Morir de plétora

De un preámbulo y trescientos ochenta artículos consta la Constitución Política de Colombia. En un preámbulo, siete artículos y veintisiete enmiendas está consignada la de los Estados Unidos de Norteamérica. Aquella data de 2001 y esta de 1787.

Si el dato no les dice nada, a mí sí, comenzando porque entre más añejas las Constituciones, más respetadas, menos ultrajadas.

La de Colombia está cargada de cuanta adiposidad dispusieron consignar los constituyentes y posteriores reformadores, parecidas a las barrigas de esos señores gordos, muy gordos que en lugar de músculo acumulan mugre manteca o empella que llaman los carniceros. La de USA es frugal, de abdomen plano como les gusta a ciertas recamadas damas.

Hagamos de cuenta el gordo y el flaco.

El tamaño de las Constituciones da buena cuenta del grado de desarrollo o subdesarrollo de las naciones, de las sociedades, de los Estados. Colombia, con una Carta extensa excedida en minucias propias de los meros reglamentos, pertenece al tercer mundo con todo lo que ello implica en atrasos y tensiones y USA, con una tan dramáticamente breve y sencilla, encabeza el primer mundo, abundante y líder.

Escueto, el rico Epulón y el pobre Lázaro.

Las Constituciones de los países del trópico son un catálogo de fórmulas foráneas trasplantadas de más acá y de más allá, abiertamente reñidas con la idiosincrasia de los propios pueblos y, a partir de allí, vienen las migrañas para las que parece no haber cura por lo pronto. Esas que llaman reformas políticas no son otra cosa que la adecuación normativa a los pasajeros afanes partidistas, cuando no al interés personal de los constituyentes.

Las nuestras son Repúblicas aéreas diseñadas para extraterrestres y no para las personas de carne y hueso que las habitamos.

Hay otras Constituciones ejemplares: las de Gran Bretaña, Nueva Zelanda e Israel que pertenecen a la categoría de las no escritas.

Por otro aspecto se le hizo agua la boca al espurio, y no se atoró, para contarnos en su rendición de cuentas que en los cuatro años del primer mandato se aprobaron y sancionaron 311 leyes, o sea a un promedio de 77.75 por año. Eso, lejos de ser motivo de orgullo llama a la preocupación porque hay allí mucho bagazo, leyes de honores y tantas otras pendejadas que merecen rejones de castigo para los señores legisladores. Muy pocas leyes útiles si se aplicaran.

País santanderista este agobiado de ordenanzas. Vamos a morir de plétora.

Congreso admirable sería aquel que se dedicara con juicio a examinar la legislación que viene de atrás y que derogara lo que resulte inútil, necio, inocuo o traido de los cabellos.

franja

 

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