Nuestro trastorno colectivo

Un jueves en la tarde, mientras la lluvia caía y los paraguas se abrían, tuve la oportunidad de cenar en un restaurante de Bogotá. Llegué, tomé asiento e hice mi pedido. Quince minutos después, tal vez veinte, el mesero traía el plato de comida que yo esperaba con ansias. A punto de llevar el primer bocado a mi boca, mis oídos fueron sorprendidos por una conversación que, en segundos, me quitó el apetito.

— Esos mamertos lo que son es gente incapaz. Lo quieren todo regalado, Quique— dijo uno de los dos hombres que disfrutaban de un sabroso tinto de verano.

— ¡Así es! Mientras esa plaga siga existiendo, fírmalo desde ya, este país no tendrá futuro. La solución es aniquilarlos: reunirlos a todos, escupirles y pegarles su pepazo. Todo muy rápido, tú sabes —afirmó el otro hombre, al tiempo que los truenos retumbaban y hacían temblar el lugar.

Solo pude pensar que ese es el verdadero problema del país: el odio y el miedo al otro. Para nadie es nuevo que dichas emociones son nuestro mayor obstáculo, pero lo que no hemos tenido en cuenta, a la hora de buscar soluciones, es que el colombiano, por ser colombiano, trae consigo una psicología trastornada y vulnerable. Ya lo dijo Mauricio Villegas en su libro, “El país de las emociones tristes”; y, aun así, seguimos ignorando la importancia de la salud mental en un país tan violento y frustrado como Colombia.

Es cierto que hoy en día, por fin, se está hablando de reformar las deficientes normas que rigen el sistema de salud mental; sin embargo, he notado que se ha cometido un viejo error conocido: copiar al pie de la letra, de forma sumisa, lo que dicen las organizaciones y potencias internacionales. Es de ese modo como, una vez más, Colombia promulgaría una norma jurídica alejada de su realidad. Sí, una vez más.

Basarse en estudios internacionales conlleva desconocer las emociones que tienen protagonismo en Colombia. Se cree, entonces, que los trastornos mentales son solamente la depresión, la ansiedad y la adicción a los estupefacientes –enfermedades que han incrementado y deben ser tratadas urgentemente–; y sí, claro que lo son, pero la salud mental en Colombia, debido al contexto de extrema violencia, es mucha más compleja que tres problemas generales.

La Historia cafetera, protagonizada por el constante derrame de sangre, enviciada de rencores y choque de intereses, poco esclarecida porque cada uno tiene una verdad por contar, ha llevado al colombiano a padecer problemas mentales relacionados con el exceso de odio y dolor, que traen detrás deseos como la venganza, o sentimientos como el miedo. Estas emociones, como diría Villegas, son la representación de la realidad nacional, y, asimismo, dan la respuesta de por qué Colombia, aún teniendo mentes brillantes, se ha estancado en el “debemos ser”. Simplemente, a pesar de que se ha intentado ocultar, padecemos una trastorno colectivo, el cual tiene que ver con la frustración. Esa frustración histórica, y también adaptativa, que ha recluido al Estado colombiano en un agujero negro siniestro y sin rumbo.

Las emociones son una construcción social que alteran nuestro modo de actuar; por ello, es vital que las reformas venideras tengan como inspiración a ese país de emociones negativas (para mejorar, claro). Así, la sociedad no solo lograría desvanecer el sentimiento de incapacidad, sino que también gozaría de una energía maravillosa que le permita superar las desgracias causadas por la miserable realidad. Es tarea de la psicología, esa fantástica ciencia social, hacer de Colombia un país donde la política, aquel fenómeno tan emocional, deje de librar las más sanguinarias batallas.

Hay esperanzas para que en nuestra amada tierra se respire un aire lleno de tranquilidad y armonía, de confianza y respeto. Pero antes, que valga recordarlo, se debe comprender qué pasa por la cabeza de un colombiano, sobre todo de aquel que ha sido abandonado, violentado y humillado. De lo contrario, podrá haber diálogos y acuerdos para llegar a la paz, incluso podrá haber perdón, pero si la salud mental no se encuentra sana, desde luego, el individuo caerá al vacío del dolor y la frustración, de la mano del odio y el rencor. Nuestra Historia lo comprueba.


Otras columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/jleano/

 

Juan Pablo Leaño Delgado

Estudiante de Derecho e Historia. Bogotano de 20 años. Miembro del Consejo Editorial del medio de comunicación y opinión de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes: Periódico AlDerecho. Lector.

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