Mompox, cuna de emigrantes

“Que no nos siga pasando como Mama Icha, que tuvo que irse por más de 40 años de su amado Mompox, para luego volver y con desazón, no poder disfrutar de su casa, esa que tanto soñó y que desde la lejanía añoró”.


Tuve la posibilidad de ver la película – documental La casa de Mama Icha, del director de cine antioqueño Óscar Molina en el primer día del Hay Festival Jericó de este año. La película me causó una grata sorpresa. Retrata la historia de Mama Icha, una persona cercana a mi familia paterna de Mompox, a quien no tuve la posibilidad de conocer, pero sí a uno de sus hijos, Gerardo Echeverría, primo de mi abuela paterna. Parte de mi familia vino exclusivamente a Jericó para ver esta obra de Molina que realmente nos emocionó.

Quiero tomar esta película como excusa para conversar sobre tres temas que allí se destacan: 1) la falta de oportunidades locales como desencadenante de la emigración; 2) la pérdida de las tradiciones y la cultura por la gentrificación; 3) la resistencia de los nativos momposinos a entrar en el acelere de la vida moderna.

Mompox da la sensación de ser un municipio estancado en el tiempo. Hasta hace poco, para llegar a la isla, se debía tomar lancha o ferry para cruzar el otro lado del Magdalena, esa desconexión con el resto del país hizo que el común de los momposinos se acostumbrara a vivir una vida lenta, sin fatiga, a vivir el día a día sin tener mayores aspiraciones que las de comer y tener un techo donde dormir. Hace cinco años fui por última vez. Durante una semana, me quedé junto con mi abuelo en la casa de su hermano Justo. La mayoría del tiempo en la casa del tío “Justico” se nos iba conversando afuera, en la acera de la casa, con amigos que desde temprano llegaban a poner cualquier tema en son de una cerveza o del famoso ron Tres Esquinas. Sentados en una silla tipo mecedora o en el tronco cortado de un árbol bajo la sombra de un palo de mangos, se nos iba la mañana y la tarde. Nunca noté preocupaciones ni grandes expectativas en las personas que día a día visitaban desde temprano al tío Justo. Sí los noté tranquilos, por llevar, de alguna manera, una vida relajada a contracorriente de lo que muchos vivimos.

Un cuadro similar se presenta con Alberto Niño, el hijo de Mama Icha que se quedó en Mompox cuidándole su casa. Albert, como le dicen, tiene como único propósito en su vida, dejarle una casa a su hijo.

Que buena parte de la gente de Mompox viva ligera de equipaje, se fundamenta en las condiciones de pobreza. Varios de ellos no tienen necesidades básicas resueltas como acueducto, energía, piso en cerámica, alimentación, educación.

Eso explica por qué momposinas, como dos de las hijas de Mama Icha, decidieron irse de su lugar de origen para Estados Unidos y desarrollar su proyecto de vida en ese país. No encontraron esperanza en su territorio. Encontraron como mejor alternativa, la emigración, así eso implicara empezar desde cero en un país desconocido.

Una de las obligaciones del estado es garantizarle oportunidades y condiciones de vida a sus ciudadanos. Justicia social. Es precisamente lo que no ha pasado históricamente en este municipio ni en muchas otras ciudades pequeñas y medianas de Colombia.

El fenómeno de la emigración por falta de oportunidades, sumado a que Mompox ha recobrado protagonismo en materia turística por ser pueblo patrimonio, ha hecho que extranjeros enamorados de este territorio estén comprando casas a bajo precio -comparado con el dólar-, y que varios momposinos con la ilusión de tener un mejor futuro -por lo general en una gran ciudad-, vendan sus propiedades, que luego son convertidas en hoteles, restaurantes o bares. Paulatinamente la vida lenta y las costumbres de este terruño se reemplazan por las de los nuevos habitantes, que quieren aprovechar el auge turístico del municipio. Se habla incluso de cómo esto ha encarecido los precios de la canasta familiar y de cómo los nativos deben resistir el no ser desplazados de su territorio, ni de sus propias costumbres, que incluye, por ejemplo, comprar el aceite por fracciones: “deme 500 pesos de aceite”, que es entregado, hágase de cuenta, en una copa plástica de aguardiente al mejor estilo del realismo mágico de Gabo.

Una obsesión de todos debería ser trabajar por garantizar igualdad de condiciones para los ciudadanos, que podamos desarrollar nuestros proyectos de vida en nuestros territorios. Que no nos siga pasando como Mama Icha, que tuvo que irse por más de 40 años de su amado Mompox, para luego volver y con desazón, no poder disfrutar de su casa, esa que tanto soñó y que desde la lejanía añoró.   

José María Dávila Román

Comunicador Social - Periodista de la UPB con Maestría en Gerencia para la Innovación Social y el Desarrollo Local de la Universidad Eafit. Creo que para dejar huella hay que tener pasión por lo que se hace y un propósito claro de por qué y para qué, hacemos lo que hacemos. Mi propósito es hacer historia desde donde esté, para construir un mundo mejor y dejar un legado de esperanza y optimismo para los que vienen detrás. Soy orgullosamente jericoano.

Nota al pie: El columnista tiene o ha tenido vinculación laboral con la minera AngloGold Ashanti. 

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