País generoso

“Quizás nuestros candidatos no sepan qué es el Estado, la macroeconomía o la gobernanza democrática, pero no por ello debemos perder la esperanza de que lo descubran durante el ejercicio de sus funciones”.


En las democracias representativas modernas, virtualmente todos los ciudadanos mayores de edad gozan del derecho de participación política, ya sea sufragando o candidatizándose para algún cargo de elección popular. Esto no implica, por supuesto, que todos decidan efectivamente ejercer su derecho al voto y menos aún a participar como candidato. Sin embargo, el caso ecuatoriano es completamente distinto, pues este país amazónico ofrece tantas oportunidades para vivir de la política que sería casi una descortesía no aprovecharlas lanzándose como candidato.

Ya sea en elecciones seccionales o nacionales, la democracia ecuatoriana es tan generosa que permite casi a cualquiera que haya cumplido la mayoría de edad la oportunidad efectiva de ser candidato a cualquier cargo de representación política. Mientras que en otros países es de facto prácticamente imposible aspirar a ganar una elección sin haber hecho carrera en un partido político, en Ecuador estamos tan comprometidos con la igualdad de oportunidades que ni siquiera tenemos partidos políticos.

La inscripción de candidaturas a través de “partidos políticos” es en Ecuador una mera formalidad. Cualquier persona puede formar su propia organización política y cambiar de partido es tan fácil como pudiera imaginarse. Y es que los ecuatorianos estamos convencidos de que todos tienen derecho a cambiar de ideología, así sea tres veces por semana.

Habrá quienes digan que hay candidatos que no tienen la más remota posibilidad de ganar y que, seguramente, sólo se lanzan por el dinero que ofrece el fondo partidario o por quién sabe qué otros oscuros intereses. Afirmación ésta que sólo puede ser realizada por malicia o por un absoluto desconocimiento de la historia ecuatoriana, abundante en ejemplos notables de superación como los de Abdalá Bucaram, Lucio Gutiérrez o Lenin Moreno, personas que en cualquier país de Europa habrían sido incapaces de inscribir su candidatura para dirigente barrial siquiera —ya sea por su prontuario o por puro analfabetismo funcional— y que en nuestra generosa democracia lograron incluso alcanzar la presidencia de la República, hecho que sin duda nos honra como ecuatorianos.

Ni qué decir del caso de nuestro actual presidente, por el que nadie daba un sucre cuando era candidato y que hoy rige los destinos de este país acompañado de un grupo notable de pasantes, otra muestra de lo generoso que es el pueblo ecuatoriano con sus representantes.

Los analistas políticos —abundantes también— suelen buscarle la quinta pata al gato y encontrarle algún pero a cada candidato, aunque en mi caso yo prefiero ver el vaso medio lleno. No me parece que 16 candidaturas sean un problema, sobre todo si reflejan la diversidad de nuestro país y las ganas de tanta gente por servir a su patria, en cuyo caso me parece que son todavía pocos candidatos.

Entonces, si bien las organizaciones de izquierda fueron incapaces de alcanzar acuerdos electorales, seguramente esto se debió a que no hay alianza que soporte tanta inteligencia reunida, además, una lista conjunta habría evitado que muchos activistas comprometidos pudieran participar en la sana competencia por ocupar un cargo de elección popular. En el otro lado del espectro político, en cambio, veo con mucha satisfacción que la derecha haya optado por dar oportunidad a gente sin experiencia ni talento conocido alguno, demostrando un firme compromiso con la inserción laboral de los jóvenes y los no tan jóvenes.

Otra queja común de los analistas es que nuestros políticos no saben nada de administración pública. Pero no está de más anotar que, por ejemplo, usted, querido lector, no sabía leer hasta que aprendió. Quizás nuestros candidatos no sepan qué es el Estado, la macroeconomía o la gobernanza democrática, pero no por ello debemos perder la esperanza de que lo descubran durante el ejercicio de sus funciones.

Sin duda, hay que agradecer a las redes sociales, al marketing político y a la escasez de vergüenza ajena por permitirnos gozar de tan nutrida oferta de candidatos. Pero no hay olvidar que no existe oferta sin demanda, y una democracia tan abierta y participativa sería imposible de no ser porque el nuestro es un país tan generoso.

Juan Sebastián Vera

Sociólogo por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. Estudiante de Política Comparada en FLACSO, Ecuador.

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