Hace poco vi la película Mientras dure la guerra (2019), del director Alejandro Amenábar, sobre las idas y venidas del gran Miguel de Unamuno acerca de lo acontecido en Salamanca en 1936. Quedé muy impresionado del diálogo que sostienen Franco y de Unamuno cuando este último le pide al futuro dictador por su amigo Atilano Coro.
Calma, por favor, defensores de Francisco Franco, de Miguel de Unamuno, de los marcianos y de los venusinos. Ya sé que el diálogo es imaginario. Nunca se sabrá qué se dijeron, como tampoco quedó grabado ni escrito el famoso discurso donde de Unamuno denuncia las atrocidades de un bando y del otro. Pero tomen el diálogo como imaginario. Como tal, los guionistas han logrado perfectamente la descripción de dos paradigmas políticos inconmensurables. Por ende, voy a cambiar los nombres, aunque todos se darán cuenta quién es quién.
Juan: “Si, de ese señor ya me han hablado. Es protestante y masón. Un mal español”.
Pedro: “Bueno, pero él… ¡Él no ha cometido ningún delito!”
Ya está. Por ahora, ya está. Dos líneas que lo dicen todo.
“Un mal español”. La unidad política es la nación identificada con el Estado, error moderno del cual la mayor parte de nacionalistas modernos no pudieron salir. Por lo tanto, lo que define al perteneciente a la nación no es un pacto político donde se respeten sus libertades individuales, sino su pertenencia a lo que promulgue la ideología del régimen. ¿Qué es ser un “buen argentino”?, o ¿un “buen ruso”? o ¿un “buen norteamericano”?
Hoy todos lo han olvidado, pero en el liberalismo clásico, lo que define a un buen ciudadano es su adhesión al pacto constitucional originario, que incluye el respeto a sus libertades individuales. Por eso Mises distingue entre nación y Estado. Hoy todos lo han olvidado, pero lo que definió al pacto de los EEUU es la Independence Declaration que decía que todos los seres humanos habían sido “dados” de ciertos derechos por Dios… Por ende, para ser un buen ciudadano lo único que era necesario era respetar el Rule of law, o sea, respetar las libertades de los demás; ergo, para ser un buen ciudadano no había que ser católico, protestante, masón, ni blanco, como nos lo recordó en su momento Martin Luther King en su soñado discurso. Claro, ya todo eso se acabó –Martin Luther King también–, porque hora “only Black Lives Matter”.
Franco piensa coherentemente dentro de su paradigma: la “nación española católica” es para él la unidad política. Católica como los ultramontanos, para quienes, como “el liberalismo es pecado”, no había debido proceso, ni separación entre ley humana y ley natural, ni tampoco derechos personales; no, todo eso es pecado. Un mal español.
De Unamuno, que no había dejado de ser liberal, le responde desde la Galaxia Andrómeda: “No ha cometido ningún delito”. “Delito”, es decir, no ha atentado contra la vida, libertad o propiedad de nadie. De Unamuno no podía entender cómo alguien podía ser ejecutado por ser masón y protestante. Es que don Miguel era un pecador, claro ¡un liberal! Y Franco, obviamente, no puede entender la respuesta de él.
Franco responde con el silencio. De Unamuno aboga a favor de más casos y protesta contra las ejecuciones sin juicio. Entonces Franco dicen que eso lo hacen también los republicanos. Y la respuesta de nuestro héroe es más incomprensible: “¡Pero nosotros somos cristianos!”
Pobre de Unamuno: metió el dedo en la llaga con total ingenuidad. ¿Qué impedía a los católicos ultramontanos perseguir a los no católicos, como ahora los científicos lo hacen contra los no vacunados? Porque los no católicos CONTAGIAN el error –uno de los peores era la masonería– por el bien común: por el bien de los demás… Por eso ¡hay que perseguirlos!
Pero atenti, la respuesta de Franco no es así de elaborada y tiene la misma ingenuidad que la de Miguel de Unamuno. Se la acerca a de Unamuno para hacerle una confidencia:
“Precisamente. Nosotros cuidamos al enemigo.”
De Unamuno lo mira perplejo.
“Antes de morir, se les está dando a los reos la oportunidad de confesarse… Con lo que pueden ir al cielo.”
De Unamuno no sabe qué responder ¡que pecador! tendría que haber dicho al menos “gracias”.
Ojalá de Unamuno se hubiera sentido acompañado por otros pecadores que prepararon el camino al documento de libertad religiosa del Concilio Vaticano II. O sea, todo Israel y su consumación, el cristianismo, la distinción entre el ser humano y Dios, la distinción entre el poder del príncipe y el poder de la iglesia, y no imponer el bautismo por la fuerza. Pero no ¡todo eso es pecado! Perseguir, apresar, matar al que no es católico: todo eso es virtud. Claro, es que los pecadores ¡no lo entendemos!
Es que el no católico contagia como los no vacunados. Es lo mismo. A ver Gabriel si lo entiendes: te vacunas, te conviertes, abandonas el pecado del liberalismo y te haces católico “como Franco manda” ¡Dale! porque así eres un escándalo para los no creyentes.
Este artículo apareció por primera vez en el blog Filosofía para mí de Gabriel Zanotti, y en nuestro medio aliado El Bastión.
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