«El periodismo debe asumir la defensa de ciertos principios. La defensa de la democracia y de las instituciones depende de lo que los medios transmitan a las ciudadanías.”
Se va Trump y nos recordó la importancia de los medios de comunicación y las redes sociales en la construcción y sostenibilidad de las democracias. Su período presidencial estuvo marcado por diversas polémicas, muchas de ellas las llamadas fake news difundidas por el mandatario en su cuenta de Twitter. Según el Washington Post, durante la presidencia, Trump llegó a decir en promedio 14 mentiras diarias, con lo cual hasta el 19 de enero del 2020 sumaba alrededor de 16.241 “mentiras, exageraciones o declaraciones engañosas”. Quizás lo grave no es la mentira en sí misma sino la acogida que esta tiene, la difusión que realizan muchos usuarios y medios, y la creencia de que ello es verdad; pues como alguna vez afirmó Joseph Goebbels, “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”
El expresidente de los Estados Unidos se dedicó a utilizar sus redes sociales de manera inteligente y estratégica con el fin de generar desinformación y crear un ambiente de zozobra en el cual hay un enemigo deambulante y una conspiración en su contra. Lo dejó evidenciado aquella vez en la que Trump, a través de Twitter nuevamente, afirmó que el expresidente Barack Obama habría intervenido sus teléfonos durante el proceso electoral que llevó a Trump a la Casa Blanca. Sin embargo, The Fact Checker del Washington Post, el verificador de hechos del diario, a partir de una investigación determinó que no habrían fundamentos suficientes para afirmar ello, pues “se basa en informes incompletos de fuentes anónimas”
El papel que cumplen los medios de comunicación es probablemente uno de los más importantes dentro de la democracia de cualquier país. Su mirada crítica frente a la realidad, sin tomar partidos ni difundir fanatismos, resulta de un bien para toda la sociedad. Informar a los ciudadanos es una tarea que han adquirido históricamente y de la cual depende en gran parte la estabilidad de una nación. Ciudadanos bien informados, son ciudadanos activos que tienen las suficientes herramientas para tomar mejores decisiones y acogerse a ciertas posturas que los representan. Reconociendo la importancia y el alcance de los medios de comunicación es que los gobiernos autoritarios atacan y deslegitiman a todos aquellos que cuestionan su gestión y los excesos que emergen de ella. Lo hizo Maduro en Venezuela clausurando cientos de medios nacionales e internacionales que documentaban las acciones del régimen. Algo parecido hizo en EE. UU Donald Trump en una guerra casi declarada con aquellos medios que lo cuestionaban y lo ponían en aprietos. A estos los acusaba de comunicar noticias falsas sobre su gestión en la Casa Blanca e incluso sugería el despido de directivos de diversos medios locales, como fue el caso de CNN y NBC con Jeff Zucker y Andy Lack respectivamente.
Ante esta clase de imposiciones el periodismo debe asumir la defensa de ciertos principios. La defensa de la democracia y de las instituciones depende de lo que los medios transmitan a las ciudadanías. No obstante, es claro que se presentan casos en los cuales hay una complicidad de los medios tradicionales en apoyar a este tipo de personas que terminan socavando la democracia e instaurando unas narrativas peligrosas que llevan al autoritarismo. Para este tipo de gobiernos los medios son utilizados con el único propósito de difundir sus mensajes y lo que su sistema considere correcto con el fin de conseguir adulaciones para quienes están en el poder. El periodismo pierde su función social de mantener bien informados a los ciudadanos.
Sin lugar a duda, debido a la democratización de la información, provista por las redes sociales, el periodismo entró en crisis. Una crisis que no sólo es financiera, sino que también se tornó ética. Las grandes casas periodísticas -periodismo escrito, sobre todo- se han visto en aprietos para mantener sus publicaciones y a su planta de periodistas. Ante dicha situación, muchos acuden a la venta de acciones a grandes conglomerados económicos que, generalmente, ingresan imponiendo unas líneas editoriales sesgadas y parcializadas; y todo aquel que no esté de acuerdo en seguirla, tendrá que salir. En Colombia lo vimos claramente a finales del 2020; diversos periodistas abandonaron la casa editorial que los acogió por tantos años y en la cual se instauró una línea gobiernista que disfrazan con imparcialidad.
Ante dicho panorama nos queda como tarea apoyar a los medios independientes que no cuentan con agenda instaurada desde las élites. Creadores de contenido que buscan informar a las personas acerca de la realidad del país, visibilizando las acciones de base y a los líderes comunitarios que luchan día a día por un verdadero cambio; a aquellos que sacan a la luz los actos de corrupción y exceso de nuestros gobernantes.
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