Las consecuencias del amor

“Lo peor que le puede ocurrir a un hombre que pasa mucho tiempo solo, es no tener imaginación. La vida, ya de por sí aburrida y repetitiva, es en ausencia de fantasía un espectáculo mortal”.

Le conseguenze dell’amore

Mañana y tarde, día y noche, este mundo en el que vivimos -por un azar pasmoso- se debate en una serie de doctrinas, instintos e inevitables consecuencias, que hacen de la existencia un pálido refugio para la razón. Los alegatos sinuosos y la gritería estrepitosa e inútil han dado por sentado que vivir ya es más un acto derivado que pensado.

Osan unos en darle algo de estilo a esta realidad, a esto que llaman vida, tratando de apaciguar la furia de los sentimientos con distracciones de sutil calado. Algunos debaten en las redes sociales, otros en las calles con la pancarta arriada, unos en los clubs sociales con el trago en la mano y el dedo meñique izado, otros en los fondos de los bares y algunos en las resquicios más agónicos que provee el cerebro. Hay quienes debaten de política agónica, de gobiernos efímeros, de construcciones de cortes y hay quienes suplican en sus debates el perdón. Yo sin medir tiempo a tan esquizofrénica reyerta, prefiero debatir conmigo mismo sobre la consecuencia que trae el amor. Digan lo que digan, hablen como hablen, me juego más en entender cómo ese mal acaba mis entrañas, que saber si el elegido gobernará de la mano del amo o con él detrás.

No es una retirada de Stalingrado, huirles a los sesudos encuentros con quienes construyen -como dice Alberto Cortez- “castillos en el aire”, formándole lógica a lo abyecto o fútil; es mejor marchar a la comodidad del silencio que ante la ignorancia combatir aireados, como soldados dispuestos a dar la razón por nada.

Imagino, en ausencia de eso tan pueril, al amor. A lo que me ha afectado, con lo que he luchado y de donde no he podido salir victorioso. Es que nadie puede ganar una singular batalla, cuando de guerrear con tan arguciero elemento se trata, por qué el amor cambia las reglas del juego, de una forma tan vergonzante, como se cambia de muda quien tiene ropa. El amor no es solo darle besos y abrazos al amado o la amada, no es compartir la cama o un desayuno; el amor está presente en todo acto, sino pregúntenle a quien puede segar una vida por dinero… Lo hace con esmero para obtener la recompensa.

Cabe decir que el amor esta en todo y en cada momento, en cada pequeña cosa o en todo gran deseo; el amor es un aire que se respira de manera natural, se hace piel cuando se debe y se descarta como lo que estorba. El amor es un mal-bien presente que no le importa que tanto hace con tal de que el resultado aparezca. Se jura y se siente, se padece y duele, enferma y alivia, provoca vida y también muerte; el amor no es otra cosa que un energúmeno disfrazado de sensato.

Amor se dice sentir, y en particular, por quien se desea. Parece que cuando la palabra sale por la boca, todos le huyen por el temor que les produce los resultados o las consecuencias y no se preocupan por el efecto de a quién va dirigido pueda producir. Le ponen seso y fuerza para espetarla y al hacerlo, el viaje de ella hasta el receptor puede ser turbulento… Pero es que al espetarla el receptor es quien menos sufre porque quien la espeta es quien espera el resultado; sobra decir que cuando es positivo pues habrá festín y cuando es nugatorio pues habrá dolor, y así y todo seguirá habiendo amor.

Borrar la esperanza en quien dice la palabra es dotar de ambigüedad su existencia y quien borra la esperanza sufre el éxtasis de la victoria.

Imagino, cuando hablo de esto, a Napoleón esperando poder conquistar a Rusia, imagino verlo deseoso, ansioso… Pero lo veo derrotado, regresando a París, sin la victoria, sin el amor. También veo a Romeo deseando a Julieta, viéndola ahí tendida cuando decide el fatal final, prefirió seguirla en su ruta que dejar que el amor dejara la contienda con un solo vencedor.

Borrar al amor del diccionario, borrarlo hasta no dejar rastro, pareciese ser la solución mediata e inmediata; pero desaparecerlo es dotarlo de martirio y al hacerlo habrá quienes prefieran morir en su nombre.

Imaginar, por momentos, que no está presente es como ver un gran salón vació, una llanura deshabitada, un mar sin criaturas; pero cuando se acepta su ausencia -y por extraño que parezca- la cordura y la razón ocupan lo inhabitado.

Ante el panorama, cicatero y bipolar, que genera el mismo invento de la naturaleza, queda por responder ¿Trae el amor alguna consecuencia? y la respuesta no es elemental. El amor es de traer consecuencias voraces, epidémicas y atroces; el amor no deja palacio de la razón en pie o muralla de la negación en firme, el amor juega para ambos lados con prístina premura, ayuda a los contendores a terminar con sus vidas y si ha de quedar uno vivo, por el honor al caído -el mismo amor- le presta el servicio de acabar con ella al vivo… Eso es el amor.

No puede acabarse con él. No puede tirarse a la bolsa y dejar que vaya al relleno. No. Es absurdo perder el tiempo tratando de componer lo retorcido del mundo si antes no se trata de entender la dicotomía que es el amor.

Ante lo dicho restaría rogar porque el amor no traiga consecuencias, más pedirlo es imposible. Así como se ruega por que por un acto de amor la vida siga, así mismo se ruega que por un acto de amor se marche… Amar es de esas cosas que se desean desde el primer día, pero que cuando se acomete o se padece es mejor dejar que el solo se marche, aunque seguramente -y como el ladrón- volverá.

Andrés Felipe Pareja Vélez

Editor de la sección de cultura de Al Poniente, escritor por gusto, defiendo al hombre, la ciencia y la razón, ergo no puedo ser ni de izquierda ni de derecha.