“El hombre es tan solo una máscara de si mismo”
(Taub, Emmanuel. 2021. La palabra y la errancia)
En las extensas notas que Immanuel Kant redacta para sus cursos y que han sido organizadas con el título de Antropología práctica, se hallan importantes consideraciones sobre el hombre (entendido como ser genérico más que como individuo), el derecho y la educación. Kant sostiene que la primera obligación moral del hombre es la de conocerse a sí mismo. No se trata de adquirir un conocimiento sobre la perfección física o sobre cómo conseguirla, sino de internarse en el infierno de la disposición moral humana. En otras palabras, se trata de conocerse a sí mismo para observar cara a cara la perfección moral que guía las acciones o, por el contrario, su carencia generalizada la mayoría de las veces. Así, Kant plantea que la perfección moral no es una cualidad inherente y tampoco surge espontáneamente. Ningún ser humano es sujeto moral por naturaleza. Toda perfección requiere trabajo, esfuerzo, paciencia y determinación por darle forma. Si bien la perfección moral es inalcanzable, justo por eso la formación y la educación del ser humano hacen de ella el criterio a partir del cual el hombre puede juzgarse. Por todo esto, sin antropología no hay ciencias humanas. Cabe aclarar que antropología aquí no significa ‘ciencia de los antropólogos’, sino reflexión filosófica sistemática en torno al ser humano y los procesos que dan cuenta de su formación y de su educación, esto es, los procesos que convierten al hombre es un ser capaz de voluntad. Por el momento, dígase, aquel que reconoce en las leyes morales sus principios de acción, sin necesidad de coacción alguna. Parafraseando a Emilio Lledó (2011), la voluntad no es una fuerza (como imagina la ‘filosofía moral popular’), sino un modo de ser del hombre que para adquirir su forma necesita de un proceso.
En el contexto de las reflexiones acerca de las relaciones entre la antropología y el derecho, Kant aclara que el ser humano es un animal que necesita un señor. Y es de esta manera porque los individuos están movidos a reclamar el derecho para sí, pero son proclives a negarlo para los otros. Ningún individuo, haciendo uso de su entendimiento, puede negar que la ley es necesaria para la vida. Sin embargo, el deseo de todos es que esta sea aplicada, pero a los otros. Cada uno quiere constituirse a sí mismo en la excepción frente a la ley. En esto estriban, según Kant, las dificultades para establecer una constitución civil. En sus conferencias que llevan por título Pedagogía, explícitamente dice que hay que enseñar a los niños y a los jóvenes que el convenir en ser tratados con privilegios, es decir, no según la ley sino exonerados de esta, es el origen de toda injusticia.
Ahora bien, la pregunta por el señor que el ser humano invoca para que exista el respeto por la ley, a su vez, señala que el señor necesita señor y así hasta el infinito. Kant no resuelve el problema planteado y en eso puede advertirse un cierto escepticismo con respecto a la posibilidad de conocer verdaderamente al ser humano. Haciendo eco de ese escepticismo kantiano, tendría que plantearse la pregunta por las verdaderas condiciones de posibilidad de las ciencias humanas. Si no se puede saber qué es el hombre ¿Cómo son posibles las ciencias que lo hacen sujeto y objeto de su investigación? Este escepticismo no necesariamente significa negar dichas ciencias, aunque sí mantener presente que el hombre es una pregunta sin respuesta. Como sugiere el mismo Kant en el ensayo Idea de una historia universal en sentido cosmopolita, el hombre es un pozo sin fondo, nunca se está seguro que puede salir de él. Las catástrofes históricas que vinieron después de Kant, entre ellas Auschwitz y el destino de los judíos, las dictaduras latinoamericanas, las invasiones de Estados Unidos en nombre de los Derechos humanos o la “seguridad democrática” y los “falsos positivos” en Colombia, entre otros, atestiguan que en la historia reina la ruina moral y la destrucción permanente. Por eso, tal vez a lo único que queda es aspirar a que por la educación el hombre se forme como sujeto moral.
En el mismo contexto de sus reflexiones antropológicas, Kant sostiene que el propósito más excelso de la educación es el de aprender a respetar el derecho y la dignidad del género humano. Esto significa reconocer la necesidad de la ley para habitar y preservar la vida, además de reconocer la dignidad para todos los seres humanos, independiente de la diferencia que empíricamente los constituye. Todo individuo, en su propia persona y en la persona del otro, debe reconocer el valor inquebrantable del derecho y de la dignidad humana. Pero, nótese bien, el derecho y la dignidad no provienen de Dios o divinidad alguna, tampoco son datos de la naturaleza. Más bien, trasmitidas por la educación, son atribuciones con las que el ser humano se interpreta a sí mismo para formarse. Como puede apreciarse, la educación es el proceso a través del cual el hombre forma en sí y para sí aquello que no le es dado por naturaleza.
Expuesto lo anterior y siguiendo con Kant, la pedagogía es la teoría de la educación. A juicio del filósofo de Königsberg, la pedagogía tiene que ser ciencia porque, de lo contrario, no será lícito esperar ningún mejoramiento del ser del hombre. En ese sentido, lo que en Herbart puede nombrarse como educación por la instrucción, es el proyecto de formar el sujeto moral a partir de los objetos del conocimiento dispuestos por el maestro, apelando a su “tacto pedagógico. Señálese de entrada, este no es el recurso a la espontaneidad arbitraria, para Herbart, el “tacto pedagógico” debe educarse. García Morente (1975) sostiene que, por su relación con la filosofía, la arquitectura de la pedagogía o ciencia de la educación se refiere a la lógica (ciencia de la verdad), la ética (ciencia de la voluntad) y estética (ciencia del sentimiento artístico). Por la educación, entonces, el ser humano hace suyas las preguntas en torno a la verdad, la moral y la belleza, convirtiéndolas en parte de su propio modo de ser. La pedagogía, por lo tanto, es la investigación acerca del ser humano como ser necesitado de formación y de educación.
Una acotación para finalizar. De un tiempo para acá es de uso corriente la expresión “hacemos pedagogía”. El presidente Iván Duque dice hacer pedagogía al utilizar los medios de comunicación para su autopromoción; los funcionarios de las alcaldías municipales también dicen hacer pedagogía en torno al uso del tapabocas a propósito del Covid-19 e, incluso, la policía hace pedagogía en las carreteras para evitar accidentes viales. Más allá de querer corregir el uso incorrecto y mendaz del concepto, la argumentación presentada tiene un propósito: cuestionar el empobrecimiento del campo disciplinar y profesional de la pedagogía, ignorante o incapaz de responder con rigor a la trivialidad y a la mentira discursiva. Entiéndase correctamente, los maestros no “hacemos pedagogía”, si acaso, educamos en un contexto histórico, cultural y político, en el que de las fruslerías más vergonzosas se dice que son pedagogía o que son pedagógicas.
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