Peregrino transparente de Juan Cárdenas

La editorial Periférica de España publica una nueva novela del escritor payanés Juan Cárdenas. Se trata de Peregrino transparente (2023), un libro donde se mezclan la reflexión filosófica, la literatura de viajes, la novela histórica y la crítica social y política. Un texto que, a su manera, da cuenta de nuestro pasado y de nuestro presente, de esos hilos invisibles que unen las épocas históricas. 

La nueva novela de Juan Cárdenas se sitúa en plena mitad del siglo XIX en Colombia, en tiempos de la Comisión Corográfica de Agustín Codazzi y Manuel Ancízar, la abolición de la esclavitud, el conflicto entre los artesanos proteccionistas y los liberales librecambistas gólgotas y, por supuesto, en esos esfuerzos del país por ingresar a lo que Eric Hobsbawn llamó la “era del capital”, la misma que había producido la “unificación del mundo” y que incorporaba al sistema- mundo-capitalista a los países periféricos, más precisamente, como proveedores de materias primas y consumidores de productos industrializados.

La novela, como explícitamente lo dice el autor, fue inspirada por el libro Peregrinación del Alpha de Ancízar que cuenta los pormenores de la expedición que a su manera continuaba la iniciada por José Celestino Mutis un siglo atrás, y que fue interrumpida por la guerra de independencia. Tras ese paréntesis en la investigación en Colombia, la nueva expedición a cargo de Agustín Codazzi buscaba “la descripción de la geografía humana del país, el levantamiento de mapas y la ubicación de recursos con potencial económico en el territorio nacional”. Es ahí donde se sitúa la trama: un acuarelista inglés llamado Henry (Enrique) Price, pintor de la expedición, se interesa por la obra pictórica de un personaje enigmático, un indio llamado José Rufino Pandiguando, que resulta ser un comprometido luchador a favor de la causa de los artesanos de la época en contra de los intereses de los liberales librecambistas que deseaban vincular al país al mercado mundial, pero cuya política económica arruinaría al artesanado colombiano.

El pintor itinerante, que recorre parte del país con la Comisión, resulta tras las huellas del también itinerante indio al cual, finalmente, encuentra. Tras el conflicto que culmina con la caída del experimento popular de José María Melo, donde el maridaje entre conservadores y liberales detuvieron el cambio, tal como hicieron siempre que vieron amenazados sus intereses y hegemonía, el inglés llega a recomendar a Pandiguando como su sucesor en las labores de la Comisión, sin embargo, la huida del indio desencadena un conjunto de eventos donde la caza del enigmático personaje se convierte en asunto de Estado. En la descripción de esa persecución salen a flote las dotes narrativas de Juan Cárdenas que, como en esos libros de García Márquez, da cuenta de ese realismo mágico ya instalado en las clases populares y su espíritu supersticioso.

Entre las primeras actividades y recorridos de Price con la Comisión y la persecución final del indio Pandiguando, muchos temas interesantes desfilan por el libro de Cárdenas, desde la situación política de la época, la crítica del racismo en un tiempo en el cual se cree que “El progreso racial es la base del progreso material”; la institución de la prostitución que acompañó (y acompaña) los procesos extractivistas de esta nación, la ficción donde “una araña de cuatro patas” se folla al protagonista, hasta digresiones filosóficas sobre la literalidad. Con todo, hay dos aspectos del libro que me gustaría resaltar: el primero, la búsqueda del progreso y la modernización como uno de los fines de la Comisión; el segundo, la crítica que realiza Cárdenas a nuestras aristocracias, y, muy especialmente, a ese sector racista y clasista payanés que parece no envidiarle nada a las casas de España o de Europa.

En el primer caso, es claro que la Comisión surge en un momento donde se quiere promocionar el país en el exterior, por ello mezcla un interés científico con uno propagandístico. Dice Cárdenas: “querían llamar la atención del observador extranjero, de los inversores, de los inmigrantes aventureros y los empresarios, en un momento en el que el país había conseguido aumentar su margen de exportaciones y enganchar modestamente algunos productos en los mercados internacionales (especialmente el tabaco). Se trata de mostrar a la república como una tierra llena de oportunidades, rica en minas y otras potenciales exportaciones, habitada por un pueblo rústico pero lleno de energía, todo dentro de los lineamientos de una ideología política de corte liberal y capitalista que había logrado una cierta hegemonía”. Esto explica por qué Ancízar “hace un esfuerzo por lucir como un agente del progreso, un sujeto moderno, sin otros principios que la razón y la ciencia; un hombre preocupado por la educación del pueblo, plenamente consciente de su labor como desencantador de lugares embrujados y azote de las telarañas espirituales que nublan el entendimiento de las gentes del primitivo país”. Esa misma idea es la que está en la cabeza de Codazzi, el director de la Comisión. Recordemos que el progreso fue, como decía Ernst Jünger, la gran iglesia del siglo XIX.

De tal forma que la mentalidad de estos dos próceres de la ciencia, pero también del romántico Price, encajan muy bien con lo que ocurría en esa época en América Latina, donde el liberalismo había asumido los ideales del positivismo y se disponía a despachar definitivamente la herencia colonial española para construir en este lado del Atlántico el “estadio positivo” de Augusto Comte. Esos ideales fueron compatibles, como sabemos, con el racismo y la política de inmigración blanca, tal como ocurrió en Argentina. Con todo, en la novela Price parece ser más sensible ante la diversidad racial de este país, más condescendiente.

 En cuanto al segundo aspecto, es preciso recordar que el filósofo y crítico de literatura colombiano Rafael Gutiérrez Girardot decía que nuestras aristocracias, las mismas que crearon su ideal de la “polis cachaca” y que con su “humanismo municipal” y sabanero había inspirado después el mito de la Atenas suramericana, fueron expertas en el arte de la simulación o el rastacuerismo. De esta manera reprodujeron el exotismo dieciochesco de los Buffon o De Paw como una forma de agradar a los europeos. A su parecer, la literatura latinoamericana, incluido el mismo realismo mágico, había contribuido a satisfacer de manera delirante la curiosidad necesidad del Viejo Mundo por embriagarse con las historias de este continente al que seguían considerando infantil, inmaduro, exótico y por lo mismo incivilizado y bárbaro. Un continente al que arribaban aventureros en busca de un golpe de suerte que les permitiera enriquecerse con algún producto exótico del trópico.

Esa simulación y explotación del exotismo se afianza con el costumbrismo y con la posterior cristilandia que las mentes de Miguel Antonio Caro y Rafael Núñez establecieron (con éxito) en la República de Colombia. Para la segunda mitad del siglo XIX, como nos recuerda el historiador argentino José Luis Romero, todo se imitaba, hasta la forma de tomar el té. Y de esta manera nuestras aristocracias repetían la misma simulación que en la época colonial adoptaron como forma de vida, especialmente, aquellas capas sociales que reivindicaban su pureza de sangre para no perder el acceso a sus privilegios, las mismas que exigían que se antepusiera a su nombre el calificativo de “don” o “doña”. Para sobrevivir, esas capas, ya en la república, siguieron simulando cultura y otros bienes, creando así lo que Antonio García llamó nuestra “República señorial”.

En el libro, Cárdenas da varios ejemplos de ese angustioso afán por parecer ser lo que no se es, esto es, de simular y mimetizarse en una sociedad vertical que menosprecia y mira de reojo a los excluidos, los antiguos pardos y castas; esta misma actitud -este mismo pathos de la distancia para decirlo con Nietzsche- es la que opera en el trato que los cachacosdan a los guaches, a esa gente que ellos consideran vulgar e ignorante, tal como lo muestra en su libro el escritor colombiano. Para ejemplificar este tópico, basta mostrar las ideas que Price se hace sobre los payaneses: “ha notado que los popayanejos les gustaba presumir su clima europeo y hacen todo lo posible para que su vestimenta se ajuste a esa ficción”. Más adelante, frente a la pintoresca y descabellada idea de que los restos del mismísimo don Quijote se encuentran enterrados en algún lugar en Popayán, dice el personaje: “¿Se pueden creer? ¡El Quijote! ¡Papanatas! ¡Son unos papanatas! Rufino [el indio] resopla con desdén: andan con ese cuento hace años, dice, no sé quién se lo inventó. Siempre queriendo congraciarse con los españoles, fabulando abolengos para sentirse menos abandonados a su suerte…si por ellos fuera, que volviera Pablo Morillo de la tumba a reconquistarnos por enésima vez”.

El libro de Juan Cárdenas, es, por estas y otras razones, un “retrato” de nuestra sociedad, un texto relevante para la literatura colombiana, para eso que el ya citado Rafael Gutiérrez Girardot llamó una Historia social de la literatura, la misma que ayuda a desentrañar la manera como hemos llegado a ser lo que somos, pues pone de presente cómo las sociedad se hace presente en las letras, y cómo, a su vez, la literatura se hace presente en la sociedad.

Damián Pachón Soto

Profesor Escuela de Trabajo Social, Universidad Industrial de Santander. Ha sido profesor invitado en varias universidades nacionales y extranjeras, ente ellas, la Universidad Nacional de Colombia, La Universidad de Antioquia, El Instituto Cervantes de Tokio, La Universidad de Nanzan en Nagoya y la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe en Japón. Autor de varios libros, entre ellos: Estudios sobre el pensamiento colombiano, Vol.1, Estudios sobre el pensamiento filosófico latinoamericano, Preludios filosóficos a otro mundo posible, Crítica, psicoanálisis y emancipación. El pensamiento político de Herbert Marcuse (2a ed.).

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