La historia de Colombia está atravesada por el conflicto desatado por el narcotráfico. Y en el corazón del narcotráfico está Pablo Escobar. El buen hijo de una matrona desquiciada que enfundó las ganas de hacer dinero a cualquier precio. Y silenciosamente cohonestó su lugar en el crimen. Escenario, que los medios de comunicación, igual de desquiciados por audiencia, han hecho de su vida, en múltiples formatos, un lugar de culto. Pero no nos llamemos a engaño, Pablito no es un héroe, no es el patrón. Muy hábil para hacer plata, pero es un bandido, un mercenario y un criminal, que nos ha hecho mucho daño como sociedad. Nos hizo daño cuando estaba vivo porque nos sometió a la ley de su guerra vulgar. No hubo espacio a la indiferencia, porque al que no hizo sicario lo hizo víctima. Nos hizo daño después de muerto al desatar una cultura narco que ha permeado casi todas las hendijas del orden social. No es toda; pero culturalmente asistimos a un abismo en el que ellos quieren ser pillos, para recoger en sus motos suntuosas, a quienes se adornan en el quirófano para ser sus mozas. Rodar por las vías sin límites. Decidir qué bares se abren o se cierran a su antojo. Andar armados y sobreponer el dinero sobre la ley. Porque en el mundo del hampa que instauró Pablito todo tiene un precio.
No se puede negar la historia. No se puede anular por decreto aquello a lo que la educación no acompaña. Pablito es parte de nuestra herida pero eso no significa relatar en hazaña lo que significó poner en riesgo lo frágil de nuestra institucionalidad y sus funcionarios corrompidos. La historia de Pablito, 30 años después de su deceso, no puede dejarnos olvidar que su poder, su dinero, sus lugartenientes y su patanería no fueron suficientes para acorralar a la totalidad de la sociedad. Asesinó de manera obtusa aquello que no pudo comprar porque jamás tuvo acceso a poner en duda el valor intachable de los héroes silenciosos que dijeron NO a sus caprichos concebidos como órdenes. Pienso el Lara, en Galán y en Cano. La lista es mayor, incluso dentro de la misma Policía sitiada y corroída. A partir de 1993, cada 2 de diciembre tenemos la oportunidad de hacer una revisión de lo que no queremos repetir y de lo que debemos superar. No nos vincula un héroe sino un hampón del que nos libramos como persona y al que debemos desmantelarle el aire mítico. Este Pablito no clavó un clavito; hizo un aguijón del que merecemos sanar.
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