Esa mañana Patricia Montoya alistó rápidamente sus quehaceres en su hogar, demás asuntos familiares con sus dos hijos a quien dejó a cargo con una de sus hermanas y se dispuso a dirigirse a una estación de Metroplús en el barrio Manrique rumbo al Parque de los Deseos en la ciudad de Medellín.
Su objetivo y misión era protestar de manera pacífica por razones que asumía le afectaban en su condición socioeconómica. Se sentía inconforme y decidida a sumarse a un paro que se había programado en uno de los varios lugares referenciados para partir a través de una marcha.
Llegó rápidamente al sitio de encuentro, el servicio de Metroplús había sido desde hace ya varios años, la mejor solución para el inconformismo de transporte que se tenía en su barrio para desplazarse rápidamente a cualquier sitio de la ciudad.
Agradeció de nuevo el contar con un sistema masivo que le mejoró su calidad de vida, recortar tiempos de desplazamiento y de manera especial por la economía que le generaba para ir a su lugar de trabajo o precisamente cuando visitaba una de sus hermanas en el barrio Belén en el suroccidente de la ciudad.
Marchó, protestó, se sumó a las arengas y gritos hacia un gobierno que para ella incumplía una promesa de gobierno que nunca se llegó a cristalizar. Su voz iba de igual manera dirigida a un reconocido líder político que insinuaba ejercer sin escrúpulo alguno la fuerza militar en contra de la sociedad.
Sintió orgullo por la marcha, por el propósito de esta, sus temores de protesta fueron disipados a la medida que recorrían las calles puesto que se hacía de manera pacífica, sin violencia alguna, sin muestra de que alguien hiciera daño.
A la altura de la plaza Minorista cuando la marcha transcurría de manera pacífica, Patricia escuchó unas explosiones, su mirada se dirigió al lugar de origen, corrió hasta llegar a la Estación Metroplús. Su incredulidad y rabia se vio reflejado en su rostro, gritó a unos encapuchados: malparidos el metro no se toca, hijos de puta. Corrió detrás de uno de ellos. Quería responder el dolor que sentía el ver que se hacía daño al emblema de los paisas, al que todos cuidan, al orgullo de una raza que se refleja en el metro.
Vio que uno de los encapuchados que había hecho daño a una de las estaciones del metro corrió rumbo al interior de la Plaza Minorista, lo siguió, observó que se ocultaba en un baño, allí de manera sigilosa evidenció como el agresor se quitaba su capucha, tomaba de un morral que llevaba puesto un radio y a través del mismo dijo: Misión cumplida mi comandante.
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