Mi compadre Juan Valero y la revolución

Yo estaba muy aburrido en Caracas porque no había podido conocer personalmente al comandante Chávez y, mucho menos había logrado, que él leyera mi conferencia: “¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?”

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Capítulo 1

 

Yo estaba muy aburrido en Caracas porque no había podido conocer personalmente al comandante Chávez y, mucho menos había logrado, que él leyera mi conferencia: “¿Por qué en Colombia nunca quisieron a Bolívar?”

 

Me había conseguido dos amigos comunistas, no de los comunistas de influencia soviética, sino de una nueva versión «crítica» del comunismo. Ellos, al principio, estaban dudando de ayudarme a conseguir trabajo, porque “un bolivariano caudillista –como era yo- era un impedimento para desarrollar la lucha de clases”.

 

Cuando Chávez le dijo a los comunistas que él quería hacer una revolución ellos le pusieron la cara más seria que tenían y le dijeron que no, “que primero había que esperar a que se dieran las condiciones objetivas y subjetivas para…” entonces Chávez, los miró así como cuando él miraba con esa sonrisa espontánea y burlona, y les dijo: “entonces yo voy a hacer la revolución sólo sin ustedes”. Y cuando años después, Chávez ganó sólo la revolución, estos mismos comunistas le pidieron una cita para que él los dejara -ahora sí- participar en la revolución. Pero como Chávez no era bobo y sabía que ellos lo único que querían eran puestos en el gobierno, entonces Chávez no los atendió, pero, sí ordenó que les dieran alguna cuota burocrática en uno de los tantos ministerios que él se inventó. Y cuando estos comunistas se dieron cuenta que ahora eran nómina de la revolución, pelaron sus dientes y se compraron una franela con la imagen de Chávez y unas boinas rojas de esas baratas que se conseguían en el centro.

 

Un día, uno de mis amigos comunistas «críticos» me invitó a tomar unas cervezas en el centro, en un restaurante de italianos, donde no se vendía comida sino cervezas y donde la gente jugaba cartas y dominó. Los italianos como siempre, tan blancos y tan elegantes, cuando nos vieron entrar por la puerta, nos miraron como con cara de ahí llegaron dos nadies. Nosotros éramos los únicos negros y bajitos de ese lugar. Mi amigo comunista, estaba muy orgulloso de su identidad revolucionaria y siempre hablaba duro con un tono de voz como la voz de Vito Corleone. Y me dijo muy despacio: “colombiano te vamos a ayudar, pero olvídate de enseñar a Bolívar, estamos de Bolívar hasta los huevos, volvete serio y apréndete de memoria nuestro último manifiesto crítico de la revolución. Nosotros somos chavistas, pero temporalmente, tenemos hombres en cada una de las partes del gobierno, pero no porque nos interese trabajar, sino porque queremos ir ganando posiciones estratégicas para cuando se den las condiciones objetivas y subjetivas. No hables tanto colombiano que vos sos muy boquiabierto. Al principio no te van a pagar porque primero te deben conocer, ya después con el tiempo si te haces querer, de pronto te pagan, mientras tanto ve conociendo a la gente, colombiano, y vete leyendo este manifiesto crítico de la revolución que lo acabamos de hacer”. Yo le dije que bueno señor, que gracias por ayudarme y que sí me podía tomar otra cerveza, de esas que vienen en las botellas azulitas, y él me dijo que sí, pero que una no más porque los revolucionarios no podíamos ser borrachos.

 

Un día yo estaba sólo por la noche en un hospedaje de un canal comunitario en Caricuao pensando en una muchacha y mi amigo comunista me llamó y me dijo que organizara mis maletas que nos íbamos para Guárico al otro día cuando saliera el sol, que nos íbamos a encontrar en la estación del metro que se llamaba La rinconada. Ya no me acuerdo porque esa noche yo tenía plata y me compré una botella de cocuy del barato del que venden en una botella de plástico, de ese mismo Cocuy que me había enseñado a tomar mi amiga Yakelin, entonces terminé borracho escuchando unas canciones de Mercedes Sosa y escribiendo un diario que solo leían cuatro personas.

 

Cuando salió el sol en Caricuao yo me levanté con un guayabo muy duro, pero no se llamaba guayabo, sino ratón, porque en Venezuela uno no se levanta enguayabado sino enratonado. No tenía con que desayunar entonces lo único que tomé fue de esa agüita fría que sale en chorrito de una maquina cuando uno le aprieta un botón. Iba muy triste porque a pesar de todo yo había vivido muy bueno en Caracas. Me había conseguido una novia argentina pero que solo me duró una semana porque ella se había ido para Venezuela era a pasear y no hablar de política y yo nunca tenía un Bolívar para invitarla a nada. Me había conseguido unas buenas amigas para beber y comer, que me ayudaron a vivir en Caracas. En seis largos meses solo pude acostarme dos veces con una mujer, una vez con la argentina pero ella se enojó porque yo no sabía follar, y con otra que era, para desventaja mía, muy buena persona pero muy vieja. En ellas iba yo pensando triste, con mi única maleta, y con un cuadro de Bolívar que yo cargaba para todos lados, para que la gente se acabara de convencer de que yo era bolivariano. Pero ese cuadro me estorbó mucho en el metro de Caracas y la gente que siempre se levantaba malhumorada para ir a trabajar, porque ciertamente trabajar es muy maluco y por eso es que le pagan a uno, me miraban con rabia por mi cuadro de Bolívar. Pero yo me aferraba a él porque ese cuadro de Bolívar era lo único de valor que yo tenía en la vida. Cuando mi amigo comunista me vio llegar con el cuadro de Bolívar, se ofuscó, y me miró con cara de este colombiano si es güevón. Me dijo sin disimular su enfado que el cuadro no iba para Guárico que él me lo guardaba en su apartamento de revolucionario en Caracas, y yo le dije que no, que yo ese cuadro no lo soltaba por nada del mundo, y lo miré con cara de que yo no confío en usted. Él siguió enfadado, y apresuró el paso, y yo lo seguí con mi cuadro y con mi maleta.

 

Yo estaba muy asombrado porque yo pensaba que en el Llano uno veía muchas vacas, pero en este Llano solo había manga. En todo el camino no pude ver ni un sólo animalito. Yo iba muy incómodo en el bus porque tenía una necesidad apremiante de ir al excusado, pero todos los baños de las terminales de transporte en Venezuela nunca tienen papel higiénico, es que ni pagando tienen. Y yo pensaba muy afligido preguntándome a mí mismo qué carajos iba a dejar yo en el excusado si lo único que tenía en la barriga era Cocuy y agua fría de chorrito. Mientras tanto mi amigo comunista me hablaba de cómo el camarada Stalin no era tan malo como decía la gente, que incluso el camarada Che Guevara admiraba mucho al camarada Stalin, que incluso llevaba una estampita del camarada Stalin en su billetera en la selva. Yo miraba a mí camarada amigo comunista con cara de filósofo preocupado y él se alegraba porque yo estaba aprendiendo del comunismo, pero mi cara de preocupado era porque yo quería ir a un excusado limpio y con papel higiénico. Al rato yo no sé de donde saqué voluntad y le dije a mi amigo comunista qué por qué este Llano tan grande no tiene ni una vaca y él me dijo: «¡Ay¡ colombiano usted si es bruto, las vacas están en el Apure, en Guárico sólo hay maíz». Yo lo miré con asombro y volví a mirar por la ventana del bus.

 

 

 

 

 

Capítulo 2

 

 

Cuando uno veía, por casualidad, a un presidente de una empresa grande en Colombia, uno veía a un pavo real vestido de corbata, lentes oscuros, cabello rubio, dientes blancos resplandecientes y una mirada de desdén por el resto del mundo, que uno pensaba que a esos señores, solamente les hacía falta hacer milagros para que los confundieran con dios. De esto me acordé cuando mi amigo comunista me presentó al presidente de la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados y a su equipo de gerentes y asesores. Al contrario de los empresarios colombianos, los empresarios venezolanos mostraban en sus atuendos y en sus poses, una espontaneidad, una rudeza, una jovialidad tan esplendida que uno con ellos, sí que quedaba asombrado de verdad; ellos, con unas características más de caudillos que las que tenían los señoritos empresarios, hijos de papi, que se ven en Colombia. Claro está, que estos empresarios que yo estaba conociendo en Guárico eran llaneros, chavistas y revolucionarios. No digo que en Caracas no haya otro tipo de empresarios, igualitos a todos los del narcicismo del capitalismo. Pero no, éstos que acababa de conocer que eran pueblo pueblo; pueblo con plata. Ellos vieron llegar primero a mi amigo comunista que me adelantó el paso, ellos lo respetaban un poco; no mucho, me enteré después, pero sí lo respetaban un poco, porque era un camarada de la ciudad, cuota burocrática del chavismo. Mi amigo comunista me había dicho, antes de llegar, que esos gerentes de la empresa socialista eran en jerarquía inferiores a él, pero que ellos no lo sabían. Yo lo miré con asombro, pero luego me enteré que los que tenían verdaderamente poder eran ellos y no se daban tantas ínfulas o por lo menos no se la daban con la palabra. Así llegamos pues, yo llegaba arrastrando mi maleta y mi cuadro de Bolívar, hasta que llegué donde los gerentes, estaban en un galpón, el día era soleado, estaban echando bromas, y no como he dicho, en una sala de juntas encerrados, sino como si estuvieran en una gallera, ellos me miraron y al verme con ese cuadro de Bolívar, me vieron como cuando uno ve llegar un niño con un juguete, o sea que no me admiraron en ese primer instante como bolivariano, sino que me vieron con afecto, porque me veían como un niño de cuatro años exhibiendo su juguete predilecto. Yo les sonreí y les dije mi nombre, pero ellos nunca me lo escucharon y desde ese instante me bautizaron “Colombia”.

 

Mi amigo comunista me hizo un recorrido por las instalaciones de la empresa, luego me dejó solo a ratos para él sostener unas reuniones “secretas” donde yo no podía estar. Y yo ahí calladito, en unas habitaciones que serían mi “vivienda” durante dos largos años y medio (pero eso no lo sabía aún); estaba pues ahí yo desempacando mis libritos, mis deshilachadas prendas y mi cuadro de Bolívar, que de tanto ajetreo, el óleo seco en algunas partes del rostro del Libertador ya se estaba resquebrajando. Mi amigo comunista finalmente, antes de irse, me iba indicando con cautela, quién era quién en la empresa, “colombiano, aquel es peligroso, cuidado qué habla con él; aquel otro es muy importante, se discreto con él; aquel otro es insignificante pero es muy chismoso…. aquel otro es muy peligroso, etc.” me hizo tantas advertencias, que yo me confundí y con los peligrosos no tuve cuidado y con los no peligrosos le temí y me alejé de ellos, total que los confundí a todos, como se verá después, para suerte mía; si yo le hubiera hecho caso en todo a mí amigo comunista, no hubiera durado allá tres días, pero como fui yo, así como soy yo de desfachatado, y por eso mismo allá triunfé. Mi amigo, camarada comunista, al otro día se fue, se regresaba para Caracas, me dejaba instalado en lo profundo de los Llanos centrales venezolanos, en la profundidad de la revolución. Yo sentí un alivio cuando mi amigo comunista se fue, me tenía mamado, (no mamado de mamar) sino la palabra “mamado” que utilizamos en Medellín para decir que otro lo tiene a uno cansado por su intensidad. Ah pero antes de irse, me dijo en el lenguaje de su misterioso comunismo, que teníamos que elegir un alias para mí, y me sugirió el alias: “Zamora”. Como yo ya sabía quién era Zamora, no hay que olvidar que yo era historiador. Yo no quería que me confundieran con el primer Zamora, entonces le dije que no, que Zamora no, que mejor: “Zamora II”. Él me miró con cara de desconsuelo y de ¿¡ay! de dónde me sacaría yo a este colombiano loco?! No me dijo nada más y se marchó.

 

Tengo que decir en pocas palabras ¿qué era –cuando yo la conocí- la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados? ¿Cómo era esta empresa que sería mi hogar en Venezuela durante dos años y algo más? Lo tengo que decir con pocas palabras, porque el autor de ese cuento necesita que esto sea un cuento, no una novela, ni un ensayo de un historiador lleno de argumentos, el autor de este cuento, necesita contar esta historia con brevedad y con desfachatez, así como es él en esencia, antes de ser historiador.

 

A los pocos días de estar en la empresa vi a un hombre caminando con una mirada altiva, el ceño fruncido, un bigote que se cerraba en estilo candado, bien cuidado como si fuera el de bigote de un francés, una mirada seria, mezcla entre un Don Juan y un dictador. A este hombre le faltaba su brazo izquierdo, todo el brazo completo no estaba desde el hombro, pero en su caminar, en sus movimientos este llanero soberbio e imperioso se movía como si no le faltara un brazo. Este hombre se llamaba Juan Valero, era el gerente general de la empresa.

 

Días después, conocí a otro gerente, éste era el gerente de producción, este casi no se veía en la empresa, se mantenía en el campo, era un hombre robusto, con características indianas, era astuto, jovial, escurridizo, un día por la ventana, que era su oficina, la que nunca utilizaba, desde esa ventana me llamó, “¡Ey! ¡Colombia! Ven”, y me lanzó una bolsa pequeña, en su interior había un cepillo de dientes nuevo, y una crema de dientes, nueva también. Yo me quedé sorprendido. Este hombre, caudillo de pura cepa, se había enterado de los penurias domesticas que yo vivía ahí, que tenía un cepillo viejo que traía de Medellín, que ya era más base de plástico que hilos para cepillar. Este gerente generoso y solidario con el colombiano se llamaba Jean Carlos Díaz.

 

Antes de que Chávez hiciera la revolución, en estos Llanos, los godos (es decir, los de la IV República) habían construido una represa para darle agua a las tierras secas del llano, así como lo hacían todos los godos, esta represa quedó incompleta en sus canales de riego y sólo era pensanda para beneficiar a los mismos ricos hacendados de siempre. Como Chávez amaba el llano y pensaba en todos los rincones olvidados del país, ordenó reactivar la represa y terminar de construir los canales de riego, y contrató a una constructora canadiense para que construyera un complejo agroindustrial con los estándares de la más alta calidad productiva del mundo, con nueve silos con la capacidad de acondicionar y procesar cincuenta y cuatro millones de kilos de maíz. El lugar era hermoso, me dan ganas de acompañar este cuento con fotografías del lugar, pero mejor no, para no distraer al lector, después agregamos las fotografías en una edición conmemorativa del cuento.

 

Los llaneros siempre hablan como cantadito, en voz fuerte y como cantadito, como si todo lo que hablaran fueran versos para una canción llanera. Hablaban poco, hablaban o para echar bromas, o para estar en silencio, mejor de plano ya no hablaban y lo miraban a uno con desdén, para luego volver a sonreír y volverle a echar una broma a uno. Una de las bromas que más les gustaba jugarme era con el verbo “coger” de coger alguna cosa, o esperar en carretera para que lo “recogiera” alguien, y los antioqueños utilizamos mucho el verbo “coger” del significado “coger” pero con total inocencia. Pero para los llaneros el verbo “coger” en cualquiera de sus acepciones o contexto significa “copular”. Yo tuve que ir eliminando paulatinamente de mi léxico el verbo “coger”. Los llaneros también, cada vez que tienen una discusión, hablan como si estuvieran peleando, pero no pelean de verdad, hablan como si se fueran a dar golpes, pero no se dan golpes, sino que hablan así. Tenía razón, Fernando González, cada venezolano lleva en su alma un dictador. A propósito de dictadores. Debo hacer un paréntesis en este cuento. Al autor de este cuento, siempre le ha parecido que es más conveniente para un pueblo tener un dictador de izquierda en el poder, que un presidente de derecha elegido por votos en una democracia. El autor de este cuento aprendió con Bolívar que la democracia moderna es una farsa. Fin del paréntesis. Todos los comunistas e intelectuales que llegaban a Tiznados, tarde o temprano, fracasaban. Yo no fracasé porque yo intuitivamente había dejado mi ego de intelectual, guardado en mi maleta con mis trapos, con mis libros y con mi cuadro de Bolívar. Yo, recién llegado a la empresa, le presenté a todos -a obreros y a gerentes- una conferencia que titulé: “La importancia geopolítica de la revolución bolivariana en el mundo”, allí saqué todas mis dotes de cuentero y erudición, y fasciné a más de trecientos llaneros que me escucharon alrededor de una hora en completo silencio y luego me aplaudieron como si no hubiesen estado escuchando a un historiador colombiano, sino como si les hubiera acabado de cantar Vitico Castillo. Después de eso instantes de gloria. Juan Valero, con su altivez alzó la única mano que tenía y dijo fuerte: “Muy bien todo lo que dices colombiano, admirable, te felicito… pero en el llano hay un dicho que dice: colombiano que no la caga a la entrada la caga a la salida” y todos los trecientos llaneros que habían allí se echaron a reír a carcajadas, tanta que hasta yo me puse a reír. Yo, que soy un hijo de padre campesino, de abuelo campesino, y yo que ya sabía, que por neurosis urbana, era un completo desastre para las tareas físicas, que era intelectual, pero porque no sabía “coger no” tomar un martillo, por eso era intelectual, decidí a provechar que estaba en una empresa agrícola, le pedí el favor a los asesores cubanos que en las mañanas me enseñaran a labrar la tierra y me enseñaran a sembrar. Así que yo por las mañanas era agricultor y para las tardes dejé el historiador, así que por esa sola razón, triunfé con los llaneros, porque yo antes de hablarles “paja” como dicen ellos, yo lo que hice fue ponerme a trabajar la tierra como ellos. Un día me fui para el área donde sembraban tomate a cielo abierto, en una planicie de doscientas hectáreas donde no había un solo árbol para hacer sombra, cuando yo llegué el coordinador de ese espacio me dijo, como con un poco de respeto por mi autoridad intelectual, y me dijo: “no, Colombia, usted no se ponga a pasar trabajos duros, usted acá nos sirve como supervisor del personal”. Y yo le dije que no, que dé ni ninguna manera. Que yo iba a ser el trabajo duro como todos. Menos mal que en ese tiempo mi columna estaba sana y pude agacharme repetidas veces, en esa inmensa planicie, bajo el sol inclemente del llano, plantando aquellas plantulitas de tomate que nunca se irán de mi memoria. Otro día con Matute el jefe de la cocina de la empresa y con sus cocineras, ya que me habían tomado afecto por ser aquel “Colombia” loco, un día me puse a explicarles cuál era la diferencia entre capitalismo, socialismo y comunismo. Ellos me miraban asombrados porque por fin entendían eso. Pero luego Matute con su sonrisa lúcida y con su acento de llanero me dijo: “¿Colombia pero de qué te sirve tanto, saber tantas cosas, si después te da miedo ir a cazar de noche con nosotros a conseguir la comida que nos estamos comiendo?”, se reía con afecto de mí, mientras me daba otra deliciosa arepa llanera. Y yo aprendí ahí, que un hombre que no sea capaz de conseguir él mismo la propia comida que se come, no sirve de nada, por más ilustrado que sea.

 

El presidente de la Empresa Socialista de Riego Río Tizando se llama Juan José Jiménez, es un hombre gigante, sonriente, pero que cuando está bravo, hasta las piedras se esconden, en el fondo es un hombre tierno, muy enamoradizo y muy querendón de los amigos y de la familia. JJJ sí es el verdadero líder de esta región del llano, en verdad tiene un alma de dictador, un dictador bueno de izquierda. Pronto yo aprendí a quererlo y admirarlo, aunque le ocasioné algunas rabias. Un día en una de la reuniones, el como buen caudillo sabía cuándo darme la palabra y cuándo no, cuándo debía ocultarme, por bienestar de ellos y el mío además. Un día que me dio la palabra, yo le dije delante de todo el mundo, que a mí me parecía una injusticia que en esa empresa que era socialista, no había equidad para dormir, dado que allá en las habitaciones en la empresa había tres tipos de seres humanos, según durmieran, los seres humanos de primera categoría que tenían una habitación sola para ellos con aire acondicionado, los seres humanos de segunda categoría que dormíamos de a veinte en una habitación más grande con aire acondicionado (en esta categoría me encontraba yo), y finalmente los ciudadanos de tercera categoría que dormían en alguna litera en el corredor sin aire acondicionado). JJJ se paró furioso de la mesa porque yo me atreví a señalar ese defecto del socialismo y todos temimos que ese gigante me echara a patadas de ese lugar, pero no, sólo defendió airadamente, que poco a poco se irían acabando los privilegios, empezando por él. Igual la discusión con el tiempo sirvió porque de la empresa desaparecieron los seres humanos de tercera categoría y solo quedamos los de la primera categoría y los de la segunda categoría.

 

JJJ era, o sigue siendo donde esté ahora mismo, un gran hombre noble, llanero auténtico, un buen hijo de Chávez, y si tiene suerte llegará muy alto, un dictador de izquierda, como aquellos, que está convencido el autor de este cuento, nos serían más benéficos a nuestros pueblos, que los por ejemplo, demagogos cobardes sinvergüenzas corruptos de derecha que hemos tenido en Colombia elegidos por la democracia “pura”, que nos han conducido a tantas calamidades.

 

Yo decidí, desde que llegué a la empresa (julio de 2012) decidí que hasta el glorioso día 7 de octubre de 2012, cuando Chávez triunfaría por última vez en las urnas, y fuera proclamado, elegido nuevamente como líder supremo de la República Bolivariana de Venezuela, yo, durante esos meses no me iba a preocupar por conseguir trabajo, sino que me iba a dedicar a disfrutar de la vida llanera, de mi aventura venezolana, por ahí escribí un diario, que tiene algún valor, pero aún escribía como historiador serio, iba a disfrutar de una de las campañas presidenciales más apasionadas de la izquierda en América Latina, la última campaña presidencial del comandante Chávez.

 

Yo, creía que el día del triunfo de Chávez, en la noche del 7 de octubre, JJJ iba a hacer una fiesta descomunal que duraría como 8 días. Pero no, para asombro mío, esa noche en la empresa no pasó nada. JJJ con esa cara de serio que él ponía, me dijo: “No, Colombia, mañana vemos como celebramos, recuerda que esta empresa es del Estado acá no podemos estar “jartando” (bebiendo)”. Yo entonces sentí mi felicidad inmensa porque había ganado Chávez y como pude me fui a dormir. Pero al otro día, cuando madrugué a donde Matute a desayunar, de las habitaciones a la cocina y al comedor había como diez y siete cuadras, iba yo caminando cuando me paró en seco, un conductor de la empresa, alegre, el más llanero de los llaneros, y llevaba consigo una botella de “Chimeniao” un brandy barato, que no era brandy original, sino una juagadura, mezcla de agua, colorante de brandy y mucho alcohol. Ese día, el llanero me dijo: “Colombia que te vas a ir a desayunar, vamos a celebrar el triunfo del comandante”, yo no lo dudé y me monté a ese camión y en ayunas comencé a tomar Chimeniao. Ese día increíblemente yo tenía en mis bolsillos como 800 bolívares, en billetes de esos verdes bonitos, de cincuenta bolívares, y todo ese dinero nos lo compramos en Chimeniao. Era tanta la embriaguez al medio día que ya no recuerdo muy bien el rumbo de los acontecimientos, al llanero que iba manejando el camión y que me metió en el vicio del chimeniao, efectivamente días después lo despidieron de la empresa por la falta grave de irse a beber con un colombiano y en un carro oficial. Fue tanta la borrachera que nos fuimos para otra represa, que quedaba a tres horas de la empresa, la represa de Calabozo que es inmensamente bella como un mar. Era tanta mi irracionalidad, que yo que no sé nadar, me tiré a “nadar” a la represa corriendo el riesgo de morir ahogado ebrio, o comido por un cocodrilo; pero no, sobreviví; para fortuna de ustedes desconocidos lectores que están leyendo este cuento años después. En la noche regresamos borrachos como caballos asoleados aun en el camión, llegamos a uno de los pueblos cercanos, y allí estaban todos los trabajadores de la empresa con JJJ celebrando. En el círculo más íntimo de JJJ estaban tomando el mejor wiski. Yo, con una borrachera de un día, me le acerqué a JJJ, y le dije delante de todo el mundo estas palabras: (las que me contaron luego, que les dije, porque obviamente no me acuerdo de nada esa noche) “¡¡¡¿Juan esta es la revolución socialista de ustedes!!!? ¿¡¡¡Ustedes los gerentes tomando wiski y nosotros, el proletariado, tomando esta mierda de chimeniao!!!? Cuenta la leyenda, que JJJ con mucha calma, le ordenó a sus escoltas que se llevaran al colombiano a la empresa a dormir porque se había pasado de tragos.

 

El 8 de octubre de 2012 yo me levanté con el más fuerte guayabo (ratón) de mi vida y con la mayor vergüenza y el más grande sentimiento de culpa que pudo haber tenido un ser humano en su existencia, me levanté muy temprano, me bañé, me cepillé los dientes con mi cepillo de dientes que me había regalado Jean Carlos, obviamente el tufo no se me quitó con la cepillada, y me dirigí muy lentamente, con los pasos más lentos de mi vida, muy despacio, casi que caminando para atrás, hacia la oficina de JJJ, eran las siete de la mañana.

 

 

 

 

 

Capítulo 3 (final)

 

 

Un día por la mañana en el Estado Barinas un par de carajitos se fueron al pueblo a averiguar qué había que hacer para hacer la primera comunión, antes de llegar a la plaza encontraron un muro a medio hacer, una construcción abandonada, era un muro largo, de esos muros que cuando uno es chamo, le dan ganas a de atravesarlo como si uno fuera un acróbata. Juan Gabriel Valero Montilla se cayó, su brazo izquierdo sufrió un golpe muy duro por la caída y se hizo una herida fea. En medio del susto y sin ningún adulto se fueron para el hospital. Un médico inconsciente o negligente o de plano bruto, le enyesó el brazo al muchachito con una herida abierta y lo mandó para la casa. Valero seguía mal, no se imaginaba que con el paso de los días, debajo del yeso, una herida le estaba pudriendo su brazo. Cuando se dieron cuenta de la bestialidad que cometió aquel “médico”, ya era muy tarde. Mi compadre Juan Valero estuvo a punto de morir. La única posibilidad de salvarle la vida fue cortarle su brazo izquierdo desde el hombro, casi que desde el corazón.

 

 

– Juan José yo estoy muy avergonzado con usted, quiero ofrecerle excusas, yo estoy muy agradecido con la vida que me han posibilitado en esta empresa. Es que yo estaba muy contento por el triunfo del comandante Chávez, usted sabe, Juan, todo lo que yo admiro a Chávez, por eso yo vine acá. Perdóneme Juan, yo le prometo que una borrachera así no la volveré a tener. Créame Juan. Perdóneme Juan.

– Tranquilo chamo, no pasa nada.

– Gracias Juan. Yo le quería decir otra cosita. Se acuerda que yo le dije que yo iba a disfrutar de la campaña y aprender de los llaneros, pero solo hasta que ganara Chávez de nuevo la presidencia. Pero ya después de esto, yo tengo que conseguir un trabajo, Juan. Sé que no es el momento más apropiado, más aun que anoche metí la pata, pero bueno, Juan, acá estamos.

 

En este punto JJJ se sonrió burlonamente y puso su cara de serio y me dijo: “Sí, Colombia, tranquilo, luego vamos mirando eso”. Yo agaché mi rostro, salí con mi tufo y con mi alma acongojada.

 

 

Días después y para desgracia mía, mi amigo comunista de Caracas, mandó a otro camarada para la empresa. Este nuevo compañero era un ex sindicalista del metro de Caracas, era de esos gordos de cachetes rosados con cara de buena vida, con cara de que nunca han trabajado en la vida. Se acercó sigilosamente a mí y casi que en tono secreto me dijo: “Camarada Zamora, he venido para que empecemos a coordinar juntos las estrategias para la tarea de formación e identificación de los posibles cuadros revolucionarios en Guárico. El camarada F me ha dicho que usted ya ha avanzado en la tarea, recuerde compañero que la dialéctica nos ordena que……” Este nuevo amigo comunista al parecer sabía mucho de Hegel y de Marx, pero era muy flojo, le daba ladilla (pereza) ir a desayunar a Piscícola porque “eso era muy lejos”, y eso eran como siete cuadras no más. Se levantaba a las diez de la  mañana y procuraba no salir al campo. Se atrincheró en la radio de la empresa porque allí había aire acondicionado y un televisor. Obviamente a este compañero comunista, yo le huía, tanto que un día el camarada de cachetes rosados me dijo: “Camarada Zamora tengo la impresión de que usted no quiere hablar conmigo, que usted no quiere hacer la tarea política que nos encomendaron”. Y yo le dije ya con cara de enojado, que cuál tarea política, que yo lo que estaba buscando era asegurar que me dieran trabajo, que yo ya no quería vivir más de aventura ni en los Llanos ni en ningún lado de Venezuela. Y le dije que apenas yo tuviera asegurado una estabilidad laboral, ahí si hablaríamos de política, de marxismo, o de lo que él quisiera, pero que antes no, que no hablaríamos de nada. El gordo pendejo, en vez de dejarme tranquilo, me replicó “que estaba en desacuerdo con mi incoherencia revolucionaria” que recordará las palabras del camarada F, “que nos había traído al Guárico con el único objetivo de que reclutáramos nuevos cuadros para nuestro movimiento comunista vanguardista (le faltó decir antichavista)”. Y yo que a veces me pongo mal humorado, sobre todo cuando un gordo flojo sudoroso me está hablando pendejadas, le dije: – Mire, hermano (le dije con mi mejor acento antioqueño) yo de política no hablo con cualquiera. Y me fui para otro lado.

 

La salvación de mi compadre Juan Valero fue su mamá. Su papá estaba muy triste y no logró (no porque no quisiera) en ese momento orientar a su muchacho que había perdido su mano izquierda. Pero la mamá de mi compadre, no lo trató con pesar, por el contrario le exigió más. Ella se amarraba su mano izquierda y le enseñaba al muchacho como hacer las tareas domésticas, le prohibió cualquier signo de tristeza lastimera y le dio la mejor lección de vida a mi compadre. “A uno le puede faltar una mano, pero a uno no le puede faltar la gallardía, la dignidad”. Es decir la verraquera, la arrechera (esta última en sus dos posibles acepciones: el ímpetu sexual y el coraje para emprender cualquier trabajo por más duro que sea). Así fue como mi compadre, que de niño daba muestras de ser un malandrito, al perder su mano, ganó en otras cosas, se convirtió en un verdadero revolucionario. La tarea de enseñanza de coraje de su madre, luego sería complementada con una formación política que mi compadre recibió en el Frente Francisco Miranda, frente creado por el comandante Hugo Chávez para preparar la juventud que defendería la revolución. Mi compadre Juan Valero tuvo la inmensa fortuna de irse a formar a Cuba y pudo escuchar un día completo, en persona y a pocos centímetros de él, al comandante Fidel Castro. Yo aunque nunca siento envidia, siento que por esto si me daría envidia de mi compadre, que pudo conocer de cerquita a Fidel, pero a mí no me da envidia, yo no sé qué es eso.

 

Mi compadre Valero no solo aprendió la disciplina revolucionaria, también aprendió a hacerle honor a su nombre, se convirtió en un don Juan. Mi compadre así y sin mano, actualmente ya tiene siete hijos de seis mujeres distintas. ¡Ay! ¿Cómo fuera mi compadre con sus dos manos? ¡Si con una sola mano y vea lo que hace y lo que le falta por hacer! ¡Salud mi compadre donde sea que estés a esta hora! Tu compadre colombiano está escribiendo lleno de amor por Chávez, por la revolución por vos.

 

En la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados yo tuve el privilegio de conocer a dos auténticos revolucionarios. Mi compadre Juan Valero y mi compadre Jean Carlos Díaz. Mi compadre Jean Carlos me llevó para la ciudad de Calabozo, allí me enseñó a sembrar, allí me enseñó a amar al campo, con él yo sembré arboles de guayaba, me enseñó a ser papá, me enseñó el valor de tener una familia bonita, me mostró el coraje que uno debe tener para criar a los carajitos. Mi compadre Jean Carlos sin hablar pendejadas dogmáticas marxistas me mostró como son los hombres revolucionarios, como son los verdaderos hijos de Chávez.

 

Mi compadre Juan Valero me llevó a Barinas me mostró la alegría de vivir, me mostró la euforia, me mostró la pasión; por ahí un día nos chocamos en su camioneta contra un árbol, siempre salimos ilesos, felices. Mi compadre Juan Valero me enseñó como gobernar, me enseñó la autoridad que debe tener un guerrero, mi compadre me enseñó cómo ser valiente en la lucha y como ser un poeta al mismo tiempo. Mi compadre Valero me enseñó a ser llanero. Sin carajadas, sin palabrerías, sin “teorías”, sin pajas marxistas. ¡Mi compadre Juan Valero me enseñó a vivir, carajo!

 

Un día descubrí que el camarada bajito comunista de voz ronca que me llevó de Caracas a Guárico, fue el mismo que impidió en un primer momento que JJJ me contratara en la empresa. Porque contrataron al camarada gordo de cachetes rosados que no servía para nada, que solo servía para hablar mierda dialéctica. Un día yo me llené de valor y llamé al camarada comunista F y le dije que por el hecho de él haberme traído al Llano él no era mi dueño, le recordé que yo llegué a Venezuela solito, con mi cuadro de Bolívar. Qué yo era un hombre libre, que yo era chavista, que afortunadamente yo no era un militante comunista de partido confesional. Que yo era un comunista pero que yo no era un comunista de iglesia, que yo era comunista de sangre como lo era mi amigo Rodrigo Saldarriaga. Pero que iba a saber ese pendejo quién era Rodrigo Saldarriaga. Yo le colgué. Por primera vez me puse muy bravo con mis amigos comunistas de la ciudad, con mis amigos comunistas de la libreta trasnochada del marxismo religioso. Pero JJJ supo la verdad, supo que esos comunistas eran unos pegados, y echaron al camarada de cachetes rosados y me contrataron a mí. Por justicia y reconocimiento a mi franqueza, a mi pasión a mi fuerza revolucionaria colombiana, por mi amor colosal por Bolívar me contrataron a mí. Yo fui designado como formador político de la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados. Empresa creada por el comandante Chávez en los llanos centrales venezolanos.

 

En una mañana soleada mi compadre Valero me hizo madrugar para llevarme para Barinas, y me dijo, compadre vamos a parar a desayunar en un restaurante de compatriotas tuyos, de unos colombianos que pusieron un restaurante en una carretera del llano, en el camino que va a Barinas. Un lunes a las siete de la mañana, gracias a mi compadre Juan Valero yo conocí a una muchacha hermosa de mi tierra antioqueña, le compré a la muchacha media de aguardiente original de mi tierra y me enamoré de ella. Me enamoré perdidamente de mi diosa del Olimpo. ¡Ay compadre cuántas cosas en la vida te debo!

 

Compadre de pronto este cuento no es la novela que tú esperabas que yo escribiera, pero compadre, este cuento, así todo desordenado y desfachatado es un cuento compadre que te lo escribo con mucho amor, un cuento que lo he escrito en algunas madrugadas escuchando música llanera, de esa música llanera que escuchábamos y que ahí mismo nos daba ganas de beber compadre.

 

Compadre Juan Valero este cuento es para usted, para nuestro comandante Chávez.

 

Compadre entiéndame, que uno con el tiempo se da cuenta que uno no escribe lo que quiere sino lo que puede, compadre. ¡¡¡Arpa compadre, arpa, arpa compadre, que suene el arpa compadre, que estamos contentos compadre!!!

Frank David Bedoya Muñoz

Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia y fundador de la Escuela Zaratustra. Fue formador político en la Empresa Socialista de Riego Río Tiznado en la República Bolivariana de Venezuela. Ha publicado “1815: Bolívar le escribe a Suramérica”, “Relatos de un intelectual malogrado” y “En lo alto de un barranco hay un caminito”, libro que reúne cinco relatos, un ensayo y dos conferencias sobre la vida y obra del Libertador Simón Bolívar. Actualmente es asesor en el Congreso de Colombia.