¿Qué querrá Santos? ¿La paz o el premio nobel? ¿Y qué querrán las Farc? ¿La paz o el poder? Aunque todos los colombianos conocemos las respuestas a ambas preguntas, muchos siguen pensando que por el camino al nobel del uno y al poder de los otros, se podría llegar, casi que por coincidencia, a la paz en Colombia. Ignoran que para lograr una paz sincera, tiene que ser el objetivo de los bandos que están negociando, y no un medio para lograr otros objetivos menos altruistas.
Lo que van a firmar en La Habana no es la paz, es un simple papel. Y vamos a seguir derramando sangre los colombianos dos minutos después de que lo firmen, dos días, dos meses, dos años, y quién sabe hasta cuando. Medio país, incluyendo gente muy preparada, está curiosamente embrujado por la monótona y aburrida oratoria de Santos. Se imaginan un país sin violencia cuando las Farc no estén en el monte, con un presupuesto para la defensa disminuido y, en cambio, orientado hacia la educación. Eso tampoco va a pasar: las Farc no son el único ni el último grupo terrorista en Colombia. Ahí está el ELN, ahí están las Bacrim. Y así como las Bacrim surgieron después de la negociación con las AUC, tenemos que prepararnos para que algunos reductos de las Farc sigan operando por fuera de la ley. No olvidemos que ya varios frentes han manifestado que jamás se acogerán a lo que se acuerde en Cuba, y peor aún, recordemos que las Farc no entregarán las armas según las declaraciones de sus comandantes. El proceso de paz no es el fin de la historia del terrorismo en Colombia, pues quedarán numerosas amenazas que tienen que ser combatidas con firmeza. Visto así, poco ganamos con la firma de un tratado de paz.
Poco ganamos, pero mucho arriesgamos. En 1960 se decía que Cuba no sería como Rusia, y que Castro no era Stalin. En 1998 se decía que Venezuela no sería como Cuba, y que Chávez no era Castro. Ahora nos dicen que Colombia no será Venezuela, y que las Farc no son Chávez. En esa mentira no podemos caer. Lamentablemente los populistas son expertos en repetir mentiras las veces que sean necesarias hasta que todos piensen que son verdad. Nos han dicho que tenemos que “tragarnos sapos” y que la paz exige sacrificios, dudo que estos sapos y sacrificios no impliquen concesiones injustificables, como entregarle a los terroristas pedazos de territorio en los que viven campesinos que tienen tanto derecho como nosotros a la libertad, a la vida y a la propiedad. Y por supuesto, la paz nos la darían a cambio de dejar impunes los actos de quienes son culpables de tantas décadas de violencia. El narcotráfico como delito político es un ejemplo de estos “sapos”, pero no será lo último que las Farc van a pedir.
Es claro, de antemano, que las Farc exigirán que les otorguen medios de comunicación, curules en el congreso, financiamiento estatal a sus estructuras políticas, e incluso dividendos de las ganancias producidas por el auge minero del país, cuando no han hecho más que matar mineros, extorsionar a los empresarios y derramar petróleo en nuestras fuentes de agua. Todo esto significa darles los medios para que accedan al poder. No basta con tener la tradición democrática más larga de América Latina: Colombia no puede darse el lujo de poner a Timochenko en la puerta del Palacio de Nariño.
Lo que harían los terroristas de llegar al poder no sería distinto a lo que está pasando en Venezuela, en Argentina, en Nicaragua, en fin, en tantos países de la región. El populismo siempre sigue la misma fórmula, que hasta ahora ha sido bastante efectiva y no la van a cambiar.
Yo sí quiero la paz, por eso no me trago este cuento y no respaldo este proceso. Es una estafa: nos ofrecen lo que más anhelamos a cambio de todos los tesoros que ya poseemos. Nos quitarán esos tesoros y nos dejarán con las manos vacías, pues los fusiles no van a dejar de sonar. La única diferencia podría ser que los que ordenan que se apriete el gatillo no estén corriendo en una selva expuestos a enfermedades y animales salvajes sino sentados cómodamente en Bogotá repartiendo nuestros bienes y recursos según su antojo.
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