Para cruzarse de acera

Foto Juan Fernando Ospina, @Universocentro

 “La injusticia más grande, de cara, ante la ley que nos hace iguales”

Para quienes no pueden tener ojos aquí y allá, es decir, casi todos, la ciudad es una perfecta construcción simbólica de desarrollo e innovación, a la cual se le debe seguir el paso en el  camino fugaz a la modernidad.

Pero como si fuera difícil de digerir, en la selva de cemento hay quienes dicha naturalidad de edificios y comercios se les es distante, imposible y de puertas cerradas. Ni siquiera, para nuestra fatalidad, podemos excusarnos en que los gobernantes se encuentran lejos de los habitantes de calle, indigentes o “condenados” y que por tal motivo les niegan esa mano firme y corazón grande que tanto presumen. Al contrario, ellos están siempre ahí, sin distinguirse de los demás de su clase, pues, ¿cómo lograr hacerlo? Todos llevan las mismas vestimentas sucias o a medio cocer, si es que en el mejor de los casos llevan «ropa», nombrada así únicamente para la estética del texto.

Siempre, sin excepción alguna, los carros pasan deprisa. Aquí parece que no hay límite mínimo de velocidad. La paralela al río en el sector Barrio Triste muestra las dos caras de una Medellín que cuenta con vos pero no con todos. Al lado izquierdo el río, de ese que se narran historias que parecen más bien mitos de cuando se podía navegar en él pero que de eso ya no quedan sino recuerdos, pues ahora es una corriente de una sustancia mal llamada «agua», excrementos, tierra, muerte y podredumbre, a tal punto que ni las aves que se alimentan de basura le regalan una mirada.

En épocas de lluvia para algunos indigentes las tuberías que desembocan en esa afluente son su único techo; pero esto es un lujo, porque pocos tienen la gran comodidad de estar cubiertos, dormir en plena oscuridad y despertarse temprano para aprovechar a darse un baño con agua color marrón; pues si en los spa los tratamientos faciales son a base de lodo, aquí se les permite refrescarse en esa plena combinación de piedras, pesticidas, orina, heces y lo que quiera agregársele para una exfoliación total.

Las demás personas, esas que son ciudadanos de Antioquia la más educada, no alcanzan a vislumbrar que en las noches, cuando muchas veces agradecen por la lluvia que refresca las calles después del calor de medio día, las gotas se convierten para los mal llamados “gamines” en destellos de fuego con relación a ese mismo infierno en el que viven y les recuerda que no tienen ni tendrán casa.

Para estos momentos lo que queda es pensar en sobrevivir y tirar a la basura, es decir, tirar en su propio ambiente, esas frases creadas por personas indiferentes que recalcan la importancia de «vivir feliz». Pues aquí nada de eso último se conoce.

Entonces hay que buscarse un lugar, crearse la existencia y sobrellevarla cueste lo que cueste. Pagar con una botella de zacol, arma, porro o lo que se posea para tener un puesto en las improvisadas carpas ubicadas debajo de los árboles que aún quedan en el sector… Aquí se les puede llamar “cambuches”, en las cárceles se les conoce como los “parches” pero para nosotros pueden ser tiendas de acampar o sleeping…

Sea cual sea el medio, el objetivo siempre es el mismo: poder habitar por espacio de unos pocos días el borde de la calle principal, con vista al río pero también de frente a la estación de policía para que toda la historia se vuelva un poquito, pero poquito nada más, un tanto irónica… La injusticia más grande, de cara, ante la ley que nos hace iguales.

Ahora es más sencillo comprender el porqué nadie quiere frenar en la autopista; por este lugar hay que pasar cruzando los dedos para no disminuir la velocidad y toparnos de golpe con el mayor de nuestro males: esa indiferencia despiadada que nos hace no voltear, tan siquiera, para dar una mirada a los ojos a quien solo puede pedir un trozo de comida, porque a fin de cuentas todos exclamamos: “¡ellos se lo buscaron!”, “suba la ventana porque todos roban”, “es que nunca aprovechan las ayudas que les da el Estado” y así entre muchas palabras más que nos ratifican lo muy aterrador que resulta, en plena paralela al río Medellín, cruzarse de acera.

Valentina Ramírez Gil

Comunicadora Social - Periodista, creativa por pasión y amante de las letras por vocación. Fiel enamorada de las historias de ciudad, del escuchar y de crear conversaciones honestas.