Los jóvenes de la derecha son como ese coche juvenil que se compra un cincuentón para sacarlo de vez en cuando y dárselas de moderno. El coche está casi siempre en el garaje, reluciente, y como circula poco parece que funciona. El problema es cuando lo quieres usar con más frecuencia y entonces resulta que se funde cada cien kilómetros. Lo niegas porque quedas como un imbécil si tienes un coche nuevo y no funciona. Amenazas al mecánico, a una señora en un semáforo y al policía municipal que llama a la grúa. Al final aceptará que es verdad, que tiene los mismo problemas que todos los coches hechos en la factoría Génova (o Macri o Temer o Trump). Funcionan solo cuando tienen impunidad. Pero no verás que reculan. Aguantan porque saben que mandan porque no se bajan del burro. Puede caer Gallardón, Aguirre, González, Granados y Cifuentes y como si no pasara nada ponen a Garrido y meten a Pablo Casado en la direcci
Cánovas del Castillo no quería dejar votar a las mayorías. Decía que como eran más los menos iban a tener problemas. La mayor virtud de la derecha es su capacidad para dividir a la izquierda. Es prácticamente imposible que la gente conservadora tenga un momento de debilidad y apoye a alguien de izquierdas, en cambio lo contrario pasa constantemente. La derecha siempre sabe quiénes son los suyos.
Decía Malcom X que “Si no estáis prevenidos ante los Medios de Comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido”. Ser revolucionario en el siglo XXI no tiene nada que ver con esos aprendices de intelectuales que siempre están enfadados, levantan mucho la voz y hablan solo para iniciados. Ser un revolucionario en el siglo XXI pasa, en primer lugar, por tener firmeza ante las matrices de opinión de la derecha. Porque esa es la puerta no solo para derrotarte, sino para ganarte para su causa y enfrentarte a los tuyos.
De lo contrario, terminarás creyendo que tener una casa que van a pagar entre dos personas, que para bien o para mal son hijos únicos, a lo largo de treinta años, es decir, a 800 euros por cabeza cada mes, se convierte por arte de magia en un delito. Y triunfan los sinvergüenzas porque dicen: ¿ves como todos somos iguales? Y entonces nos olvidamos de los sinvergüenzas que han quebrado las cajas de ahorro, robado el agua del Canal de Isabel II, atascado los hospitales y las escuelas de toda España, de los que se inventan carreras y másters solo para decir que son mejores que los demás, de los que desfalcan incluso cuando son Gerentes del FMI, de los que se roban hasta las curvas de la M-45, los que hacen aeropuertos sin aviones, se quedan el dinero de la cooperación, mangan el dinero de la visita del Papa, tienen dinero en paraísos fiscales, se enriquecen como locutores con tu X de la casilla de la iglesia, un dinero que va a su bolsillo y no a la cooperación ni a Caritas. Tampoco de los que pagan sobresueldos en B o han ido con dinero negro a las elecciones haciendo trampa al resto de partidos.
Pensad de qué habéis hablado hoy. Y si no habéis tenido tiempo de recordar que Pablo Casado es un mentiroso como Aguirre, de que en Gaza están asesinando gente, de que al juez Llarena le viene grande el juicio a la Generalitat, de que Torra es un xenófobo enajenado, de que Rivera quiere mandar los tanques a Barcelona o de hay otra vez burbuja y que los alquileres están imposibles, igual estás empezando a mirar con buenos ojos al opresor y con mala cara al oprimido. Los poderosos hacen bien su trabajo. No se lo pongáis fácil.