El monstruo del capital: asentamientos industriales, megaproyectos, violencia armada y vestigios de un paraíso terrenal.
El Oriente antioqueño, es una subregión de Antioquia comprendida por 23 municipios y cuatro zonas: Altiplano, Embalses, Bosques y Páramos. Como territorio antioqueño y colombiano, el Oriente representa una gran riqueza natural, hídrica y con numerosos ecosistemas que proveen este paraíso terrenal en nuestro país.
Su ubicación geográfica, sitúa nuestro territorio en una de las zonas más estratégicas del país para diferentes entes nacionales e internacionales; esto ha ocasionado que diversos actores hayan centrado su mirada en nuestra subregión y de paso pensado dinámicas diversas para la misma; no contando con tan buena suerte, el Oriente ha sido fruto de invasiones de grupos terroristas, paramilitares, guerrillas, entre otros actores de poder que se han pensado la subregión desde diferentes ámbitos con intereses económicos y políticos.
Su gran riqueza hídrica le ha permitido ser un patrimonio nacional y natural, gracias a sus cinco cuencas más representativas: Samaná Norte, Samaná Sur, Cocorná, Rio Negro y El Nare; pero del mismo modo, también le ha adjudicado ser una de las zonas responsables en proveer la electricidad de un significativo porcentaje nacional. Diferentes empresas han implementado megaproyectos en nuestro territorio que atentan contra el buen y sano ejercicio de vivir; pues de manera significativa la invasión de pensamiento, de costumbres, de culturas… ha ocasionado perdida en la identidad de nuestra región y afecta directamente la idiosincrasia de nuestros municipios. El asentamiento industrial presenciado en la zona desde la década de los 50’s y posteriores, violan las dinámicas de vida que los habitantes del Oriente han desarrollado y se reflejan en problemáticas sociales y de alteración del orden en las comunidades afectadas.
La implementación de las hidroeléctricas surgieron en los 50’s, 60’s y 70’s con la llegada de franceses que tenían su vista puesta en nuestra tierras y pensaron la zona de manera estratégica para acrecentar su economía privada; expropiando a centenares de campesinos de sus tierras y territorializando una zona a la fuerza, de forma déspota y con luchas de sangre, víctimas y muertos en nuestro simbólico paraíso terrenal.
Con la llegada de los megaproyectos también surgieron movimientos sociales en el Oriente donde, por desgracia nuestra, asesinaron a un sin número de líderes significativos de la región que se pelearon sus territorios a pecho y honra con el ánimo de salvaguardar sus raíces y defender los derechos de su gente, sus campesinos, sus coterráneos, sus familias, su pueblo.
En la zona de Embalses, municipios como El Peñol, pasaron a ser recuerdos debido a la implementación de represas promotoras y fuentes de energía para el país; hoy día solo quedan vestigios de un pueblo que sus habitantes recuerdan como “El Viejo Peñol” y que cuando la represa baja su nivel, revela la punta en cruz de una iglesia que se enterró con aguas, ahogando las memorias de sus habitantes y obligándolos a alimentar el monstruo capitalista que por desgracia invadió nuestro espacio.
En los años 80’s, se dio paso al exterminio del movimiento cívico de Oriente, donde varios lideres fueron asesinados por actores del gobierno; con esto vino la presencia de grupos guerrilleros que aprovecharon la desazón del territorio para ganar partido y asumirse como los defensores de una sociedad mártir por la violencia que el Estado le ocasionó.
Del mismo modo, no se hicieron esperar los paramilitares que entraron a confrontar las guerrillas liberales con el ánimo de “recuperar el territorio” con efectos positivos en su cometido y dando lugar en los años 90’s a la inversión en su máximo furor. La violencia del Oriente es fruto de su riquezas naturales, en especial su riqueza hídrica que siempre estuvo a la mira del poder invasor.
Asimismo, al Oriente llegaron proyectos de gran escala como la autopista Medellín-Bogotá y el Aeropuerto José María Córdova, que cambiaron sustancialmente las dinámicas productivas del territorio en cuanto al uso del suelo y los modelos de mercado que se implementaban en la zona.
Hoy por hoy, somos fruto de un Oriente perdido, recordado, llorado, desangrado, dolido… y sobre todo, de un Oriente soñado, quien no precisamente se soñó por sus aborígenes
¡Salgámonos del rebaño!