Ya empezaron las firmas encuestadoras a sondear la intención de voto de los colombianos para las presidenciales de 2022. Guarumo y EcoAnalítica, célebres por su historial de desaciertos, acaban de presentar los resultados de un sondeo telefónico, realizado entre el 27 y el 30 de septiembre pasado. Con todo el respeto que me merecen los 1257 ciudadanos que contestaron la encuesta, me veo en la obligación de decirles que a la pregunta: “Si las elecciones fueran hoy, ¿por cuál candidato votaría?”, han debido responder: ninguno, porque de los presuntos aspirantes no hay de qué hacer un caldo.
Todos esos aspirantes son unos estatistas furibundos que ven a los ciudadanos como borregos incapaces de valerse por si mismos y que deben por tanto ser asistidos, protegidos y guiados por el gobierno en sus actividades productivas y en su vida privada. Todos ellos pretenden estar por encima de las ideologías y estar más allá de los partidos porque todo lo bueno que prometen hacer desde el gobierno depende de los excelsos atributos personales con los que se creen adornados. Todos son pues caudillistas, pero de un caudillo a otro hay algunas diferencias. Me referiré a los dos aspirantes que acaparan la mayor intención de voto.
Sergio Fajardo o la peligrosa vacuidad.
Después de haber sido alcalde, gobernador y participado en dos elecciones presidenciales, Fajardo todavía osa presentarse como un “antipolítico” que se vió forzado a entrar a la política, dejando de lado una cómoda vida académica, para sacrificarse por los demás enfrentando a los políticos corruptos.
Todavía nos ilustra, creyéndonos tarados, con sus esquemitas conceptuales de bachillerato, de su propio puño y letra, para que sea mayor el encanto y la intimidad. En el último, publicado en su cuenta de tweeter, revela una vez más su infinito desprecio por las familias y las empresas y su convicción según la cual los políticos son el alfa y omega de la sociedad.
“Los políticos toman las decisiones más importantes de la sociedad”, afirma Fajardo. Por eso entra a la política, para llegar al poder.
Pues no, las decisiones más importantes de la sociedad las toman las familias y las empresas. Las familias son fundamentales en la formación de capital humano y físico y las empresas en la búsqueda y descubrimiento de oportunidades de crear riqueza, que no es otra cosa que la producción de bienes y servicios que lanzan al mercado.
La función de los gobiernos democráticos y verdaderamente liberales es promulgar y hacer cumplir normas de conducta de carácter general que estimulen y protejan a las familias y las empresas en la búsqueda de los objetivos de bienestar y producción, porque son ellas, no el gobierno, las que realmente saben cuál es su interés.
El gobierno debe estar al servicio de la sociedad, es decir, de las familias y de las empresas, no a la inversa como cree Sergio Fajardo. Allí donde las decisiones de los políticos son más importantes que las de las familias y las empresas, reina el totalitarismo.
A estas alturas, después de veinte años de vida política, Fajardo continúa exhibiendo como su gran credencial la supuesta limpieza de sus manos y se cuida bien de exponer su visión de la economía y la sociedad. La naturaleza detesta el vació y el vacío de ideas de Fajardo es inexorablemente llenado por las ideas totalitarias de sus aliados Claudia López y Jorge Robledo, una ilustre pareja de ignorantes en cuestiones de economía y desdeñosos de las libertades individuales, tanto o más que Gustavo Petro de quien me ocupo a continuación.
Gustavo Petro o el delirio criminal.
Se dice que Gustavo Petro es economista, de la Universidad Externado de Colombia. Un diploma es un certificado de idoneidad mediante el cual la entidad que lo expide le comunica a la sociedad que su titular es un buen profesional y que puede confiar en él. Entregar un diploma a una persona no-idónea es un engaño y una estafa para la sociedad y la entidad que lo haga debe ser sancionada ejemplarmente, de acuerdo con el daño que el supuesto profesional cause a la sociedad. A la Universidad Externado yo le quitaría su licencia de funcionamiento de por vida pues el daño causado por el supuesto economista es de calibre mayor.
Petro no sabe economía. El sujeto cree en la teoría del valor trabajo y de la explotación que es equivalente a creer que la tierra es plana y que los astros están pegados a una cúpula firme que gira alrededor de ella. El sujeto no tiene idea de cómo se forman los precios, ni la tasa de interés, ni la tasa de cambio y está convencido de que son fijados arbitrariamente por gente mala – empresarios y economistas neoliberales – que quieren joderles la vida a los pobres.
En sí no es grave que Petro, como todos los aspirantes y la mayoría de la gente, sea ignorante en economía. Todos somos ignorantes en casi todas las cosas ajenas a nuestro oficio o profesión. Yo no sé nada de cirugía cardíaca, lo que no es ningún problema mientras no pretenda operar a nadie. Petro es justamente eso, una especie de médico ignorante que pretende manejar el País sin tener idea de las patologías económicas ni de su forma de tratamiento.
El ignorante en medicina no sabe cómo funciona el organismo humano, el ignorante en economía no sabe cómo funciona el organismo económico. De hecho, no entiende que es un organismo y cree que es una especie de organización que puede manipular a su antojo.
Esos ignorantes, convencidos de que la sociedad es un inmenso tablero de ajedrez cuyas piezas pueden manipular a voluntad, no se percatan de que esas piezas tienen sus propios deseos y que están animadas por la incontenible aspiración de libertad que late en el corazón de todo ser humano, lo que los obliga, para imponer sus delirios, a la más cruel represión de los deseos y aspiraciones de las personas.
Esos jugadores son los Stalin, los Mao, los Pol Pot, los Kim, los Castro, los Chávez y los Maduro quienes no vacilaron en convertir a sus países en verdaderos infiernos para imponer a sus ciudadanos el paraíso imaginado en los delirios de sus mentes pletóricas de prejuicios y absurdas ideas. Esos son los inspiradores de Gustavo Petro quien comparte con ellos su total ignorancia de las leyes económicas y el absoluto desprecio por la libertad humana.
Si es necesario en otro momento me ocuparé de los demás aspirantes. Ya es suficientemente deplorable constatar que dos personajes de mentalidad totalitaria, furibundos enemigos de la economía de mercado y de las libertades individuales, ocupan un lugar privilegiado en las preferencias políticas de los colombianos. ¡Qué Dios nos ampare si de aquí al 2022 no logramos revertir esta tendencia!
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