Medellín, que la resiliencia sea nuestra.

Medellín, que la resiliencia sea nuestra.

La primera vez que oí la palabra resiliencia, fue haciendo referencia a la capacidad de recuperarse ante tragedias, pérdidas, o destierros. Hablábamos particularmente de las personas en situación de desplazamiento a causa del conflicto colombiano. Me explicaron, en ese entonces, que era un término sacado de la física, que se le aplicaba a la propiedad que los resortes (y todos los materiales en alguna medida) tienen de volver a su situación original luego de ser sometido a fuerzas que lo deforman.

No sé si es por haberla conocido, pero tengo la impresión que ahora esa palabra es mucho más nombrada que antes, y tampoco sé si todos los que la escuchamos entendemos lo mismo de ella. Es posible que también se oiga más porque la estamos necesitando más, y eso es importante. De hecho ya era hora que figurara en los diccionarios de word y del navegador.

Desde hace un año, la filantrópica Fundación Rockefeller lanzó un programa que se llama Ciudades Resilientes, en inglés, Resilient Cities. En sus términos, es un desafío (challenge) para escoger 100 ciudades que se consideren así alrededor del mundo, y financiar programas que ayuden a hacerlas más aptas ante sus diversas dificultades. De esas 100 hay un top de 33 que serían las ciudades resilientes por excelencia, estas fueron escogidas en una primera ronda, y ya tienen conformada, cada una a su manera, una oficina de ciudad resiliente dentro de su funcionamiento político que queda encargada de encauzar los recursos a la ejemplar resiliencia de esa ciudad. Es de suponer, además que estas serán el ejemplo ante las demás del desafío.

Lo que propone el programa de la fundación es: “recibir financiamiento para la contratación de un Director Ejecutivo de Resiliencia (CRO por sus siglas en inglés); asistencia en el desarrollo de una estrategia de resiliencia; acceso a una plataforma innovadora de servicios públicos y privados para apoyar el diseño e implementación de la estrategia; y participación como miembro de la Red 100 Ciudades Resilientes.”

Entre las 33, de todos los continentes, hay las diversidades que se quiera. De Latinoamérica están incluidas cinco: Ciudad de México, Medellín, Rio de Janeiro, Porto Alegre y Quito. Cuáles son los criterios de elección exactamente, no lo sé, porque aun en los que se publican pensaría que hay otras ciudades que, al igual que estas, se encajarían, o algunas incluso de mejor forma. Pero confiaré en que sean transparentes y no obligatoriamente mediados por marketing y posibilidad de incidencia (¿económica? ¿política?) en las esferas de estas ciudades especialmente. Por si algo, no está demás apuntar el nombre del CRO de Medellín: Santiago Uribe Rocha. A mí me da mala espina.

Volvamos a la palabra resiliencia: me acuerdo de que cuando la conocí, y conocer palabras especiales es como conocer personas especiales, me pareció una palabra bonita, y una metáfora bastante bella pensar que la gente, y aún las ciudades en este caso, se pueden recuperar de las adversidades así como los resortes pueden volver a su forma original. Pero así como en los resortes, la resiliencia es una propiedad intrínseca: no se le da más o menos resiliencia a algo, es una propiedad que viene de adentro, de las posibilidades que tiene la persona de reconstruirse y volver entera, de la capacidad que tiene una ciudad de, a pesar de los riesgos y daños a los que está sometida, sean ambientales, sociales o económicos, poder reproducir sus actividades y dar condiciones de vida a sus habitantes.

Según eso, no se le puede decir resiliente a una persona o a una ciudad. Se puede fortalecer la resiliencia, y se puede aprender de las actitudes resilientes. El mismo programa define la resiliencia urbana asi: “la habilidad de las personas, comunidades, instituciones, empresas y sistemas dentro de una ciudad de sobrevivir, adaptarse y crecer sin importar qué tensión crónica o situación crítica experimenten”.

Medellín es sin duda una ciudad resiliente, incluso demasiado: tan rápido sabe recomponerse de las atrocidades que le pasan, que ya se ha vuelto hasta en cierta medida insensible. Somos capaces de reconstruimos sobre las cenizas aún ardientes. Eso hace que seamos la ciudad echada p’adelante como nos gusta jactarnos, pero en buena medida, también ciudad desmemoriada.

Sin embargo, que eso no nos lo tenga que decir la Fundación Rockefeller, para la cual siento que la palabra resiliencia hace mucho más parte de una agenda que realmente de los esfuerzos conjuntos, comunitarios y políticos, que enfrentamos todos los días para serlo. Que Medellín puede enseñarle al mundo de resiliencia urbana, seguramente, pero que sea desde las realidades, no desde una presentación ficticia, plastificada, como para quedar bien. Y lo que me genera mayor preocupación, es que tengamos que desarrollar nuestra resiliencia ante las «estrategias de resiliencia» que empiezan a abundar en los discursos y que se pueden volver acciones tan o más dañinas que otras.

Cuando aprendí qué era resiliencia, valoraba mucho las personas a las que les decíamos resilientes, los desplazados, porque entendí que por detrás de esa palabra en la vida de cada uno había heridas profundas, que no sé si yo misma sabría remontar. Lo mismo con las ciudades: seamos resilientes, pero no irrespetemos nuestras heridas. Aceptemos las iniciativas filantrópicas, pero sobretodo estemos atentos a nuestros procesos, hagamos que la gente sea protagonista de ellos y no traguemos entero.

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Citas tomadas de: http://www.100resilientcities.org/page/-/100rc/100%20Resilient%20Cities%20Frequently%20Asked%20Questions%20SPANISH%202015.pdf

Para más información sobre el programa: http://www.100resilientcities.org/#/-_/

Isabel Pérez Alves

Colombobrasileña, aunque eso no quiera decir mucho. Geógrafa en vías de ser, lo que tampoco quiere decir mucho. Indecisa de nacimiento y contradictoria por opción. Insisto en lo imposible, porque de lo posible se sabe demasiado. Escribo, para mirar las cosas de otro punto de vista, leo. Nado, traduzco y pedaleo, todo como amateur. Colecciono nubes y atardeceres.

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