La realización de elecciones de periódicas es la institución más importante de la democracia porque, señala Popper, permite a los pueblos deshacerse de los malos gobernantes sin derramamiento de sangre. Las monarquías absolutas carecían de una institución semejante y cuando la genética les deparaba un prínceps inepto o criminal, no quedaba más que la esperanza del accidente afortunado o la intervención oportuna del veneno o el puñal regicidas.
Las repúblicas y monarquías parlamentarias europeas disponen, además de las elecciones periódicas, de otros mecanismos para perpetuar en el poder a los buenos gobernantes, deshacerse de los malos y resolver los conflictos entre el parlamento y el jefe del ejecutivo: el voto de confianza y la disolución. Los regímenes presidenciales, con sus períodos fijos y el origen popular de los mandatos del presidente y el congreso, enfrentan periódicamente bloqueos institucionales cuando los presidentes tienen fuerte oposición o, también, cuando gozan de gran popularidad.
Desde principios de los noventa se han presentado en América Latina, donde el presidencialismo es el régimen político típico, no menos 20 bloqueos institucionales, que llevaron a decisiones políticas, un tanto al margen de la constitución o con reformas sobre medida, para prolongar el mandato de presidentes con gran apoyo popular, como Fujimori, Chávez y Uribe; o abreviar el de mandatarios profundamente desprestigiados, como Collor de Mello, Abdala Buracán y Sánchez Lozada.
El inminente colapso del gobierno de Petro y la pérdida de la mayoría en el Congreso, plantea un reto al presidencialismo colombiano, que no dispone de un mecanismo de solución expedita del conflicto, semejante de la “muerte cruzada”, de Ecuador, o la destitución por “incapacidad moral”, de Perú. Tenemos el tortuoso procedimiento de acusación por la Cámara ante el Senado, aplicado en el caso de Samper Pizano por el ingreso a su campaña de dinero del narcotráfico.
Aunque finalmente el Senado lo absolvió, Samper quedó profundamente desprestigiado y los dos últimos años de su mandato fueron los de un presidente fantasmal casi sin poder. Después de las violentas arremetidas de la izquierda contra la sociedad que no supo controlar, igualmente fantasmal y lánguido fue el gobierno de Duque, quien durante todo su mandato careció de mayoría en el Congreso.
Es dudoso que Petro, convencido de la perfección de su proyecto político, renuncie a su implantación y deje pasar los más de tres años que le faltan solo echando discursos delirantes y trinando como un desventurado. Por el contrario, son muchos los elementos que apuntan hacia una orientación de su gobierno cada vez más autoritaria y contraria a la constitución, apoyada en la milicianización de la que advierte Carlos Alonso Lucio, su antiguo compañero de armas.
Dispone de ingentes recursos para comprar apoyos de toda índole, desmanteló el alto mando militar, puso a la cabeza de la policía a un activista suyo y, venido el momento, podrá contar con el apoyo de las bandas criminales a las que renunció combatir y les ha dejado el control de extensas áreas del País. ¡Háganse cargo ¡
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