la esperanza.
Fue la vuelta.
Azul heroico y gnana,
mandó el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas, rotas alas,
combatidas, sin plumas, encalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.