Bueno, finalmente Gustavo Petro llegó a la Presidencia de la República de Colombia. No es sorpresa para los que hemos seguido el desarrollo del proyecto político de izquierda desde la década de los 90’s, pero solo lo entendimos hace pocos años –con el período de Juan Manuel Santos–. Por eso, les quiero ofrecer una explicación de lo que creo que pasó, cómo fue y lo que sigue.
La llegada de Gustavo Petro a la Casa de Nariño tiene un par de componentes fundamentales.
El primero, la Constitución Política de 1991, con la que el M-19 se desmovilizó. Esta Constitución, como todas las Constituciones de izquierda, no es más que una lista de mercado de buenas intenciones, rellena de derechos que no son derechos y con tantas puertas traseras y delanteras que uno no sabe por dónde entra o por donde sale; es decir, permite tantas interpretaciones iniciales como resultados inesperados con los fallos y sentencias que produce su interpretación. Pasamos de una sola Corte Suprema a varias Cortes con el mismo nivel, que se estrellan cada rato.
El otro componente es más reciente, y tiene que ver con la pugna entre las dos corrientes socialistas principales que hay en Colombia y que intentan hacerse al poder como garrapatas. La primera, el Internacional-socialismo, que Petro llama de forma incorrecta, Progresismo, que es en realidad la tercera variante socialista del siglo XX y cuyo origen es en la política de los Estados Unidos, específicamente, por obra del Partido Demócrata; y el Nacionalsocialismo, que hoy se llamar Socialdemocracia, representado por el Uribismo, al cual había que hacerle un cambio de nombre, dado que en la Segunda Guerra Mundial, el Fascismo –una de sus variantes, ya que Nazismo y Peronismo son las otras dos– fue derrotado por los internacional-socialistas (Iósif Stalin de la URSS) y por los progresistas (Franklin D. Roosevelt de los EEUU).
Uribe llega al poder después de Andrés Pastrana –hoy en día, básicamente un cero a la izquierda en política, ya que el Partido Conservador Colombiano es el huésped involuntario de la Teología de la Liberación, y está completamente eviscerado de todo principio cristiano y católico– y se da a la tarea de traer la Seguridad Democrática, y con ella nos mete cositas muy socialistas como el Impuesto a la Riqueza, el Peaje Social y demás reformas que solo una persona comprometida con la redistribución de la riqueza puede apoyar. El resultado es que Las FARC-EP aprietan el acelerador y dan la vuelta hacia una estrategia internacional, se toman todas las instituciones, completan su conquista del aparato judicial, desplazan a los paramilitares del Congreso y consiguen apoyo de la comunidad global; y Uribe, que cree ser muy hábil, da por concluida su tarea y le abre la puerta a Juan Manuel Santos, un comunista a ultranza y bastante comprometido con el Internacional-socialismo, quien hace un pacto de paz con las FARC-EP y llama a un plebiscito pensando que ya todo está dicho, arreglado y en la bolsa ¡Pero lo pierde! Y Uribe ve la oportunidad para salvarse el pellejo y condenar el país al seguro Presidente de izquierda que vendrá después del pelmazo de Iván Duque, al que demás que encontraron escondido debajo de una cama sacándose los mocos y lo invistieron para que al menos mantuviera la silla caliente, mientras reacomodaban las fuerzas y a sus guerrillas. Finalmente, podían darse el lujo de un lecho tibio y una comida caliente sin los bombazos de la FAC (Fuerza Aérea Colombiana). Todo, con nuestros impuestos.
Eso sí, Uribe como buen autócrata narciso y un completo convencido de sus propias mentiras, nos echó a todos al agua; aunque también le llegó su turno, pues la Estación de Policía que se hizo construir a la salida de su residencia privada en Llanogrande Antioquia, se convirtió en la garita del INPEC, porque de todos modos lo “encanaron por un ratico”, como dice Juanes. De esa experiencia, quien sabe qué clase de engendro habrá salido, pero por la actitud del otrora patriarca en su otoño, al que se nota que ya los años le pesan y el miedo le escurre por las sienes, probablemente –esto es especulación mía–, negoció una división del poder de la “derecha” para que Petro quedara, con tal de librarse de una potencial persecución judicial; por eso vimos a Fico y a Rodolfo contra un Petro, cosa que ya se hizo en el pasado ¿Recuerdan el Frente Nacional, o la elección de Belisario Betancur?. Pasa que esta vez hay una diferencia, y es que Uribe está negociando con personas que lo odian con odio latino, con ese odio que describe García Márquez en Cien años de soledad, con ese odio que solo se tienen los dos jefes de bandas criminales cuando pelean por el control de una esquina para vender bazuco, con ese mismo.
Petro ahora lo tiene en la mira, y lo que no pudo hacer siendo guerrillero y luego Senador, quizá lo logre en el momento, cuando nombre Fiscal, Procurador y Contralor de su gusto, y Uribe no pueda más que ver con impotencia como Iván Cepeda, su peor enemigo, tiene a disposición internacional-socialistas en los puestos claves del poder para cerrarle toda posibilidad de siquiera poder comprar un fallo judicial, como se le permite a un enemigo al cual se le tiene algo de respeto; como diría el ilustre Winston Churchill: “los cobardes primero pierden el honor y después, de todos modos la guerra”, y Uribe se arrodilló esperando clemencia a costa del país, porque como todo personaje que lidera a través de la violencia, la corrupción y el odio, al final los otros a quienes oprimió se van a desquitar si tienen la oportunidad.
¿Qué viene para Colombia? ¡Justicia Social para todos! En grandes cantidades y de toda pelambre. Profundización de la redistribución de la riqueza; aumento de los impuestos; estiramiento, alargamiento y ensanchamiento del ya fofo, costoso e ineficiente Estado; una ola de venganzas judiciales, todas ellas muy legales y dentro del marco constitucional como debe ser; juicios y procesos judiciales a la mejor tradición comunista con show y testigos chimbos; entre otros.
Colombia es un Estado fallido. Lo ha sido desde la independencia –claro que no era mejor en la colonia, eso hay que decirlo también– con el pendejete afrancesado y remedo de élite europea ese de Simón Bolívar, quien además, fue nuestro primer dictador. Pero Colombia no es un país pobre y atrasado por falta de recursos o ideales, o de gente, sino por adoptar como dogma fundacional ideas inmorales y torcidas que tuvieron los mismos resultados en la Francia del sigo XVIII, y los siguen teniendo hoy en nuestro país y otros rincones de la región (Latinoamérica); y cuyo culmen actual en esa iteración se llaman Álvaro Uribe y Gustavo Petro, con sus respectivos séquitos de aduladores, chupamedias y oportunistas.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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