“ (…) para subsistir solo necesitamos de lo más elemental: los alimentos. Las demás cosas, no dejan de ser apetitos extravagantes cuando de asuntos de vida o muerte se trata.”
La situación de emergencia sanitaria que experimenta el mundo a raíz de la declarada pandemia por el virus COVID-19, ha recordado al hombre la finitud de su existencia, obligándolo al confinamiento social para tener una oportunidad de sobrevivir. Es en ese estado de aislamiento en el que se vuelven los ojos hacia lo esencial, reconociendo que para subsistir solo necesitamos de lo más elemental: los alimentos. Las demás cosas, no dejan de ser apetitos extravagantes cuando de asuntos de vida o muerte se trata.
Y para producir alimentos, Colombia ha sido bendecida con un área geográfica pintada de verde. En el país tricolor la zona rural es la de mayor extensión, ocupando el 99,6% del territorio, según datos del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, lo que significa que tan sólo el 0,3% corresponde a áreas urbanas.
No obstante, a pesar de las posibilidades que pueda ofrecer esta situación, con el paso de los años, los gobiernos y empresarios han invertido pasión y energía en transformar la vocación del territorio hacia la económica industrial, turística y de servicios. Pero ahora, que el fantasma de la muerte recorre las calles, es que nos asalta la preocupación frente a un eventual desabastecimiento de comida y ahí sí, nuestros campesinos son vistos como héroes sin capa, aquellos que por tantos años han sido invisibilizados por gobiernos que disfrazan con palabras pomposas el progreso y desarrollo, desestimando la importancia del campo bajo la distracción de la libre competencia en mercados donde somos incompetentes.
Situándose en el caso específico del Valle de Aburrá, que cuenta con una clasificación de suelo rural equivalente a un 84%, es inquietante que esta subregión dependa en un 97% de otras regiones para producir alimentos. Estos datos, aunado al momento de crisis sanitaria y socio-económica que experimenta el país actualmente, debe llamar la atención de los gobiernos locales, para que centren la atención en el campo y su potencialidades, aprovechando la discusión y aprobación de los Planes de desarrollo para formular programas y proyectos que fortalezcan la inversión en tecnología, capacitación, producción y comercialización de los alimentos que se producen en nuestro campo, encaminados hacia una soberanía alimentaria que disminuya los índices de importación de alimentos y mejoren la calidad de vida de nuestros campesinos. ¡No más indiferencia!