“No se hagan falsas expectativas de encontrar personas de cimiente intachable y alineadas a su forma de pensar. La divergencia es una realidad y no debería potenciar una postura irreverente y arribista con la pretensión de ofender y vulnerar los derechos fundamentales de otros.”
Ningún tiempo pasado fue mejor. Digo esto en relación a todos aquellos que manifiestan haber ya vivido sus mejores épocas, pues con desilusión y añoranza ven su pasado, buscando sustraer algo de allí.
La razón predominante de este pensamiento desasosegante se encuentra estrechamente aferrada a la idea de la cultura ciudadana, la ética y los sistemas sociales que hacían efectivo el cumplimiento de la normativa desde la intimidad del hogar hasta lo público de la sociedad.
La tolerancia y el respeto fueron pilares esenciales de la moral que con celo se plasmaban en el carácter y creo con mucha seguridad que por eso la mayoría de nuestros padres y abuelos fueron criados bajo literatura como El Manual de Carreño y la Biblia, aprendizaje que era reforzado por instrumentos como la regla de madera y la famosa correa de cuero.
Ahora bien, si la forma de corrección y exhortación de nuestros ancestros fue o no la más apropiada, no es el tema de discusión central, el aspecto a destacar aquí es el hecho de que la irreverencia y la intransigencia se están poniendo de moda.
Las figuras de autoridad dentro y fuera de casa -sus padres, su jefe, el alcalde, el gobernante, el juez, el presidente – nos parezca bien o mal, merecen honra partiendo de dos puntos: primero, son los encargados de ejercer el liderazgo (que entre otras cosas, son elegidos por nosotros y/o nuestros semejantes) y segundo, son seres propensos al yerro así como cualquiera de nosotros. Tengamos un poco de consideración y valoración por estas personas.
Contrario a no guardar ningún tipo simpatía con las filosofías de cada quien, nos corresponde respetar y tolerar recordando los derechos y garantías que nos favorecen como seres humanos y ciudadanos y que nos hacen iguales ante la ley, las cuales se consagran en los artículos 13, 15 y 16 de nuestra Constitución Política.
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