Asistimos a la vida, pasión y muerte del valor de la palabra y no de ahora. Por efecto de la administración irresponsable que de ella se ha hecho, acusa ese conocido fenómeno depreciativo que en el sistema monetario se conoce por devaluación.
El valor de la palabra está en constante devaluación y a muy pocos parece importarle.
Antes se decía palabra empeñada y sin regreso y ante el valor firme de la palabra resultaban superfluos juramentos, escrituras públicas, contratos, protestas, meras formalidades entre sujetos honorables. Hoy las escrituras se discuten en juzgados y tribunales, los contratos se incumplen con insólita frecuencia y a cada rato hay que establecer judicialmente la realidad contractual sobre la apariencia. Tal el caso, por ejemplo, de la contratación laboral.
En lo público la crisis del Estado y de la política deviene en gran medida del escaso crédito que suscita la palabra en boca de políticos y gobernantes. No guardan fidelidad hacia lo que dicen y prometen por mucho que esté inscrito y firmado sobre mármol. ¿Van cuántas reformas tributarias? ¡Quisicosas!
Ni el presidente de la República podría afirmar, sin mentir una vez más, que es leal a sus palabras. Con él la cosa es palabra empeñada y con regreso. ¡El campeón con abundantes réplicas!
Hemos llegado al peligroso punto en que la palabra está empeñada pero en los monte píos o compraventas que llaman y, por lo visto, allí se ha quedado a la espera de la redención de la boleta que los muertos se llevaron.
El punto revolucionario está en devolverle el valor a las palabras para honrarlas de nuevo, en todo lugar, al precio que fuere. De ninguna otra manera el mundo va a cambiar o seguiremos cuidándonos los unos de los otros para no caer en engaños y defraudaciones.
En las calles hay avidez por encontrar dirigentes que obren como piensan y no que piensen como obran, y para qué citar nombres. Evitemos las denuncias por injuria o por calumnia que es con lo que suele responder la laya de moscardones y fariseos o más precisamente de sepulcros blanqueados.
El mejor modelo que nos han legado los mayores ya idos y otros que están por irse camino al espacio sideral, ha sido el respeto por la palabra empeñada y también será la mejor herencia que podremos dejar a postreras generaciones.
Tiro al aire: el mundo está ávido de personas, sean brutas o inteligentes, en cuyas palabras podamos confiar.
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