A Rodrigo Londoño, Timochenko, lo perseguía la incredulidad y la sorpresa de lo sucedido: un grupo de personas interrumpieron su caminata por el centro de Cali. Algunos espontáneos y otros más oportunistas se agolparon para agredirlo e intentar impedirle una reunión con representantes de medios en la Casa del Periodista. Su camisa color papaya se manchó con una decena huevos, agua y escupitajos que lanzaron los manifestantes. Timochenko salió a decir: “No podemos dejar que un grupo minoritario nos quiera volver al pasado, nos quiera volver a seguir el ciclo de violencia que ha tenido a lo largo la historia de Colombia”.
La coyuntura de la paz tiene un debate sin resolver. ¿Olvidar o recordar? Dos caminos que han sido capitalizados en estos tiempos electorales por diferentes corrientes políticas. ¿Cuál será la mejor opción para Colombia?
No hay una manera correcta de recordar. La memoria histórica puede llegar a ser un instrumento de justicia y prevención o, por el contrario, un mecanismo de ensañamiento que no deja evolucionar los conflictos. David Rieff, hijo y editor de Susan Sontag, escribió un polémico libro llamado El elogio del olvido, donde desarrolla la idea de que el olvido puede acarrear injusticias con el pasado, pero la memoria también puede llegar a ser injusta con el presente.
En el contexto colombiano hay dos representantes de la disyuntiva del recuerdo: por un lado el Centro Democrático (presente en el mitin contra Timochenko) y por el otro, la sociedad civil que se ha organizado para hablar del conflicto, para estudiarlo y para almacenarlo en diferentes tipos de espacios.
El discurso del Centro Democrático ha sido claro: no olvidar el conflicto porque esto repercutiría en aceptar la impunidad. George Santayana escribió que “aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”. Recordar se convirtió en un imperativo moral. Para el Centro Democrático no olvidar es equivalente a no perdonar, el recuerdo que ellos perfilan del pasado les sirve como un arma política que fundamenta su ideología. En este sentido dice David Rieff: “en todos esos lugares pude ver los efectos nefastos del uso de la memoria como arma de guerra”.
Por otro lado, la sociedad civil perfila otro tipo de recuerdos del conflicto armado colombiano. Nuevas voces se han escuchado y nuevas problemáticas han aparecido. Cabe destacar el papel de las mujeres en el devenir de la guerra. Una investigación reciente de Juan David Villa Gómez, Manuela Avendaño y Estefanía García de la Universidad San Buenaventura llamado Lucha de las mujeres para la construcción de la paz y sus resistencias a la propagación de la violencia: una mirada desde el conflicto armado colombiano, muestra que el estudio de la memoria contribuye al diálogo y a repensar las acciones políticas, igualmente contribuye a resignificar las versiones oficiales, asimismo sirve para acercarse a los actores directos del conflicto. Las denuncias de abuso sexual se han generalizado independientemente del bando. Eso no se puede olvidar.
Con lo anterior se logra entender que recordar no es un proceso apolítico, sino que es una estrategia que justifica acciones en el presente. Por lo tanto, la estrategia del Centro Democrático se puede definir como un ejercicio sistemático de valerse de los imaginarios del pasado para evidenciar la pertinencia de sus acciones en el día a día.
En otro contexto, el recuerdo ha tenido una utilidad: en la Alemania actual, los estudios sobre la crueldad de los Nazis y la deshumanización han servido para las nuevas generaciones crezcan alertas ante atisbos de intolerancia. Pero en Colombia no ha sido así: el fetiche del recuerdo ha traído segmentación, polarización e intolerancia. El problema del recuerdo utilizado para la guerra tiene su máxima expresión en el conflicto entre Israel y Palestina. Ya lo dijo Eduardo Galeano, pareciera ser que hay un salvoconducto sustentado en la historia que permite las injusticias en ese lado del mundo,”¿Hasta cuándo seguirán los palestinos y otros árabes pagando crímenes que no cometieron?” decía el escritor uruguayo.
David Rieff cuenta que en la guerra de Francia y Argelia, el general Charles De Gaulle se trenzó en una discusión con uno de sus asesores; mientras que el general pedía dejar la guerra y que Argelia se independizara, su asesor pedía no hacerlo por respeto a las víctimas. El asesor dijo “se ha derramado demasiada sangre” y De Gaulle dijo: “nada se seca tan pronto como la sangre”. El olvido puede ser una oportunidad de paz o una amnesia que posibilite la barbarie. De esta manera las FARC son representantes de los dos caminos del olvido: por un lado un olvido que permite una relación armónica entre las diferencias políticas y que supera el lastre de las divisiones del pasado y, por otro lado, un olvido ingenuo que afirma que lo vivido ya pasó y no volverá a ocurrir jamás.
Las FARC están haciendo política y eso es un logro de todo el país, pero lo cierto es que el terreno hostil en el cual se desenvuelven los posiciona a ellos como los principales culpables—sin desconocer las campañas de odio que otros actores políticos han desplegado—. Timochenko, a los ojos de la memoria, debió esperar. Las heridas se pueden olvidar, pero el tiempo del olvido está lleno de paciencias. Lanzarse a la política de partidos y a unas elecciones presidenciales a la primera da cuenta que en las FARC todavía pulula arrogancia: lo pasado no quedó atrás de la noche a la mañana por una firma y una lenta y conflictiva negociación.
Las FARC pueden ser un actor político relevante en la medida que ellos y Colombia salden la deuda con la historia de practicar la tolerancia. No están bien las agresiones físicas a Timochenko, pero sí es legítimo el ejercicio de la protesta y de la crítica, venga de donde venga. Timochenko deberá olvidar y seguir.
El reto es gigante porque unos colombianos han decidido olvidar y otros recordar; unos dejar pasar la página y otros enconarse en el pasado. El reto es hacer lo que dijo Kurt Tucholsky: “un país no se destaca únicamente por lo que hace, sino también por lo que es capaz de tolerar”.
De los olvidos y de los recuerdos quedan algunas certezas: las FARC deben hacer política, están en una obligación con la historia, como dice el crónista Sergio Ocampo Madrid: “Las FARC no solo tienen derecho a hacer política, sino que están en la obligación de hacerla, su error enorme en el pasado fue abandonarla”. Así, Félix Vásquez- Sixto, en su libro La memoria como acción social, dice que el pasado no está dicho, no está condenado a la eternidad. Lo que debe inspirar en el terreno político a las FARC no es la ocupación de cargos —por ahora —, sino el hacer política de la calle y con las comunidades, reconstruir el pasado, hacer política con aquellos que decían representar y que hoy por hoy los ven como un grupo antagónico a sus necesidades. Tal vez así no habrá más huevos ni escupitajos, o como dice el siempre pertinente Estanislao Zuleta: “Eso ya no es rebelión contra algo; la rebelión contra algo sigue estando determinada por aquello contra lo cual uno se rebela, de la manera en que por ejemplo el blasfemo sigue siendo religioso, porque para pegarle una puñalada a una hostia hay que ser tan religioso como para tragársela; es inocencia y olvido; nuestra capacidad de olvidar es nuestra superación del resentimiento”.