La trágica muerte de los once soldados y cinco indígenas de las últimas semanas se suman a más de 200 mil muertos, 5 millones de desplazados y 27 mil desaparecidos de las últimas décadas de violencia en nuestro país.
Son tantos sueños y generaciones perdidas que si nos pusiéramos a contar no terminaríamos nunca. Es un dolor que llega de un territorio lejano, olvidado y desconocido para muchos.
El tiempo corre y las historias quedan atrapadas en el pasado. Llegan nuevas tragedias que se vuelven mediáticas por unos días. En las redes y pequeños círculos sociales se discuten insistentemente. Sin embargo la opinión y reflexión queda estancada en el corto plazo y cada día más colombianos se suman a una inconcebible cifra que no para de crecer. La vida se ha vuelto lastimosamente un instrumento mediático que despierta sentimientos.
A veces es fácil hablar desde la pasión de las vidas que se están perdiendo en territorios ajenos. No es una guerra en tu barrio. No son personas cercanas las que están perdiendo sus sueños en la Colombia rural. Son colombianos que no tienen ni voz ni oportunidades. ¿Qué pensarán de la guerra estas personas y sus familias que viven todos los días la zozobra de la violencia? ¿Cómo será el país que sueñan?
En un país donde la mayoría de la población vive en las ciudades es complejo concebir las realidades del campo y de aquellas regiones que han estado atrapados en la violencia por tantos años. Como dice Francisco de Roux «El país urbano no sabe lo que es la guerra”. Comprender el contexto rural de Colombia es entender quienes son aquellos que están perdiendo sus vidas.
En el frente de la guerra están los colombianos más humildes que tienen pocas oportunidades. Ocho de cada diez soldados del ejercito Colombiano son de estrato cero a dos y más de la mitad de los 5 millones de desplazados son menores de edad2.
Ahora que estamos en un proceso de paz es importante anotar que la firma de un acuerdo no va borrar el dolor ni construir un mejor país de un día a otro. La reconciliación va a ser compleja y probablemente nos va tomar más de una generación llegar a una verdadera paz. Sin embargo creo que es un primer paso que tenemos que dar para empezar a valorar la vida en el país.
Todas las personas tenemos que aportar. Aquellos que están en armas tienen que parar la violencia y dar gestos reales de paz. El gobierno necesita comunicar mejor la importancia de este momento y los ciudadanos tenemos que reflexionar sobre el país que soñamos al largo plazo.
Ojalá un día todos podamos vivir en Paz y morir de viejos. Ojalá un día todos los niños estén en un escritorio aprendiendo y no atrapados en la violencia.
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