Escuchaba sobre ti, pero susurraba dentro de mí: que exagerados alpinistas, quieren causar impresión. Me atreví como valiente, cual caminante principiante, a explorar tus curvas inconstantes, poco a poco y lentamente pisaba tu piel húmeda y habitada de seres con mucha suspicacia, te visualicé entre árboles y rocas, pero no veía nada que se aproximara a la belleza escuchada. Continué…
El cansancio en mis piernas débiles y agotadas, me quería vencer, pero no, la poca modestia de mi mente, no me dejaba, pensaba… ¿qué tan bello puede ser? no veo nada diferente a una selva…
Cada vez eran más fuertes y acelerados los latidos de mi corazón, cada vez sentía menos circulación en mi sangre, divisé a lo lejos una pequeña luz, escuché un poco de agua caer… pero no era la cima. Tuve la oportunidad de beber agua pura, de parar y de reflexionar, ¿qué importa lo que escuché? ¿Es realmente importante comprobar lo que otros dicen? NO! Estaba viviendo una fiesta, donde yo era la invitada principal, con seres mágicos que me daban energía y potencial, así que seguí mi camino, paciente y atraída, tuve tiempo de cantar, de imaginar, de meditar y hasta me senté en su sala, quise capturar aquella corta visita con una fotografía, pues es algo que recordaré, pero su imagen quiero conservar.
No supe en que momento pasó, solo sé que pasó, abrí cual ansiosa forastera sus últimas ramas, y entre ellas encontré un indescriptible olor, sabor, y sensación a placer.
Llegué a Pico de Loro! sí señor, lo logré.
Solo miré y me dije: Que atenuantes alpinistas, esto es mucho más de lo que podría imaginar, era como ser libre y dueña del cielo por un segundo, era como estar en el paraíso que ves en tus sueños… Mucho más que eso, era ese mágico lugar, en donde no existe nadie más para ti, que el cielo, el viento, las aves y tú acompañándolas a volar.
Quise llegar hasta la punta de tu cima, Pico de loro, que bello fue desnudarte y sentirte tan cerca, pero bajar de tu silueta, fue tan triste como cuando le cortas las alas a un cóndor.