En la última novela del escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez, La forma de las ruinas, se expone un aspecto que llamó bastante mi atención: “este libro escrito como expiación de crímenes que, aunque no he cometido, he acabado por heredar”. Me lleva a comprender –de la mano del autor- que somos lo que somos por una herencia que nos llegó de las manos de nuestros padres.
Somos una construcción hecha de retazos históricos, nosotros aunque no queramos aceptarlo o no nos interese, somos hijos y víctimas de los momentos más atroces y triunfantes de nuestro país. Hemos heredado el asesinato de Gaitán, no fuimos nosotros quien dio muerte a este líder político ni mucho menos golpeamos a Juan Roa hasta el cansancio, tampoco incendiamos edificios ni destruimos locales; es más, ni mis padres habían nacido en aquel entonces, pero a ellos como a mí, nos llegó esa tradición de odio, de sueños perdidos, de tristezas amargas. Mis padres que seguramente de pequeños les contaron aquella historia tan fríamente, que –creo yo- terminaron creando en sus cabezas imágenes que lo único que construyeron fue la escena desde muchos puntos de vista, transmitiendo también los miedos y los odios. Y así, con esa construcción más lo que aportaban los medios, se creó una teoría, una forma de ver el país y de pensar ciertas hipótesis que pasaron a la siguiente generación, y a la siguiente, con los mismos miedos, con los mismos odios.
Terminamos por heredar la muerte de Rafael Uribe Uribe, la batalla de Boyacá, el 5-0 de la selección Colombia ante Argentina y como seguramente, pasará como herencia, lo hecho en el mundial anterior, los pedalazos de Nairo Quintana y el proceso de paz. Esa información no está en nuestra memoria, está en nuestra sangre que corre por todo nuestro cuerpo y que luego brindaremos a la futura generación, a futuros hijos e hijas que buscarán en un momento de su vida, reconstruir la historia, su historia para entender por qué son lo que son y no otra cosa, no otra figura que no les queda por más que quieran utilizarla.
Y aunque ese 1914 es para nosotros tan lejano y la figura de Rafael Uribe Uribe nos sea cada vez más desdibujada, debemos de comprender que ese hecho tan violento dejó una huella profunda en la política e historia de nuestro país. No hablo de la historia como un hecho que sirva como ejemplo para no repetirlo, hablo de la historia con un ejercicio de reflexión sobre lo mal que hemos conducido ciertas etapas de la construcción de nuestro país, que los muertos que bien enterrados y deshechos están, murieron por una razón que ahora nos parece absurda e increíble, pero fueron necesarias para entender que si queremos un futuro tranquilo, es importante hacer las paces con el pasado.
Por esas razones como por muchas más, es que no estoy de acuerdo con el ex presidente Gaviria al decir que se debe cerrar los casos que se están investigando de hace 20 años, que por cierto, involucran al ex presidente Uribe. No y no, señor Gaviria, no podemos dejar los casos del pasado así porque sí, y no hablo desde un aspecto de justicia –que debe exigirse-, sino de herencia. Cuando en el futuro una nueva generación pregunte por su pasado, e intente buscar los cimientos de su construcción como colombiano, no se les puede decir que fuimos cobardes en un momento y dejamos todo a un lado. Pienso entonces, que tenemos huellas indelebles que en ocasiones duelen, arden y son desesperantes y es en ese instante, cuando decidimos mirar atrás y comprender que éste presente en el que vivo, que esto que yo llamo ser colombiano, no es otra cosa que una historia que llevo en las espaldas, una herencia imposible de borrar.
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