No Mires Arriba Sino A La Derecha Cínica

Vía Twitter - @NetflixES

En la película No mires arriba, podemos ver que el fin del mundo está ligado al capitalismo. Un cometa gigantesco se acerca al planeta Tierra y amenaza con destruirlo, pero un capitalista del corte de Steve Jobs y Bill Gates solo piensa en cómo hacer dinero con los minerales que trae. La presidente de EEUU lo obedece sin rechistar. Por eso abandona un plan para destruir el cometa con armas nucleares y, en cambio, decide arriesgar la vida de todos al enviar unos drones con el fin de poder extraer los minerales del cometa. Varios académicos la apoyan esperando ganar mucho dinero con ello. Aunque la película muestra lo anterior de manera cruda y exagerada, nada de lo que aparece en ella es inverosímil. No solo el gobierno es controlado por los capitalistas sino que algunos académicos dicen lo que los últimos quieren oir, de manera que legitimen sus intereses. Además, como lo pretendo mostrar aquí, la lógica cínica de la presidente y del billonario son un buen reflejo del paisaje ideológico contemporáneo.

James Galbraith explica en The predator state que desde finales de los 70 los capitalistas tomaron control completo del aparato estatal (sobre todo aquellos que se habían visto más afectados por las regulaciones públicas). El propósito de este Estado predador controlado por los capitalistas es el de “en parte prevenir la aserción de los propósitos públicos y en parte tomarse de modo injusto las actividades que el propósito público del pasado ha establecido”. Lo anterior se ve con claridad en el documental Trabajo confidencial. En una de las entrevistas podemos ver que le preguntan a un lobista si cree que la industria financiera tiene una influencia excesiva en el gobierno de EEUU, después de explicar que ésta cuenta con más de 3000 lobistas, más de cinco por cada congresista. El lobista responde que no, aunque no se le ve muy cómodo diciendo tamaña mentira. Aceptar la verdad implicaría decir que Wall Street controla el poder. En el documental también podemos ver cómo los distintos gobiernos de EEUU han servido con claridad los intereses de los ejecutivos de Wall Street, poniendo a sus fichas en las más altas esferas del poder, a pesar de todo el daño que obviamente han hecho al mundo. Como en la película, en la vida real los más importantes capitalistas son quienes dan órdenes al presidente.

¿Y qué decir de los académicos? En el mismo documental, podemos ver el cinismo de prestigiosos economistas como Martin Feldstein (Harvard), Larry Summers (Harvard) y Glenn Hubbard (Columbia) quienes básicamente utilizan su estatus científico para legitimar las ideas y políticas que benefician al estado predador y, de paso, hacer ellos mismos una fortuna. No importa si arriesgan el futuro de cientos de millones de personas, como los importantes académicos de la película. Lo que les interesa es hacer dinero, pero ni siquiera tienen un discurso preparado para defenderse, pues no están acostumbrados a la confrontación. Su nerviosismo y su estupidez son evidentes en la pantalla. En la última parte del documental, entrevistan al director de la facultad de economía de Harvard, un hombre llamado John Campbell. Le preguntan si no cree que los economistas en su universidad deberían revelar sus conflictos de interés financieros, pues hacen recomendaciones económicas a partir del dinero que las más ricas corporaciones consignan en sus cuentas. El tipo responde que no y que tampoco ve ningún problema en ello. La pregunta que le hacen luego lo desarma por completo: “para tratar esta enfermedad, debería tomar usted esta droga. Pero resulta que el 80% de los ingresos del médico vienen de prescribir esta droga. ¿No le molesta a usted esto?”. Ahí el tipo queda completamente perdido. Comienza por aceptar que “es ciertamente importante revelar que…” y luego se congela y calla. (Follow the money. Si uno quiere saber porqué algunos economistas defienden las tonterías que defienden, tal vez baste con ver de dónde vienen la mayor parte de sus ingresos).

¿Pero estarán los académicos anteriores ideologizados en el sentido clásico? La noción de ideología implicaba un falso reconocimiento, una mistificación: la realidad social es de una manera, pero nuestra ideología hace que tengamos una representación distorsionada de ella. Uno podría pensar, a partir de lo anterior, que hombres como Feldstein, Summers y Hubbard, así como los científicos de la película, creen en ideas que representan de manera distorsionada la realidad social, de manera que ignoran lo que verdaderamente están haciendo. La crítica a la ideología mostraría la realidad que los ideólogos están distorsionando, disolviendo así su efecto sobre nosotros.

La respuesta de filósofos como Zizek (en El sublime objeto de la ideología) es que ya no vivimos en los tiempos clásicos de la ideología. Hoy operamos de acuerdo con lo que Peter Sloterdijk llama la razón cínica: el sujeto ideologizado sabe muy bien que aquello que dice es falso, que la realidad social no se corresponde con su discurso, y aún así insiste en la falsedad. La fórmula de Sloterdijk, sintetizada por Zizek, es así: “saben muy bien lo que están haciendo, pero de todas maneras lo están haciendo”. Los académicos del documental, así como los científicos de la película, dicen mentiras y, como se ve cuando les hacen preguntas que los confrontan con la verdad, ellos saben que están diciendo mentiras. Aún así, continúan con su farsa. En No mires arriba vemos el cinismo ideológico en acción. La presidente no disimula que obedece al billonario que quiere minar el cometa. No responde al público sino a los intereses privados. Sabe muy bien lo que está haciendo y aún así lo está haciendo. El estado predador no es disimulado por ninguna clase de mistificación ideológica clásica: el billonario tiene acceso a la presidente por haber hecho contribuciones premium a su campaña y todo el mundo lo sabe. Por su parte, los académicos de derecha comprados por las corporaciones disimulan muy mal. Es obvio que no les importa nada, que no ven ninguna consecuencia negativa en lo que hacen, aunque saben lo que están haciendo.

Este cinismo está conectado con lo que en psicoanálisis llaman el padre postmoderno o anal. Mientras el clásico padre edípico nos exigía un sacrificio para entrar al orden social (no te acostarás con tu madre), el segundo, en cambio exige el goce. El padre edípico, representado por el personaje de Leonardo Dicaprio, nos pide que renunciemos a la lógica capitalista para que podamos sobrevivir: para que todo siga como está, debemos renunciar a nuestro afán de gozar. El padre anal, en cambio, nos dice que no hay necesidad de sacrificios. Podemos tener el almuerzo gratis y comérnoslo. Un cometa se acerca a la Tierra, pero no hace falta sacrificarlo, podemos utilizar sus recursos para producir empleos, i.e., para aumentar el capital. Este padre anal es capaz de ir hasta el final con tal de conseguir el goce, incluso poniendo en riesgo la vida de los sujetos. Su goce, sin embargo, no es un placer agradable, precisamente porque siempre está pidiendo más, tiene un imperativo excesivo. Nada es suficiente para el padre anal, ni siquiera arriesgar el planeta entero.

En el capitalismo, el goce del padre anal siempre está de parte del capital. A los trabajadores se les sigue pidiendo sacrificios edípicos: “tiene usted que rebajar su seguridad laboral para que se puedan crear más empleos; tiene que sufrir el desempleo para que la inflación no se dispare; la seguridad social debe ser lo más limitada posible para que usted no se vuelva perezoso, etc”. Sin embargo, como se ve en la película, el padre edípico no funciona frente al capital, solo el anal. Su mensaje no es “tienes que sacrificar el capital para salvar al mundo” sino “puedes hacer dinero con el fin del mundo”.  ¿Y no es así como también operan los falsos académicos de los que hablaba antes? Esos economistas viven pidiéndole trade-offs a los trabajadores, pero ellos son incapaces del más mínimo sacrificio, así sea por pura honestidad intelectual. La diferencia entre ellos y el billonario de la película no es muy grande. Ambos funcionan bajo la lógica superyoica del padre anal. De hecho, la función de esos economistas es la de legitimar la anulación de todos los sacrificios que antes se le pedían al capital (“para entrar aquí debes pagar impuestos, debes ajustarte a estas reglas, debes aceptar nuestra supervisión, etc.”). Lo saben, como buenos cínicos, pero aún así lo siguen haciendo.

Al final de la película, parece que todos los capitalistas van a morir asesinados en el planeta al que llegaron. Desafortunadamente, la lección es decepcionante, si es que la película es una crítica de como los poderosos han asumido el cambio climático. Los más ricos, en efecto, se salvarán de la mayor parte de los efectos negativos de dicho cambio. Por eso no tienen gran interés en detenerlo. Incluso tienen búnkers en los que tienen planeado sobrevivir durante décadas, en caso de que la sociedad se desintegre. Tal vez por eso la izquierda contemporánea está asumiendo el papel del viejo padre edípico: al capital también hay que ponerle límites, sacrificios. De otro modo, los más débiles pagarán las consecuencias. Pero para que eso funcione de verdad y a largo plazo, debe transformar las relaciones con el capital a nivel global. En todo caso, no miremos arriba. La solución, como bien lo muestra la película, no es irnos a otro planeta sino salvar al que tenemos. Miremos a la derecha cínica del estado predador y de los académicos comprados. A lo mejor allí encontraremos respuestas.

 

Vía: Socrático

Tomás F. Molina

Tomás es politólogo de la Universidad del Rosario, máster en filosofía de la Universidad Javeriana y candidato a doctor en filosofía de la Universidad de Granada en España. También es guitarrista clásico y ha dado conciertos en Colombia y Europa. Ha sido profesor de la Universidad del Rosario, la Universidad Javeriana, la Universidad Sergio Arboleda y la Universidad la Sabana.

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