Colombia lleva numerosos gobiernos aprobando planes de desarrollo que dicen tener como objetivo aumentar la riqueza que crea el país, cantidad de la que depende su distribución entre las personas, porque nadie puede repartir lo que no existe.
Pero es tan escasa la riqueza que se produce en Colombia, que esos planes, como es notorio, han sido más para promover el subdesarrollo. Según el Banco Mundial, un colombiano promedio crea apenas 6.100 dólares de riqueza al año, en tanto un norteamericano crea 70.400, un alemán, 50.800 y un francés, 43.500, es decir, 11, 8 y 6 veces más, respectivamente.
Este subdesarrollo además causa las altas tasas de desempleo e informalidad laboral de Colombia, al igual que los cinco millones de compatriotas que se fueron a trabajar a otros países porque aquí no consiguieron empleo, con lo que allá crean la riqueza que habrían podido producir aquí.
En cuanto a la distribución de esa riqueza escasa, a Colombia también le va bastante mal. Porque es uno de los países más desiguales socialmente hablando del mundo, desigualdad que también produce subdesarrollo porque los productores de riqueza, urbanos y rurales, no tienen a quiénes venderles sus productos.
Este capitalismo subdesarrollado –que además promueve todas las corrupciones y violencias que martirizan a Colombia– tiene que generar un gasto público por habitante muy bajo, del orden de 11, 8 y 6 veces menor que el de Estados Unidos, Alemania y Francia, gasto público escaso que también amarra el país al subdesarrollo, base de todos nuestros males.
Esto no nos ocurre como un castigo del cielo ni porque seamos brutos y vagos, como dicen los reaccionarios. Nos pasa porque hemos sido mal gobernados, con políticas económicas que nos sabotean la posibilidad de crear más riqueza y más trabajo, al revés de lo que ocurre en los países capitalistas desarrollados, donde sus gobiernos sí apoyan su progreso.
Así advertimos que iba a suceder, y sucedió, con la apertura y los TLC, diseñados para favorecer todavía más a los productores extranjeros contra los colombianos y a las trasnacionales contra las empresas nacionales y obligarnos a importar los bienes que podemos producir en el país, exceso de importaciones pagadas con la enorme deuda externa de 180 mil millones de dólares que nos esquilman y que también nos mantienen en el subdesarrollo.
¿Cómo explicar que tantos gobiernos de Colombia, en especial desde 1990, hayan tomado el mismo tipo de decisiones que nos amarran al atraso productivo? Porque desde hace 78 años –¡78!–, a la economía colombiana la manejan el FMI, el Banco Mundial, la OCDE y otros, los cuales, así se presenten como “de la comunidad internacional”, son controlados por Estados Unidos y los demás países desarrollados y tienen como objetivo principal servirles a sus intereses y mantener a casi todo el resto del mundo en el subdesarrollo. La experiencia de ocho décadas destruyó la fábula para niños de que las potencias tienen como misión sacar del subdesarrollo a países como Colombia, como si el capitalismo no fuera un régimen en el que los peces grandes se comen a los chicos, si sus gobiernos los dejan.
Quien estudie el llamado plan de desarrollo de Gustavo Petro tendrá que concluir que es otro plan de subdesarrollo, saborizado con demagogia. Porque no propone cambiar nada fundamental de las causas principales de la poca cantidad de empleo y riqueza que se crean en Colombia ni sobre su mala distribución, pues mantiene al país preso de los TLC y sometido a lo que diga el FMI, tanto, que este organismo anda felicitando a Petro por su orientación económica. ¡Y en nombre del cambio!
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